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sábado, noviembre 8, 2025

Camila Plaate, la actriz tucumana que protagonizó “Belén”, la película argentina en carrera hacia los Premios Oscar: “El arte también puede reparar”

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De Tucumán a los festivales más importantes del mundo. De hacer de niñera de Fito Páez en El amor después del amor (Netflix) al teatro under y su proyecto musical. Todos repiten su nombre pero ella a veces sólo quiere regresar a casa para abrazarse con su hijito de siete años. “Me paran para contarme historias muy movilizantes”, cuenta aún sorprendida -pero siempre en su eje- Camila Plaate (29), protagonista de Belén, película dirigida por Dolores Fonzi que fue elegida para representar a Argentina en los Oscar 2026

Inspirado en el libro Somos Belén, de Ana Correa, el film cuenta una historia real: la de una joven tucumana criminalizada tras un aborto espontáneo. En diálogo con GENTE, la actriz habla del cine como trinchera de empatía, cómo vivió en el cuerpo un rol tan movilizante y todo lo que viene después de la Concha de Plata que recibió como Mejor Actriz en el Festival de San Sebastián 2025. Un galardón que, como ella misma dice, “no fue sólo mío”. 

«Belén somos todas», dijo Camila Plaate en su intenso discurso en el festival de San Sebastián al alzarse con la Concha de Plata como Mejor Actriz por su rol en Belén. Dedicó su premio «al movimiento de mujeres tucumanas, argentinas y del mundo» y pidió justicia por el crimen en Florencio Varela.

De Tucumán a la «conquista» de San Sebastián

–Ganaste la Concha de Plata en San Sebastián por tu papel en Belén, una película con una carga emocional y política muy fuerte. ¿Cómo viviste ese reconocimiento, no sólo como actriz, sino también como mujer tucumana interpretando una historia tan cercana?

–Me llevó tres días ver el discurso de San Sebastián. Estaba tan tomada por lo que estaba pasando, por lo que representaba ese premio, que hasta me olvidé de que era un reconocimiento a la actuación. Nunca lo tomé como algo personal. Lo viví más desde la representación: de las mujeres, de la actualidad, de todo lo que simboliza Belén. Capaz que me puse un montón encima, pero sentí que representaba algo de toda la Argentina. Me llegaron muchos mensajes hermosísimos, sobre todo de chicas que me contaban sus experiencias con el aborto. Fue fuertísimo. En Buenos Aires me pasa que me cruzan algunas por la calle y me dicen “gracias por la película, me pasó esto o aquello”. Nunca me imaginé algo así. Son historias muy potentes.

–Tu personaje representa una realidad que durante años fue silenciada. ¿Qué sentiste al ponerle cuerpo y voz a Belén, una joven que sufrió las consecuencias de la criminalización del aborto en Argentina?

–Hacer de Belén me atraviesa como mujer, como madre, como trabajadora, como argentina. Me cuesta decir “mi personaje” porque es una historia real, y eso tiene otro peso. Es una responsabilidad enorme porque aparece mi rostro donde antes estuvo el de Belén, una persona real que estuvo bajo un decreto, bajo una condena injusta. Esa representación me genera respeto, me sobrepasa. Pero el proceso fue profundamente amoroso y cuidadoso. Siempre lo viví con placer, incluso en los momentos más duros. Belén es una película que interpela a todas, porque habla de algo que nos toca de cerca.

“Nunca sentí que el premio fuera sólo mío. En San Sebastián me temblaban las piernas, pero lo viví como un abrazo colectivo de las mujeres argentinas», explica Camila, madre de un niño de siete años y, además de actriz, cantante. En la foto junto a Fonzi y equipo.

–¿Cómo fue trabajar bajo la mirada de Dolores Fonzi (en su doble rol de directora y actriz: interpreta a la abogada de Belén), teniendo en cuenta su compromiso con las causas feministas y su estilo tan visceral?

–Fue increíble. Dolores es una persona amorosa, inteligente y muy atenta a todo lo que pasa. Tiene esa sensibilidad de actriz que la hace entender cómo acompañarte en un guion y en una escena difíciles. Me guió con gran precisión. Hablábamos mucho, casi de actriz a actriz. Es muy valioso trabajar con alguien que tiene tan claro qué quiere contar y por qué. Además, que haya sido militante, actriz y ahora directora, le da una riqueza enorme al proyecto. Todo lo que hace tiene una coherencia entre lo que dice y lo que filma. Eso genera confianza y, en tiempos tan cargados de hipocresía y desconfianza, es un alivio.

–¿Hubo casting o cómo llegaste a este rol?

–Sí, hubo casting. Me convocaron desde Tucumán. Habían hecho un casting abierto y me invitaron a uno cerrado. Me dieron dos escenas tremendas. Me fui quebrada, no porque lo sintiera como un fracaso, sino por lo que me atravesó emocionalmente. Después me llamaron para otro casting en Buenos Aires, ya con Dolores presente. Hicimos las mismas escenas, y además me pidió que cantara y bailara, para mostrar el vínculo con la hermana del personaje. 

Fue gracioso. Salí con una mezcla de felicidad y rareza. A los pocos días borré mi Instagram, estaba saturada. La directora de casting me escribió: “Camila, abrí el Instagram, Dolores quiere verte”. Lo abrí, y al poco tiempo me escribieron para decirme que había quedado. Fue hermoso. No lo podía creer. Siempre mi felicidad viene atravesada por otras cosas, pero fue muy fuerte.

“En medio de los casting borré mi Instagram. Necesitaba silencio», revela la protagonista de la película que nos representará ante el mundo en los Oscar.

“Hacer de Belén me atravesó como mujer, madre, trabajadora y argentina”

–La historia de Belén es también la historia de muchas mujeres criminalizadas. ¿Qué ecos creés que todavía resuenan en Tucumán y en otras provincias en torno a los derechos sexuales y reproductivos, que aunque rige la IVE en todo el país, no se implementa del todo?

–En Tucumán no se hablaba de Belén. Fue la última provincia del país donde el caso se difundió en los medios. Primero salió internacionalmente, después en Argentina, y recién después en Tucumán. Recuerdo que La Gaceta, el diario local, publicó primero: “Una joven tuvo un aborto espontáneo en un hospital”. Cinco minutos después bajaron esa nota y pusieron: “Una joven asesinó a su bebé”. Cambiaron todo. Yo conocí el caso por las calles, por las marchas, por la comunicación social y el boca en boca. Lo que pasaba llegaba así, como tejido artesanal, por debajo, por las organizaciones y por mujeres que no se quedaban calladas.

Las primeras marchas que recuerdo eran pequeñas, de 20, 50 chicas. Después fueron cientos. En ese momento yo estaba embarazada y con mi hijo recién nacido, en el hospital. Vivía todo desde ahí, por teléfono, por las visitas. Nunca milité formalmente en una organización, pero mi entorno era de mujeres feministas. Una se va transformando. Creo que siempre lo fuimos, pero no lo sabíamos. Nos fuimos apropiando del feminismo, de esas palabras y herramientas que antes parecían prohibidas. El deseo siempre estuvo ahí.

–¿Cómo recordás la lucha por el aborto en 2018 y esas primeras marchas por Belén cuando los medios casi no las mostraban?

–Fue un momento muy fuerte. Antes de que se aprobara la ley aparecieron muchas palabras nuevas: “carga mental”, “culpa”, “deseo”. Empezamos a entender que no todo recaía en nosotras. Las discusiones sobre maternidad, sobre el cuerpo, sobre los límites y el deseo se volvieron inevitables. Yo creo que esa lucha generó conciencia, abrió preguntas nuevas. Y en Tucumán, donde todo llega más lento, fue una revolución interna.

“Conocí a la verdadera Belén después del estreno. Fue en Tucumán, en la casa de mi hermana (Ruth; quien también actúa en el film). Cuatro mujeres hablando de la vida. Fue una escena de película», cuenta cuando le preguntamos sobre la joven tucumana cuya historia llevó Fonzi a la pantalla grande.

–La película está basada en el libro de Ana Correa. ¿Tuviste contacto durante el proceso con la verdadera Belén? ¿Cómo influyó eso en tu interpretación y cómo armaste tu papel?

–Con Belén no hablé antes ni durante el rodaje. La conocí recién hace poco, después del estreno. Fue en Tucumán, en la casa de mi hermana Ruth –que también trabaja en la película–. Ella vino con su hermana, comimos, charlamos un montón. Fue un encuentro hermoso, muy pleno, entre cuatro tucumanas hablando del cotidiano, de lo que implica vivir allá. Es muy distinto hablar del caso desde Buenos Aires que desde Tucumán. Allá todo se vive con otra intensidad. En una provincia tan pequeña, las tragedias resuenan más. Ella me contó su vida después de la cárcel, cómo había sido ese encierro, cómo fue volver, cuidar a su familia, preservar su entorno. Es un ejemplo impresionante de coraje.

–El arte tiene una enorme capacidad de poner temas incómodos en la agenda, y vos lo expresaste en tu discurso. ¿Qué papel creés que cumple el cine argentino en la defensa de los derechos humanos y en la construcción de nuevas narrativas feministas?

–El cine tiene la posibilidad de movilizar, de poner el cuerpo donde otros lo esconden. Belén es una película que atraviesa la pantalla, que se vuelve conversación, que se apropia la gente. Es humanista, más que política. Habla de valores humanos. Hay grises, contradicciones: una abogada que es cristiana y feminista, que apoya el aborto pero también defiende la familia. Esas tensiones son las que nos hacen evolucionar. Más que política, es una película profundamente humana.

“No me interesa la fama. Me interesa el diálogo que abre el arte. Si una sola persona se siente acompañada por la película, ya valió la pena», sostiene la joven nacida en Tucumán.

Los premios y el sueño del Oscar: «No me imaginaba nada de esto»

–Más allá del personaje, Belén pone sobre la mesa el debate sobre la justicia, el cuerpo y la libertad. ¿Qué sentís que sucede en un mundo donde los derechos conquistados son tan endebles como un precio en el mercado?

–Siento que ahora aparece más esa idea de responsabilidad. Por una cuestión de representación. Porque lo que me pasa a mí no es solo mío, sino que representa a muchas mujeres. Hay muchas mujeres grandes, de generaciones anteriores, que sobrevivieron a abortos clandestinos. Las más silenciadas. Y hoy, con esta película, aparece una voz nueva. También hay, inevitablemente, mensajes crueles, de varones rotos, con odio. Pero por suerte son minoría. Lo importante es que el mensaje está dado. La película es increíble y, más allá de las críticas, lo que genera es mucho más fuerte.

–¿Qué empiezan a significar los premios para vos y qué proyectos o deseos se abren a partir de ahora que la película está camino a los Oscar? 

–La exposición nunca fue algo que me importara demasiado. No me imaginaba nada de esto. Para mí era “hacemos la película, buenísimo, y sigue la vida”. Volví de Londres y Roma, y ahora quiero un cotidiano, estar con mi hijo. Lo extrañé mucho. Pero hay algo que me parece bárbaro: ver cómo todas se van apropiando de la película. Es de esas películas que traspasan la pantalla, que se vuelven realidad. Eso es lo más importante: que cruce fronteras, que se siga hablando de Belén en otros lugares, que la historia siga viva. Más allá de los premios o de los viajes, eso es lo verdaderamente valioso.

“Mi abuela tuvo un aborto clandestino. Mi mamá me contó cosas que nunca había dicho. Todo eso me atravesó y se hizo carne en pantalla», comparte Camila Plaate.

La injusticia como motor: cómo fue transformarse en Belén

–En los últimos años, las ficciones argentinas se animaron a retratar la desigualdad y la violencia institucional. ¿Qué temas creés que faltarían narrar o te gustaría contar a vos?

–Creo que todavía faltan historias contadas desde las provincias. Hay un montón de realidades invisibles, no sólo del norte, sino de muchos lugares del país. Me interesa seguir contando lo que se vive en el interior, las contradicciones, las violencias cotidianas, pero también los vínculos, el amor, la resistencia. Todo eso también forma parte de nuestra identidad.

–¿Cómo fue tu proceso interno durante el rodaje, emocionalmente y en el trabajo actoral?

–Fue intenso. Trabajé mucho con la coach corporal para cuidar las emociones y las reacciones físicas. La primera escena, la del hospital, fue muy técnica. Tenía que entender el dolor físico, cómo se manifiesta, cómo se respira. Dónde duele, cómo se siente. Fue un trabajo de precisión y de respeto. También me encerré durante un tiempo, tres meses en casa, leyendo, viendo entrevistas, yendo a hospitales públicos. Quería entender la realidad de esas mujeres, anotar dinámicas, absorber todo. Además, hablé con amigas y familiares que habían pasado por abortos en hospitales públicos. Mi abuela, por ejemplo, tuvo uno en la clandestinidad. Y mi mamá también me contó cosas que nunca antes había dicho. Son heridas que siguen ahí, y Belén me conectó con todo eso.

«Venimos muy desconfiadas de todo, de la información distorsionada, de los dobles discursos. Encontrarme con un proyecto donde todo el equipo tenía una lógica coherente fue hermoso», celebra la actriz.

La lucha feminista y el cine como catalizador: «En un país golpeado, ver que una historia así se muestra en el mundo es un motivo de orgullo»

–¿Qué te deja este recorrido en relación a la lucha feminista y al lugar del cine argentino hoy?

–El cine argentino tiene una potencia enorme, y Belén lo demuestra. Es una película que surge de una causa política, judicial y social, pero también de una necesidad humana. Habla de empatía, de justicia, de dignidad. En un país golpeado, ver que una historia así se muestra en el mundo es un motivo de orgullo. Es fuerza para seguir. Estamos cansadas, sí, pero no hay que bajar los brazos. Es un recordatorio de todo lo que conseguimos y de lo que aún falta.

–Hablabas de la coherencia del equipo, de cómo todo el proyecto mantiene una misma ética. ¿Qué significó eso para vos?

–Fue un alivio. Venimos muy desconfiadas de todo, de la información distorsionada, de los dobles discursos. Encontrarme con un proyecto donde todo el equipo –la directora, las actrices, la abogada, el guion– tenía una lógica coherente… fue hermoso. Dolores tiene esa claridad y esa sensibilidad. Sabe dirigir, sabe escuchar. Y se nota que todo lo que hace lo atraviesa desde un lugar vital, no impostado. Trabajar con ella fue un aprendizaje enorme.

“Nunca fui militante formal, pero me crié entre mujeres feministas. El deseo ya era una forma de lucha», afirma Plaate.

De su eterno gusto por el juego a la posibilidad de desembarcar en Buenos Aires

–Después de este recorrido, ¿cómo te ves en el futuro? ¿Tenés ganas de instalarte en Buenos Aires?

–Sí, me gustaría venirme a Buenos Aires, sobre todo por la formación que hay. Hay docentes y maestros que me encantan, y me gusta estar en constante entrenamiento. Si no entreno, me aburro. El espacio de entrenamiento te permite explorar, jugar, fracasar, volver a intentar. Me apasiona eso. Me gustan los espacios de investigación, de laboratorio. Pero tengo que dejar todo ordenadito allá, porque estoy con mi hijo. Estoy separada, el padre es muy buen padre, nos organizamos día por medio. Así que no tengo tanto drama con eso.

–¿Y cómo estás viviendo esta etapa de tu vida personal?

–Separada desde los 24, sí. Era re chica. Ahora tengo 29 y miro para atrás y digo: “Ay, era una nena”. Nadie me avisó a tiempo. Pero bueno, todo es una aventura nueva. Estoy en una etapa de muchos aprendizajes.

–Volviendo a tu recorrido artístico, ¿cómo nació tu vínculo con la actuación?

–Desde chica. Mi mamá dice que a los cinco años ya sabía que quería actuar. Siempre me atrajo la expresividad, el cuerpo, las emociones. Me gusta mucho la curiosidad que tiene la actuación, eso de estar siempre aprendiendo. No pienso tanto en si me llaman o no. Me mantengo más en el cariño y en el juego. Lo que más me gusta es actuar, estar en el set, en la cancha.

“Lo más difícil fue no protegerme. Tenía que atravesar el dolor y dejarlo entrar», cuenta sobre el rol actoral que más lejos la llevó. Si bien está girando con la película por todo el mundo y acaba de volver de Londres, espera con ansias el regreso a la felicidad de su hogar, que es su hijo.

Con la serenidad de quien no busca «llegar»: su reflexión acerca de la fama

–Estás en un momento de exposición grande. ¿Cómo llevás esa visibilidad?

–Tranquila. Sigo sin imaginarme nada. Para mí fue “hicimos la película, salió buenísimo, y seguimos”. No me interesa tanto la fama. Me interesa lo que genera el trabajo, el diálogo que abre. Lo que más disfruto es ver cómo la película moviliza, cómo se apropian de ella las personas.

–¿Qué proyectos se vienen?

–Estoy por retomar una obra en Tucumán, La Fiebre, un unipersonal que tuve que pausar. También tenemos otra obra que trajimos a Buenos Aires, Que pase algo. Y acabo de estrenar mi primer álbum con mi banda La Llorona y su jardín de dragones. El disco se llama Glu Glu. Fue un trabajo hecho con mucho amor y esfuerzo. Estoy muy feliz con eso. Además doy clases de actuación y, bueno, viendo qué pasa con el cine, que está bastante golpeado. Pero sigo con ganas.

Antes de despedirse, le pregunto qué le diría a una chica del interior que sueña con actuar o cambiar su vida desde el arte. Plaate piensa y dice: “Que no se detengan. Que estudien, que se formen, que crean en lo que hacen. Que no busquen la aprobación, sino la verdad en lo que sienten. Y que confíen en sus deseos. El arte tiene ese poder de transformación. A mí me cambió la vida, y eso es lo más lindo que puedo compartir.”

Camila habla como quien viene de lejos, pero con los pies firmes en la tierra que la vio nacer. Belén no sólo la proyecta hacia los Oscar: la ubica como una de las voces más genuinas del nuevo cine argentino. Y en tiempos donde la empatía parece un lujo, verla y escucharla es también un acto de esperanza.

Fotos: Gentileza de C.P.

Redacción

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