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jueves, noviembre 13, 2025

Buenos Aires, ciudad crush | Por Wilfredo Miranda Aburto

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Hay ciudades crush. Buenos Aires fue (y es, sin duda, una) para mí. Por años anhelé conocerla y gracias –como siempre (y otra vez)– al periodismo, aparecí en esta ciudad en primavera, a principios de noviembre, cuando las jacarandas gestan su primera floración porteña y el tímido viento antártico enfría esta ciudad de aires suaves, parafraseando a nuestro Rubén Darío, el principal responsable de mi interés inicial por esta metrópolis austral. En Buenos Aires, el poeta encontró mundo, catapulta, consolidación, refugio, belleza, exceso y periodismo en La Nación.

Llegué invitado a la Conferencia Latinoamericana de Periodismo a contar sobre la compleja situación del periodismo centroamericano, en especial el nicaragüense, torpedeado por un mal similar al que los argentinos sufrieron bajo la dictadura militar en los setenta. Mucho antes de que en mi país enfrentáramos crímenes de lesa humanidad, me pareció una obligación como periodista entender lo que les pasó a los argentinos (y chilenos). Fue entonces que encontré –además de Borges, Bioy Casares y Cortázar– a imprescindibles como la Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, al fusilado que vive de Rodolfo Walsh… o los rastros en los huesos de Leila Guerriero.

Una ciudad de lugares icónicos que la trascienden, como la Plaza de Mayo: símbolo –ya latinoamericano– de las madres y abuelas que lloraron y se opusieron a la desaparición forzada. Baires es una ciudad con una memoria interpelante, con sus memoriales donde hubo fosas comunes o sus baldosas con los nombres de los asesinados en las aceras. Pero también es una ciudad abocada, a pesar de sus villas de miseria, en la modernidad, sin perder su tango ni sus astros: Gardel, El Diego, Messi y uno más reciente, pero ya muerto, el Papa Francisco. Sus figuras, representadas en murales infinitos, conviven con los pibes de Quino y sus ocurrencias: Susanita, Manolito, Felipe, Guille, Libertad y Mafalda. La Boca y su mole azul-oro, ahumada por las parrillas repletas de choripanes de los hinchas enloquecidos contra los de River. El puerto donde Sabina supo que ella no quería más amor que el del Río de la Plata… Avenida Corrientes luminosa con sus teatros sobre el paseo de aire parisino, de la que mi abuelo siempre me contaba después de cantar tangos en Managua, y donde, décadas antes, también llegó –como siempre (y otra vez)– por el periodismo. Donde vio placards llenos de Malbecs. 

Buenos Aires, ciudad crush
Un cartel de Carlos Gardel en Buenos Aires. Foto de Wilfredo Miranda Aburto | Divergentes.

Una ciudad donde el acento venezolano, como lo fue el italiano en el siglo pasado, permea más allá de los Uber y que, de mate en mate, ha logrado resistir el eterno meollo del dinero, los corralitos, las tasas cambiarias, la enrevesada economía… Una que hoy, dice el León que habita la Casa Rosada, está enmendando, sobre todo después del último empujón de Trump para ganar las legislativas, reforzando un movimiento libertario que, para ser honesto, granjea aprobación en buena parte de los argentinos. De Milei dicen que vino a poner las “cosas en orden” y que toca aguantar los “cambios necesarios”, como la devaluación del peso respecto al dólar.

Buenos Aires, ciudad crush
Un perro se asoma en un balcón en el barrio de La Boca, en Buenos Aires. Foto de Wilfredo Miranda Aburto | Divergentes.

A muchos argentinos les gusta el León melenudo, no tanto muchas de sus formas bruscas, que recuerdan a algunos un pasado que no puede reeditarse, amparado por la tentación del poder sin contrapesos. Pero si en algo coinciden los argentinos, incluso los libertarios, es que el León canta tremendamente mal. Él se cree rockero, pero rompe cualquier acorde. Y de eso los argentinos saben mucho y por eso, precisamente, yo deseaba conocer Buenos Aires, porque ha sido el escaparate de la esencia del rock en español.

En esta ciudad habitaron –y habitan– los monstruos preferidos de mi playlist. Es que Baires es una ciudad rock, también. Desde el querube desaforado del sintetizador rezando por vos (y por mí), mientras se lanza (en ese salto que aún no termina desde el año dos mil) del noveno piso del edificio a la piscina. Sui Generis y los Beats Modernos de Charlie aún vibran bien. El piano encantado a las 11 y 6, el que teclea Fito con el brillante sobre el mic. Spinetta y su Almendra. Calamaro con su enfermedad de flacas clava puñales. Todos en la Ciudad de la Furia de Soda y el Puente que Cerati tiende, de madrugada, para susurrar “gracias por venir” al Piano Bar. 

Buenos Aires suena como supuse que sonaba. Ciudad memoria, ciudad rock, ciudad crush.

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.

Redacción

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