A casi dos meses del triple crimen narco de Florencio Varela, el dolor de las familias sigue tan vivo como el primer día. En ese contexto, la mamá de Morena Verdi, de 20 años, eligió poner en palabras una parte de esa pesadilla: la última noche que vio a su hija con vida, sus sueños truncados y el peso de convivir con los recuerdos en la misma casa donde su primogénita se había preparado para ir a lo que creía que sería un trabajo más.

El duro relato de la mamá de Morena Verdi
El 19 de septiembre, Morena, Lara Gutiérrez (15) y Brenda del Castillo (20) habían salido de los monoblock de La Tablada, en La Matanza, con la promesa de cobrar unos 300 dólares por cabeza en una fiesta.
Subieron a una Chevrolet Tracker blanca que las pasó a buscar por la esquina de La Quila y El Tiburón, en Ciudad Evita, sin imaginar que terminarían secuestradas, torturadas y asesinadas en una casa de la calle Chañar 702, en el barrio Villa Vatteone de Florencio Varela, al sur del Conurbano.
Conmovida por el dolor que carga desde entonces, la mamá de Morena contó que esa noche algo en su interior le había advertido que no estaba todo bien. Le dijo a Clarín que su hija “se fue enojada”. Y resumió esa sensación que no la abandona: “Ese día tuve una sensación rara. Yo sabía que algo no estaba bien”, confesó Sabrina sobre aquella noche en la que su hija y sus dos amigas se habían arreglado en su casa para irse de fiesta, o mejor dicho, a trabajar.
En ese clima previo a la salida, hubo un gesto que le quedó grabado: “Lara se paró en el patio y le mandó un mensaje a su hermana (Agostina): ‘Anula el auto que nos vienen a buscar’. Me acuerdo cómo si fuese hoy”, dijo Sabrina.
Ese noche, ella no llegó a despedirse como hubiera querido de su primogénita. Y hasta último momento trató de saber a dónde iban las chicas y con quién, pero se encontró con un silencio que hoy define como “cómplice” y que la atormenta cada vez que repasaba la escena.

A casi dos meses del brutal asesinato, Sabrina elige recordar a Morena desde su humanidad y no desde la etiqueta de víctima. La describe como una chica simpática, solidaria y profundamente empática.
“Me dejaba sin palabras. Siempre tenía un detalle para los demás, cuidaba de los animales, escuchaba a sus amigas. Era muy humana”, dijo. También contó que su hija “quería ser policía, dejar la prostitución”, y que ese había sido uno de los grandes debates puertas adentro de la familia, mientras el contexto económico y las necesidades apremiaban.
Lejos de una relación distante, Sabrina remarcó que entre ambas había un vínculo de mucha confianza: “Yo sabía si tenía novio y si había algo más. Teníamos una relación de amigas, de complicidad”, explicó. Esa cercanía convertía el duelo en algo todavía más desgarrador: no se trataba solo de la pérdida de una hija, sino también de la de su confidente cotidiana.
En su testimonio, la mujer también habló del enojo que la atraviesa y que, según admite, no imagina que pueda apagarse: “Sigo teniendo odio. No voy a perdonar el sufrimiento que le hicieron pasar”, afirmó, con una bronca que convive con la tristeza y la sensación de injusticia ante un crimen que todavía tenía 11 imputados, tres prófugos con captura internacional y otros sospechosos que la Justicia buscaba identificar.

En tanto, la casa familiar, en La Tablada, se convirtió en un escenario insoportable. Cada rincón le devuelve una imagen de Morena: su pieza, la ropa, los objetos cotidianos. Por eso, Sabrina confesó que piensa en irse lejos.
“En la casa están los recuerdos de ella. Quiero dejarle a papá un lugar tranquilo y que cuide de la pieza de mi hija», dijo, dejando entrever una mudanza como única salida posible. No soporta ver cada espacio y saber que su hija ya no está. «Quiero estar tranquila y quiero paz, yo acá no tengo paz», contó.
Mientras la causa avanza entre pericias, declaraciones y nuevas hipótesis sobre una posible venganza narco detrás del triple femicidio, la voz de la mamá de Morena resume lo que se repite en todo el entorno de las víctimas: la necesidad urgente de justicia y la promesa íntima de no olvidar.





