Los brazos de Liam cruzados por la espalda, hasta crear un triángulo con sus hombros. Los ojos en dirección al cielo, el mentón apuntando al público y una serenidad (al menos aparente) que fue la puerta de acceso a las primeras canciones del show. Bastaron apenas unos minutos de concierto para que el público comenzara a rebotar sobre un estribillo de dos acordes (Do Mayor, Sol Mayor) de la guitarra de Noel. La vida perfecta no existe (para nadie) y todo podría estallar entre un show y el siguiente, pero es evidente que los hermanos Gallagher han sabido reencontrarse en sus canciones (quizá, también, con la ayudita de algún amigo que pudo hacer de intermediario). Y contra todo pronóstico, porque las heridas de la última pelea tardaron más de una década en cicatrizar, el grupo Oasis sigue cumpliendo con lo prometido: un tour de 41 funciones que ya va por la número 36 y que le queda apenas una semana para terminar este tramo sudamericano, con su recital en el Estadio Morumbi de San Pablo.
En Buenos Aires, el primero de estos shows se adelantó media hora por el pronóstico de tormentas eléctricas. Pero no fue a último momento. Ya el día anterior, el cambio circuló en redes para que el público llegara a tiempo. Y como se decía aquí, hace muchas décadas, comenzó 20.30, “con puntualidad inglesa”.
A esa hora Oasis había ganado el escenario y comenzaba a desandar ese repertorio bien conocido por sus fans, durante la primera de las dos actuaciones programadas en el Monumental. Había prevista una lista que comenzaba con canciones como “Hello”, “Acquiesce”, “Morning Glory” y “Some Might Say”; había bises que también eran esperados: “Wonderwall”, “Don’t Look Back in Anger”, “Champagne Supernova”. Y todo sucedió de acuerdo a lo previsto.
Por un lado, el efecto retorno, porque en las pantallas de toda esta gira, antes de que los músicos lleguen al escenario, aparecen, como titulares sensacionalistas, las especulaciones sobre reconciliación de los hermanos, que se pudieron leer durante el último año en medios tradicionales y redes sociales.
Por otro, una frase de estos tiempos: en las cabezas argentas resuena aquello de que “lo viejo funciona”. Y nadie debe ofenderse cuando algo referido a Oasis es considerado “viejo”. Porque funciona de un modo absolutamente natural y vital. ¿Por qué no hay una producción de vestuario? Los músicos visten del mismo modo como lo harían en una visita al museo de La Bombonera. Ese fue el plan del hermano mayor, el día anterior a este recital. ¿Por qué no hay una puesta en escena para cada canción? ¿Por qué nadie baila con el pulso audiorítmico de miles de pulseras luminosas? ¿Será, acaso, que no son necesarias para el repertorio de esta banda?
Cuando las canciones mandan (y el gesto adusto de los protagonistas no propone un viaje feliz de dos horas por visuales y estruendos) es posible encontrarse con un recital de rock hecho a la vieja usanza. Y si se quiere hilar fino, con un recital de dos décadas de britpop, esas en las que Oasis fue un protagonista necesario, ineludible. A dieciséis años del divorcio artístico -de eso se trata este nuevo capítulo- se puso en marcha una maquinaria que tuvo a la ciudad de Cardiff, Gales, como punto de partida, con dos conciertos y 140.000 personas rendidas a sus pies. Hubo mucho más: shows en Australia, en Japón, en los Estados Unidos, en Corea del Sur, en Canadá y en México.
Y como, en más de una oportunidad, estos británicos no ahorraron elogios hacia el público sudamericano (especialmente al argentino, en algunas entrevistas) trazaron una “leg” (como se suele llamar a los tramos de los tours de conciertos) hacia este Sur, que también supieron disfrutar en visitas como la que hicieron en 2009, justamente en River. Y como aquella vez, y como en tantas otras, lo viejo toma vigencia en su propio ritual (el rock tiene tanto de eso) y se retroalimenta entre músicos, o entre artistas y públicos. Algo así como lo que se escucha en el tema “Acquiesce”: “Espero poder decir lo que siempre quise decir/ Para arrullar mi alma y que me lleves de vuelta a la cama. / Prefieres estar solo cuando podríamos estar vivos. / Porque nos necesitamos. / Creemos el uno en el otro./ Y sé que vamos a descubrir, lo que duerme en nuestra alma”.
Fieles a la estirpe del rock inglés (esas paredes de sonido y distorsión infranqueables) y con una habilidad para decodificar los estertores del punk británico de los setenta, la potencia de Oasis en el primer tramo del show tuvo un fuerte correlato en la pasión del público, sus cantos, sus saltos, sus palmas y sus ovaciones.
Los códigos futboleros estuvieron en las tribunas y también sobre el escenario, con una gigantografía omnipresente de Pep Guardiola (con la bufanda que lleva los colores Manchester City) y con la imagen de Diego Maradona (aquella foto que es para el bronce), en la pantalla central, mientras sonaba el tema “Live Forever”. ¿Demagogia? Podría entenderse de ese modo. Pero, conocida la poca simpatía de estos músicos, seguramente el gesto tuvo que ver más con su pasión futbolera y con la conexión que tienen con el público argentino.
Además, la magia no solo tiene que ver con la sorpresa. Porque no hubo nada que sorprendiera en este show, que fue prácticamente idéntico a la treintena que dieron durante los últimos meses. Incluso, la performance de drones que se vio en el cielo de Núñez no fue una “sorpresa” del concierto sino una acción realizada la noche anterior.

En realidad, magia es la conexión con los fans. Es lo que provocan los temas más potentes, es lo que se juega en el beatlero “Roll With It”, o en el cambio de tempo con “Talk Tonight” y “Half The World Away”, o en los mayores hits que reservaron para el final. La magia estuvo, sin dudas, en el primero de los shows 2025 de Oasis en Buenos Aires.
Más temprano, el sol todavía golpeaba con fuerza frentes y nucas de los que estaban en las plateas altas. Los puestos hidratación hacían recargas constantes de sus bidones y al reparo de la primera sombra de la tarde apareció en escena Richard Ashcroft, el “telonero” de lujo que tuvo la jornada. Y lo cierto es que, si se puede decir que Oasis jugó de local, Ashcroft también. El ex The Verve puso lo suyo para ese revival britpop, con canciones de su cosecha particular y clásicos de la banda que lo hizo famoso. Y fueron, sobre todo, las de The Verve las que se impusieron. Al cantante le alcanzaron siete piezas para llevarse ovaciones de campo y plateas. Vestido con jeans, campera con cuello mao y apliques brillantes, anteojos, peinado de corte stone y guitarra acústica colgada al hombro, entonó temas como “Break the night with colour”, “Drugs Don’t Work”, “Lucky Man” y las infaltables “Sonnet” y Bitter Sweet Symphony”. “Feliz de estar otra vez aquí y agradecido a Oasis por la invitación”, dijo en una de las breves pausas. La camiseta de la selección argentina también fue parte de su repertorio.





