La fruta que abre la temporada frutícola del Alto Valle de Río Negro y Neuquén tiene su propio polo productivo en la Patagonia. En las localidades neuquinas de Plottier y Senillosa, 71 pequeños productores (en su mayoría de la comunidad boliviana) sostienen una actividad que combina tradición, trabajo intenso, plantines de alta calidad y condiciones agroclimáticas excepcionales. El resultado son 2.900 toneladas al año que marcan el inicio del calendario frutícola regional.
El polo de frutillas de la Patagonia surgió al calor de dos grandes viveros de plantines instalados en Plottier, una zona de suelos sueltos, buen drenaje, alta calidad de agua y una amplitud térmica ideales para la producción de la que es, por lejos, la fruta fina más consumida del mundo, según la FAO. De este entramado nació un sistema productivo particular: muchas explotaciones pequeñas, familiares y de altísima intensidad de trabajo, donde la frutilla se maneja como hortícola pero se comporta como un frutal.
Los productores y el origen del polo frutillero de la Patagonia
El perfil del productor frutillero de Neuquén tiene un rasgo común: casi todos pertenecen a la comunidad boliviana y dieron el salto a partir del trabajo previo como cosechadores, albañiles, ladrilleros o empleados de viveros. “Soy de Bolivia, vine para acá a buscar una vida diferente. La idea era hacer un capital y volver, pero no se pudo, y me quedé”, cuenta Vidal, que pasó por la construcción y un supermercado antes de producir frutillas.
Florencio tiene una historia similar: “Desde que llegué acá, siempre me dediqué a la frutilla. Los primeros cuatro años cosechaba para otro productor. Cuando junté un poco de capital, empezamos”. En su chacra, como en las otras, trabajan solo familiares: cuñados, hermanos, su esposa y su hermana.

Esta lógica de trabajo familiar es la base del polo. Las chacras arrendadas suelen tener entre 6 y 10 hectáreas, pero cada productor suele manejar una o dos, a veces menos. “Un mismo dueño arrienda, pero a distintos productores. En la misma chacra hay distintas parcelas, y por lo general son parientes entre sí”, explica Sebastián Núñez, referente de Horticultura y Frutas Finas del Centro PyME-Adeneu, dependiente del Ministerio de Economía, Producción e Industria de Neuquén.
El sistema de arrendamiento tiene luces y sombras. La tierra antes se destinaba a peras y manzanas o a pasturas, y hoy los antiguos productores o sus hijos la alquilan. Los frutilleros no son propietarios. “Eso es una debilidad y un riesgo. Hacen una inversión para dos o tres años y a veces el dueño decide no seguir alquilando”, advierte Núñez. Los precios son muy variables y, en algunos casos, abusivos, según el técnico.

El polo frutillero nació en gran medida gracias a dos viveros locales, que producen plantines para toda la Argentina y otros países. Algunos empleados de esas plantineras (como Aurora, que deshojó y desguió frutillas durante nueve años) aprendieron el cultivo desde adentro y luego se volcaron a producir. “La presencia de los viveros ayudó muchísimo. Acá están las condiciones óptimas: suelos arenosos, agua de excelente calidad y buena amplitud térmica”, resume Núñez.
El cultivo: manejo, ciclos, variedades y particularidades locales
La frutilla es un cultivo bianual, intensivo y de altísima mano de obra. Se maneja con cinta de riego, fertirriego y mulching. El agua (de pozo o del río Limay) es clave: debe tener muy baja salinidad y sodio. En los momentos de máxima demanda, el consumo ronda los 6 mm por día.
La plantación se hace con plantines a raíz desnuda en dos épocas: fin de verano-principios de otoño o fin de invierno–principios de primavera. Los de otoño producen antes y más; los de primavera rinden menos el primer año, pero permiten inmovilizar menos capital.

La cosecha se da durante todo el periodo libre de heladas. Diciembre es el pico productivo; enero baja por el estrés térmico y hacia fines del verano hay un segundo pico menor. “La frutilla se cosecha ininterrumpidamente de octubre a abril. Es un flujo constante de trabajo, y es muy pesado: muchas horas agachado, de lunes a lunes”, describe Núñez.
Entre las labores están el deshoje (hojas viejas o enfermas) y el desguiado (eliminar guías para evitar que la planta destine energía a nuevas plantas y no al fruto).
El costo de implantación de una hectárea ronda los US$20.000, con 45.000 a 50.000 plantas por hectárea. Son dos temporadas aseguradas y una tercera posible si el cultivo llega en buenas condiciones, aunque con calibres menores.

En Neuquén predominan las variedades de día neutro, especialmente Albion (firme y dulce, de buenos grados Brix), adaptada al clima local. También avanzan San Andreas y Monterrey. Las condiciones agroclimáticas hacen que la fruta de Plottier y Senillosa destaque por su dulzor, firmeza y rendimientos sostenidos durante seis meses. Más al sur, los períodos libres de heladas son más cortos, lo que reduce los rendimientos totales.
Los precios fluctúan según oferta y demanda. Este año las cajas arrancaron en $25.000 y luego bajaron a entre $12.000 y $15.000, según detalló Sebastián Núñez. Hacia el final de la temporada, cuando cae la oferta nacional, suelen subir nuevamente.
La diversificación hacia otras frutas finas en Neuquén
El polo frutillero ya empezó a transformarse en un polo de frutas finas. Varios productores incorporaron frambuesa y mora para diversificar riesgos, estabilizar ingresos y aprovechar mano de obra y estructura disponibles.

Un caso emblemático es el de Aurora Cori. Luego de trabajar casi una década en Patagonia Agrícola y en chacras ajenas, en 2014 arrancó con 20.000 plantines en un tercio de hectárea. Hoy tiene tres hectáreas y media con un alto grado de mecanización, cámaras frigoríficas y capacidad para elaborar mix de frutos rojos congelados todo el año. Además, está próxima a habilitar su propio galpón de empaque.
“En los viveros aprendí todo: desde plantar hasta cosechar. Eso me permitió largarme sola”, cuenta. Su establecimiento combina frutilla, mora y frambuesa, integración comercial y mejoras constantes en maquinaria.
La trayectoria de Aurora, como la de muchos otros productores de Plottier y Senillosa, tiene un denominador común: esfuerzo, aprendizaje y trabajo incansable. El polo frutillero y ahora frutillero–frutas finas de la Patagonia es, ante todo, el resultado de miles de horas agachados sobre el mulching, de lunes a lunes, en los calurosos veranos de Neuquén.






