Este domingo las elecciones de Chile dejaron un resultado esperado. Una primacía mínima, todavía menor a la esperada, de la izquierda progresista de Jeannette Jara con 27% por sobre la extrema derecha, representada por el candidato José Antonio Kast, con el 24%. En tercer lugar se ubicó el candidato Franco Parisi con 19,5%, un economista que se postula como el líder del Partido de la Gente, un espacio de centro pragmático y anti-ideológico que no se inclina a llamar a votar por ninguno de los dos candidatos en el balotaje. Los siguieron el ultraderechista Johannes Kaiser y la centroderechista Evelyn Matthei.
El resultado de las elecciones generales en el país vecino hace que la segunda vuelta sea un desafío casi imposible para la candidata progresista Jara, dirigente del Partido Comunista y bastante más sencilla para el representante de la derecha Kast. De confirmarse este escenario, Chile viviría un nuevo cambio de rumbo de su política tras el fin de una presidencia del progresismo. Este cambio de frente es una constante en la región, hace tiempo que Latinoamérica no encuentra un rumbo, proyectos antagónicos se suceden sin parar de impugnar las políticas que heredó del anterior gobierno.
Con una tendencia actual al giro hacia la derecha ya con Argentina, Ecuador y Paraguay, recientemente Bolivia, ahora Chile y pronto probablemente Perú. Se suma la posibilidad de que suceda alguna culminación violenta del régimen no democrático de Venezuela. Quedan Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil, además de Yamandú Orsi en Uruguay, pero los dos primeros enfrentan elecciones en meses. El primero lo hará en poco más de un año, y el segundo tiene posibilidades de que la derecha también pueda salir triunfante allí. Pero como analizaremos, el problema no sería la alternancia, lo que es deseable y virtuoso en una democracia, sino el grado en que se produce y la imposibilidad de síntesis en cada giro cada vez más extremo a la derecha.
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Al largo cuarto de siglo neoliberal que empezó a mediados de los setenta con los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en el centro del mundo y las dictaduras militares en Latinoamérica, le siguió un ciclo de gobiernos de centro izquierda populista en el comienzo del siglo XXI que duró poco más de una década y tuvo como máximos exponentes a Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil y Pepe Mujica en Uruguay. Frente a estos hubo un breve interregno derechista con Mauricio Macri en nuestro país, Lacalle Pou en Uruguay, Jair Bolsonaro en Brasil, Sebastián Piñera en Chile y el golpe de Jeanine Áñez en Bolivia. Como un péndulo, la ola volvió hacia el progresismo con Lula salido de la cárcel y puesto nuevamente en la presidencia como uno de sus símbolos y las rebeliones populares de Chile y Colombia que decantaron en los gobiernos de Gabriel Boric y Petro respectivamente.
Voto «antisistema», migración e inseguridad: las claves del balotaje entre Jara y Kast en Chile
Hace más de 50 años que la región no encuentra un rumbo, y al fracaso de la derecha le sucede el fracaso de la izquierda. Una hegemonía imposible que requiere más de fanáticos para sostenerse cada bando que de ciudadanos críticos que puedan sopesar los aciertos y errores de cada bando para impulsar una alternativa superadora. No es que no haya intentos por fusionar lo mejor de cada enfoque, es que la sociedad no los elige y las identidades políticas siguen más o menos centradas en distintas caras de expresiones del progresismo y la derecha autoimpugnantes.
La figura del péndulo es interesante porque a la larga década progresista de principios del siglo XXI, la sobrevino una derecha más moderada con gobiernos como el macrismo en Argentina o el de Michel Temer en Brasil. Pero vamos tras la Cordillera. Luego de restaurado el progresismo, la respuesta por derecha fue más extrema y esas expresiones de ultraderecha generalmente se comen a los espacios de derecha republicana más tradicional.
Además, cada vez hay menos contacto entre los diferentes lados de la grieta. Para Bolsonaro había que «fusilar a toda la petralhada”, refiriéndose a la militancia del PT. Al mismo tiempo, Javier Milei asocia al kirchnerismo con una suerte de virus mental. Del otro lado también se ve con paternalismo y superioridad moral a los votantes de la extrema derecha. Ninguno de los bandos entiende las buenas razones que tiene el otro para apoyar al candidato que apoya. Los políticos y la mayoría de los medios de comunicación se adaptan a esta realidad y nadie busca hablarle al conjunto.
Entonces, se construyen narrativas paralelas que no se tocan en ningún punto y no buscan ninguna síntesis. Ante cada hecho de la realidad, se escuchan diferentes políticos y se ven diferentes canales de televisión que terminan narrando países distintos. Se separan amigos, se rompen familias y todo termina catectizado con uno u otro lado de la grieta. Sin embargo, una porción cada vez más grande de la sociedad empieza a desafectarse de la política y cada vez le interesa menos participar. De hecho, en las elecciones de Chile tuvieron que hacerlas obligatorias para mantener niveles aceptables de participación. En el fondo, las razones materiales de este corsi y recorsi de la política regional tiene que ver con la disputa geopolítica entre China y Estados Unidos, las transformaciones de un capitalismo cada vez más desigual al que no le aparecen alternativas sistémicas.
A principios del siglo XXI, el crecimiento de China generó una alta demanda de materias primas, por lo que su precio internacional subió sideralmente. Esto hizo que países que enfrentaban reclamos de su poblaciones por sus pobres condiciones de vida causadas por años de atraso productivo, tuvieran divisas para resolver estas demandas con dádivas estatales. Estos gobiernos populistas simplemente subsidiaron sus economías sin industrializarlas. Claramente hay excepciones, como el Brasil de Lula con un planteo más desarrollista. No por nada, Brasil es socio fundador de los BRICS, los países emergentes alternativos a Estados Unidos que más se desarrollaron en el siglo XXI. Este distanciamiento de Estados Unidos, gracias al margen de maniobra que había generado el crecimiento de China y la compra de materias primas a los países de la región posibilitó la autoafirmación simbólica de los gobiernos de centro izquierda de la región.

El rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ocurrió durante la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, en noviembre de 2005, y representó un punto de inflexión político en el continente. Aunque la cumbre se convocó para discutir la «creación de trabajo para enfrentar la pobreza», el tema central era la reactivación de las negociaciones del ALCA, un proyecto liderado por Estados Unidos desde 1994 que buscaba crear la zona de libre comercio más grande del mundo. El contexto era el del «giro a la izquierda» en América Latina, con líderes como Néstor Kirchner en Argentina, Lula en Brasil y Chávez en Venezuela, promoviendo modelos económicos y de integración regional alternativos al Consenso de Washington. Esto generó un fuerte bloque de países escépticos y opuestos al libre comercio sin condiciones.
Dentro de la cumbre, el debate se polarizó entre el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que buscaba fijar una fecha para reanudar las negociaciones, y el bloque del «No» al ALCA, liderado por Argentina, Brasil y Venezuela. El anfitrión, Kirchner, adoptó una postura firme, argumentando que no era viable discutir el libre comercio sin abordar primero las profundas asimetrías económicas entre las naciones y sin ofrecer soluciones concretas a la pobreza y el desempleo.
Por su parte, Lula, aunque más pragmático, exigió un acceso real al mercado estadounidense y la eliminación de los subsidios agrícolas de EE. UU. que afectaban a los productores latinoamericanos. La voz más confrontacional fue la de Chávez, quien no solo rechazó el ALCA, sino que propuso activamente el modelo alternativo de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), enfocado en la cooperación y la solidaridad regional.
El enfrentamiento se resolvió en la madrugada del 5 de noviembre con la constatación de la falta total de consenso. Aunque 19 países estaban a favor de seguir negociando el ALCA, el bloque de países del Mercosur más Venezuela lo impidió. La cumbre concluyó sin un acuerdo para avanzar con el tratado, lo que significó su abandono político y su virtual sentencia de muerte.
De manera paralela a la cumbre oficial, Chávez, junto a figuras populares como Diego Maradona, lideró una «Cumbre de los Pueblos» o «Contracumbre» masiva en un estadio, donde simbólicamente declaró el «sepelio del ALCA», afirmando que el proyecto había sido enterrado en Mar del Plata por la voluntad popular. El documento final de la cumbre oficial reflejó el profundo disenso al dividir el texto en dos párrafos para mostrar las distintas posiciones sobre el ALCA. Mar del Plata 2005 se convirtió así en el símbolo del fracaso de la visión de integración de Estados Unidos en la región.
Volviendo al planteo general, cuando China empezó a crecer a tasas más módicas, los precios de las commodities bajaron y estos gobiernos solo se quedaron con relato progresista, pero sin poder subsidiar el consumo. Además, también fueron encontrados culpables de amplios hechos de corrupción que en combinación con los desastres económicos terminaron generando que la centro derecha los desaloje del poder con planteos más racionales y pragmáticos.
Sin embargo, estos gobiernos intentaron hacer reformas y se toparon con las resistencias de la población que aún tenían frescos los recuerdos del neoliberalismo que les había prometido que con las reformas laborales, previsionales y las privatizaciones iban a estar mejor y eso finalmente no ocurrió. Al fracaso estruendoso de la década progresista le sobrevino un rápido fiasco de la centro derecha.
El progresismo volvió, pero las condiciones económicas que lo vieron nacer a principios de siglo ya no estaban. Además, la población ya no estaba en las calles y el establishment no consideraba que fueran necesarios para contener la situación social. En ese sentido, sobrevino un populismo sin concesiones, sin caja y solo con discurso. Este defraudó rápidamente a la población y sobrevino candidatos de extrema derecha que se plantean una ruptura con todos los valores del progresismo y con una narrativa de éxito inmediato producto de medidas radicales lograron seducir a la sociedad.
No todo fueron errores en las diferentes experiencias. El progresismo incorporó a millones de personas a la educación formal, generó avances en materia de derechos civiles y generó importantes avances en materia de cobertura de salud en la población. La derecha visibilizó el problema del equilibrio fiscal y la estabilidad macroeconómica necesaria para el funcionamiento de un país. Sin embargo, ambos espacios son percibidos como una elección inconcebible para el bando contrario y en definitiva, un fracaso para la mayoría de la sociedad.
José Antonio Kast y Johannes Kaiser ya votaron en las elecciones presidenciales de Chile
El filósofo italiano Giambattista Vico, en su obra «Principios de Ciencia Nueva», explicó la historia de las naciones a través de un ciclo continuo y eterno, no como un progreso lineal, sino como un movimiento de corsi (Ascenso) y ricorsi (Retroceso). El Corso representa el desarrollo y la evolución de una civilización a lo largo de tres edades sucesivas.
La primera es la Edad de los Dioses, una etapa primitiva regida por el temor a lo divino y la teocracia, donde las leyes se basan en la religión. Le sigue la Edad de los Héroes, caracterizada por la aparición de la aristocracia, que domina a la plebe con leyes basadas en la fuerza y el linaje. Finalmente, el Corso culmina en la Edad de los Hombres, el punto álgido de la civilización, donde prevalecen la razón, la conciencia y el derecho civil, dando lugar a la democracia o la monarquía constitucional. Sin embargo, Vico postuló que este estado de máxima racionalidad es inherentemente inestable. El ricorso es el ciclo inevitable de decadencia y retroceso que se produce cuando la civilización de la Edad de los Hombres se corrompe.
La razón excesiva y el individualismo llevan a la moralidad a la decadencia y al caos político. La nación o civilización se disuelve en luchas internas y tiranía, regresando eventualmente a una nueva barbarie similar a la etapa inicial, donde el ciclo debe comenzar de nuevo. Así, el ricorso es el mecanismo que garantiza la perpetuidad de la historia, haciendo que cada civilización reviva un ciclo similar de ascenso y caída.
¿Estaremos en América Latina en una suerte de larga agonía de la Edad de los Hombres? ¿Hasta dónde deberemos descender para empezar de nuevo nuestro corsi?
El libro «Cuentos Chinos: El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina» de Andrés Oppenheimer (2005) aborda la pregunta clave de por qué América Latina se ha estancado en el desarrollo mientras países de Asia y Europa del Este avanzan rápidamente.
La tesis central de Oppenheimer es que el éxito o fracaso de un país no depende de si su gobierno es de derecha, centro o izquierda, sino de su capacidad para atraer capitales y generar riqueza a través del conocimiento y la certidumbre jurídica. La consigna es que no hay países de derecha o izquierda, sino países que atraen capitales y países que los ahuyentan.
El título hace referencia a las «mentiras» o excusas populistas que, según el autor, utilizan muchos líderes de la región para justificar el subdesarrollo, en lugar de implementar las reformas necesarias. Oppenheimer critica que América Latina sigue mirando al pasado, obsesionada con los viejos estereotipos del populismo, como el antinorteamericanismo o creer que la riqueza natural (petróleo, minerales) es suficiente para el progreso. Mientras tanto, naciones como China, Corea del Sur o Irlanda, invierten masivamente en educación, ciencia, tecnología e innovación, entendiendo que la riqueza del siglo XXI es el conocimiento.
En el contexto de los gobiernos de centro izquierda de Latinoamérica de la época (analizando casos como Kirchner en Argentina, Lula en Brasil o Chávez en Venezuela, aunque este último más a la izquierda), el libro argumenta que muchos de estos líderes caen en la trampa de los discursos populistas y la obsesión con la soberanía económica sin foco en la competitividad global o la productividad.
Oppenheimer concluye que la región está frenada por su falta de visión de futuro y su incapacidad para hacer de la educación de calidad y el desarrollo tecnológico las prioridades nacionales. La esperanza de América Latina reside en adoptar esta obsesión por el conocimiento y dejar atrás los «cuentos chinos» ideológicos que la mantienen rezagada.
Si el discurso religioso que trataba de resolver los problemas de las sociedades con sacrificios y ritos fue dejado atrás, el discurso ideológico que le asigna una explicación simplista a la realidad todavía sigue en su auge. No hay contrastación empírica ni dato que haga tambalear las verdades ideológicas. La política pragmática que se sirve de varias teorías para superar los problemas históricos de la región aún no ha encontrado su fortaleza en la región aunque sobrevive en algunas provincias y localidades.
Así como en la segunda mitad del siglo XX los vaivenes de Latinoamérica estuvieron signados por la guerra fría con la ex Unión Soviética, en el siglo XXI lo es la guerra comercial con China, tanto en las primeras décadas como gran comprador y generador de exportaciones a Latinoamérica como en esta última década con el regreso de Estados Unidos tratando de reducir su presencia.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
TV/ff






