Mario Vargas Llosa murió en su casa de Lima a los 88 años después de escribir una despedida literaria que le rendía homenaje a la música de su país (Le dedico mi silencio, Alfaguara, 2023, dedicado a su mujer, Patricia Llosa) y después de reencontrarse con sus amigos de siempre, como los escritores Alonso Cueto o Pedro Cateriano, con los que compartió tiempo, felicidad o desdicha, al lado siempre de su hija Morgana, de sus hijos Gonzalo y Álvaro, de Patricia, la esposa con la que se reencontró, y los numerosos amigos que le ayudaron a decirle adiós al país en el que se hizo cuando era apenas un muchacho asustado por la impetuosa aparición del padre que ya no quiso.
Libros de Mario Vargas Llosa. Archivo Clarín.¿Y cómo era, cómo fue al final, qué recuerdo dejó en los que, como amigos o lectores, fueron sus más cercanos seguidores?
Le pregunté, por ejemplo, a Carlos Granés, el que mejor conoce su obra. “Mario quiso ser fiel a sí mismo hasta el final de su vida. Nunca quiso apoltronarse para contemplar los hechos desde la barrera. Sartre le enseñó muy joven que siempre había que elegir. A riesgo de equivocarse, había que elegir. La manera de adueñarnos de nuestra vida y de no dejarnos determinar por el ambiente era esa, elegir.
Renunciar a la elección era renunciar a la capacidad de influir en los asuntos que nos afectan. Siempre prefirió equivocarse en la elección a dejar de hacerlo. Es decir, prefirió equivocarse a traicionarse a sí mismo. Pudiendo retirarse al trono de los sabios para contemplar las miserias humanas, siguió interviniendo en los asuntos mundanos, siempre a pérdida. Nada ganaba con eso y, aún así, lo hacía. Su sentido de la responsabilidad público era absolutamente sincero y estaba por encima de cálculos egoístas”.
Libro homenaje
Un amigo fidelísimo, el escritor y político Pedro Cateriano, que fue alto cargo del Gobierno, ha escrito un libro en el que el Nobel es homenajeado. Me dijo: “He vivido momentos emocionantes con Mario Vargas Llosa, en sus últimos tiempos. Viajé a París para asistir a su incorporación a la Academia Francesa. Fue un reconocimiento impresionante, algo que nunca soñó y le ocurrió. Sí, a él que cuando fue joven creyó que para ser escritor tenía que vivir en Francia”.
Fue el interlocutor más habitual de Mario en los últimos tiempos… “Nuestros diálogos eran sobre política y especialmente sobre la anarquía peruana. Su preocupación por el Perú fue permanente. Acaso eso lo llevó a inscribirse simbólicamente en el partido Libertad Popular, para apoyar la candidatura presidencial de Rafael Belaúnde Llosa. Fue su último acto de carácter político… Su reencuentro final con el Perú me sirvió para finalizar una biografía política sobre él, que había comenzado a escribir.
Era otro Vargas Llosa. Más afectuoso y cercano. Sin la prisa de antes. Eso me permitió, gracias a Patria Llosa, su hija Morgana y al consejo de mi hermano Pablo, tener la posibilidad de caminar con él tres veces por semana y dialogar sobre su apasionado camino por la política. Este periodo fue el de mayor cercanía que tuve con él, muy distinto al que pasé con él durante su valiente e impactante campaña presidencial que él narra con maestría en El pez en el agua… Mario se nos ha ido físicamente, pero mediante su monumental obra siempre estará entre nosotros”.
Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, fue testigo privilegiado de uno de los gestos más hermosos que tuvo Vargas Llosa con su tierra natal, Arequipa. Aquí lo cuenta el poeta español. “Con motivo de la celebración del Congreso Internacional de la Lengua Española, he recordado su ilusión al preparar en 2019 la candidatura de Arequipa. A sus 83 años, con la ilusión de un niño, vino a tomarse un café al Instituto Cervantes para concretar los detalles de una candidatura que se había configurado en Perú, gracias a los esfuerzos del poeta Alonso Ruiz Rosas y del entonces rector de la Universidad Nacional de San Agustín, Rohel Sánchez Sánchez, hoy Gobernador de la Región. Llevar la propuesta desde el mundo universitario fue una estrategia para salvar las tensiones políticas que marcaban la vida de Perú».
Sigue García Montero: «El compromiso de Mario con su ciudad se había hecho público con la donación de su biblioteca personal a la Biblioteca de Arequipa y su apoyo a la conversión en museo de la casa familiar en la que había nacido. En el Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Córdoba, Argentina, la ilusión y el compromiso hicieron que Mario se valiese de su prestigio para reforzar la candidatura arequipeña. En la ceremonia de inauguración del Congreso en Córdoba, con el Rey de España y el presidente de Argentina presentes, antes de que el Instituto Cervantes y las Academias de la Lengua eligiesen la candidatura para el Congreso siguiente, Mario me preguntó con una sonrisa inolvidable: ‘¿Qué pasa si digo que la próxima reunión se celebrará en Arequipa?’. Y yo le respondí: pues vamos, si tú lo anuncias, nadie podrá llevarte la contraria. Así que puedes dar por hecha la cita en Arequipa».
Mario Vargas Llosa en Paris. AFP PHOTO JOEL SAGET (Photo by Joël / AFP) «Y así fue –sigue el poeta–. Mario no se conformó con salvarse los plazos ceremoniales. Una vez anunciada antes de tiempo la celebración en Arequipa, trabajó con una ilusión infantil en los preparativos. Por desgracia, los aplazamientos y su muerte impidieron que Mario pudiese asistir a una cita que se ha celebrado finalmente en octubre de 2025. Pero su magisterio ha estado muy presente en los debates académicos y las actividades culturales. Queda como testimonio un Diccionario Vargas Llosa, un libro en el que 100 lectores (familiares, amigos, profesores, escritores, periodistas) han escogido las palabras en las que vive con nosotros Vargas Llosa, un maestro que supo habitar las palabras”.
Gran amistad
Alonso Cuento, uno de los grandes escritores peruanos, estuvo siempre una gran amistad con Mario, una cercanía casi desde la infancia. “Conocí a Mario un dìa del que no tengo memoria. Mi madre me contaba que en las Navidades de 1959, cuando vivìamos en Paris, invitó a un grupo de jóvenes peruanos a pasar las Navidades en nuestra casa. Fue entonces cuando él apareció con Julia [la protagonista de La tía Julia y el escribidor]. Yo era un niño pequeño. Mario me cargó y me puso de pie encima de una mesa. Bromeo diciendo que seguramente entonces se iniciò mi vocación de escritor. No tengo ningún recuerdo de ese día pero sí uno muy claro de la segunda vez que lo vi, en su casa frente a la bajada de Armendáriz en Lima. Eramos unos jóvenes que hacíamos una revista, y gracias a Luis Llosa, pudimos verlo en su casa».
«No olvido –continúa Alonso Cuento– la impresión que me hizo al entrar en la sala. Tenía una cara luminosa. Desde entonces lo vi con mucha frecuencia en distintas ciudades. Cuando escribí mi primera novela, El Tigre Blanco, me llamó para ir a verlo. Me dijo que el libro adolecía de un personaje convincente y que estaba lleno de fallas en el desarrollo de la trama. Fue muy duro en sus opiniones. Luego ha hecho muchos elogios a mis novelas posteriores. Pero creo que le agradezco sobre todo la reuniòn de ese día. Al despedirnos en la puerta, recuerdo su frase: ´Trabaja duro y parejo`. Salimos con frecuencia a caminar por las mañanas, frente al mar de Barranco, en compañía de la maravillosa Patricia y de otros amigos como Charo Chocano, Luis Llosa y Pedro Cateriano».
Y concluye: «En alguna ocasión le conté acerca de la muerte de Dickens, que se derrumbó frente a su escritorio mientras escribía su última novela, El Misterio de Edwin Drood. Recuerdo que me dijo que esa era la muerte ideal: ´Pasar de la ficción a la nada`. En otra ocasión ,hablando de como terminar una novela, recuerdo que me dijo que no habìa una regla para decidir un buen final. ´Sin embargo, la intuición te dice que ese era el mejor final cuando lo encuentras`, agregó”.
“Algunas veces viajamos con un grupo de amigos por el Perú”, recuerda Cueto. “En un viaje a las ruinas de Kuelap, me asombró que pudiera recordar todos los desvíos y rutas en el camino. Esa misma memoria espacial es la que aparece en sus novelas. En Ayacucho un chamán arrojó unas hojas de coca en el piso del hotel y le predijo que ganaría el Premio Nobel.
Lo vi por última vez en su cumpleaños el 28 de marzo. Estaba en silla de ruedas pero atendía con mucha alegría a todos sus amigos en la reunión. Practicaba el culto a la amistad que habìa aprendido en su juventud y en sus lecturas de Los Tres Mosqueteros. Hablé con èl por teléfono por última vez una semana antes de su partida. Me parece que escucho esa voz todavía. Es la voz intensa y luminosa que tienen sus personajes cada vez que abrimos una de las novelas”.
Mario Vargas Llosa en Aix-en-Provence. AFP PHOTO / ANNE-CHRISTINE POUJOULAT (Photo by AFP) Verónica Ramírez, amiga de los Vargas desde hace años, escritora, acompañó a Mario Vargas Llosa en varias aventuras que se consolidaron, en Madrid, en África, en muchos países, y en importantes libros del Nobel. Aquí refiere su cercanía: “De alguna manera, Mario y Madrid crecieron en paralelo. El Madrid de los años cincuenta era tan discreto como aquel joven escritor que iba a la Biblioteca Nacional no solo a leer, sino también a morirse de frío. Y el Madrid de los últimos años, cosmopolita, abierto y luminoso, se parecía al escritor que ya había alcanzado una inmensidad universal. Yo me atrevería a decir que Madrid fue la ciudad que más quiso, el lugar al que siempre volvía. No creo que Mario se haya despedido de su casa en la calle Flora pensando que no regresaría: tenía un instinto vital tan poderoso que la muerte, sencillamente, siempre le quedaba lejos”.
Añade Verónica: “Hasta el penúltimo día de su vida, cuando salió a comer un helado con Morgana en Lima, Mario seguía mirando hacia adelante, señalando el futuro con el dedo, como quien apunta la siguiente esquina a la que hay que llegar un poco más rápido. Cuando algo le aburría o sentía que una conversación había llegado a su fin, solía decir: “Bueno, bueno”. Era su forma de cerrar los momentos. Y creo que su último día también fue un “bueno, bueno”. Estoy segura de que se fue con la ilusión de un mañana, aunque ese mañana ya no fuera la vida, sino la posteridad”.
Acaso la editora más importante que tuvo Mario Vargas Llosa fue Pilar Reyes, que sigue editando sus libros y que aquí refleja la cercanía de su amistad con el Nobel. “Conocí a Mario en 1997, cuando publicó por primera vez en Alfaguara. Yo era la editora del sello en Colombia y fui la encargada de lanzar Los cuadernos de don Rigoberto en mi país. Visitó Colombia en ese momento, y ahí le conocí. Yo tenía 24 años, y acababa de terminar mi carrera de letras. Era una sensación extraña: hasta hacía muy poco, estudiaba su obra en la universidad, la de un clásico contemporáneo de la literatura en nuestro idioma, y de pronto me veía implicada en el destino comercial de uno de sus libros, en el viaje que haría de la imprenta a los lectores colombianos”.
“Desde entonces”, dice, “mi relación con Mario se mantuvo y acentuó. En 2009 vine a España a dirigir Alfaguara y fui su editora principal a partir de El sueño del celta, libro que publicaríamos en 2010, unas semanas después de la concesión del Premio Nobel. Fue mi autor por casi 30 años y fui su editora directa por más de 15. En ese tiempo consolidamos, a la vez, una relación cercana… Mario era la misma persona en público y en privado: curioso, amable, respetuoso, interesado por todo. Así escribía, así pensaba y analizaba la realidad, así se relacionaba con la gente, desde el interés por el otro. Hasta muy poco tiempo antes de morir, Mario estuvo en activo. En otoño de 2023 publicamos la que sería su última novela, Le dedico mi silencio. El trabajo con este libro fue algo distinto, puesto que no hubo contacto directo con la prensa ni presentaciones, toda la promoción fue por escrito. Mario ya se sentía débil y tuvo que acotar sus intervenciones públicas”.
Una conversación conmovedora
“La conversación más conmovedora que tuve con él”, dice la editora, “fue en ese 2023, cuando me citó para contarme que había puesto punto final a la que sería su última novela. Lo dijo sin dramatismo, con la serenidad de quien ha exprimido la vida hasta el tuétano, pero con la conciencia de que el esfuerzo mental y físico que implicaba escribir una novela ya no le sería posible. Al instante, como para sacarme de la consternación, añadió: ‘Pero ya he empezado a escribir el que será mi último libro: un ensayo sobre Sartre, que me parece una figura injustamente interpretada’».
La editora sigue: «Le dije que su vida era ordenada, que terminaría casi por donde había comenzado su pasión literaria: leyendo a Sartre. Él, que para sus amigos de juventud, fue siempre el Sartrecillo Valiente. «Ay, Pilar —me dijo—. Espero que me alcancen el tiempo y la memoria«. El último proyecto que trabajamos juntos fue la edición de su obra periodística en cinco volúmenes. Le propuse organizarla de forma temática, no cronológica, como se había hecho hasta entonces, y encargar el cuidado de los tomos a Carlos Granés, gran conocedor de su obra. Hasta el momento hemos publicado tres y lamento profundamente que Vargas Llosa no alcanzara a ver concluido este empeño. Cuando corregíamos las pruebas del volumen dedicado a sus artículos sobre el Perú, él mismo se sorprendió: más de 700 páginas y la casi totalidad de sus años como escritor. ‘Mira —me dijo—, al final no he salido nunca del Perú. Es mi lugar, para bien y para mal’«.
Mario Vargas Llosa en Monterrey, Mexico. REUTERS/Tomas Bravo/File Photo«Advertirles de que la literatura es fuego, de que significa inconformismo y rebelión, de que la razón de ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica». Eso dijo, en uno de sus primeros y más famosos discursos. Sus novelas, ensayos e intervenciones públicas no hicieron más que avivar esa llama. Por todo eso, nos hace inmensa falta”, termina su recuerdo la editora de sus libros, su amiga.
Mario Vargas Llosa es, sobre todo, una historia de amistad. Doy fe como cronista.


