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Más de 40 millones de personas enfrentan el hambre creciente en América Latina por crisis climática y económica

La inseguridad alimentaria alcanza niveles sin precedentes. La combinación de fenómenos climáticos extremos y tensiones económicas en América Latina profundiza la precariedad.

Para 2026, más de 318 millones de personas podrían enfrentar hambre severa, una cifra que duplica la de 2019. Las proyecciones internacionales señalan que los recursos destinados a asistencia humanitaria resultan cada vez más insuficientes.

Los organismos globales estiman que solo se podrá asistir a un tercio de quienes necesitan apoyo urgente. La brecha financiera deja a millones expuestos a crisis nutricionales cada vez más recurrentes.

El incremento de hambrunas simultáneas en distintas regiones revela la fragilidad del sistema alimentario. Conflictos, crisis climáticas y desequilibrios económicos se retroalimentan. El resultado es una tormenta perfecta que amenaza con volverse estructural.

El cambio climático amenaza la seguridad alimentaria global. Foto: Unsplash.
La crisis climática amenaza la seguridad alimentaria global, empujando a 40 millones de personas. Foto: Unsplash.

Impacto en América Latina y el Caribe

La región enfrenta una vulnerabilidad creciente. Las sequías, inundaciones, huracanes y la variabilidad asociada a El Niño afectan cultivos esenciales, erosionando la productividad agrícola y encareciendo el acceso a alimentos.

Los países del Corredor Seco Centroamericano registran pérdidas de cosechas repetidas. Por esta razón, las familias rurales viven con reservas mínimas y dependen de asistencia externa. Sus medios de vida se vuelven cada vez menos sostenibles ante cada golpe climático.

En el Caribe, los eventos extremos agravan crisis ya existentes. Haití se mantiene como uno de los territorios más expuestos, ya que el deterioro ambiental y la inestabilidad social impiden garantizar alimentos básicos.

Mientras tanto, en Sudamérica, las sequías prolongadas e inundaciones afectaron zonas productivas. De hecho, Bolivia, Perú, Paraguay y Argentina son los que más sufren los impactos directos sobre sus sistemas agrícolas. Al mismo tiempo, las poblaciones migrantes dependen de programas alimentarios para subsistir.

Causas ambientales que incrementan la precariedad alimentaria

Los fenómenos climáticos extremos se intensifican con el avance del calentamiento global. Las sequías, cada vez más prolongadas, reducen la disponibilidad de agua para riego y consumo. Esto empobrece los suelos y disminuye la productividad agrícola.

Las inundaciones, por su parte, arrasan cultivos enteros en cuestión de horas, ya que las lluvias torrenciales favorecen la erosión y degradación de tierras fértiles. Por este motivo, miles de familias que dependen de parcelas pequeñas pierden su única fuente de alimentos.

A su vez, el aumento de la temperatura altera ciclos biológicos de cultivos y plagas, incrementando pérdidas agrícolas y reduciendo el rendimiento por hectárea. A mayor degradación ambiental, mayor dependencia de ayuda externa y volatilidad de precios.

La deforestación también juega un papel crítico. Al remover bosques que protegen cuencas y regulan el clima local, se intensifican sequías e inundaciones, e incluso aumenta la falta de cobertura vegetal, reduciendo así la resiliencia natural del territorio.

Zonas críticas de inseguridad amilimentaria
La crisis climática y económica empuja a más de 40 millones de personas al hambre extremo. 

Qué medidas pueden tomarse para reducir sus efectos

Ante este panorama, la adaptación climática se vuelve indispensable para asegurar alimentos. En este sentido, la diversificación de cultivos mejora la resistencia a eventos extremos y las semillas adaptadas a sequías o lluvias intensas permiten sostener la producción.

La restauración de ecosistemas es otra herramienta clave. Reforestar cuencas y recuperar suelos degradados protege fuentes de agua y estabiliza el clima local, como así también los sistemas agroforestales, que combinan árboles y cultivos, aumentan la productividad sin dañar el entorno.

El fortalecimiento de la agricultura familiar mejora la seguridad alimentaria. El acceso a tecnología, capacitación y financiamiento permite aumentar la resiliencia comunitaria, mientras que los sistemas de alerta temprana ayudan a anticipar sequías o inundaciones y reducir pérdidas.

A nivel global, el incremento sostenido del financiamiento humanitario es urgente. Los organismos internacionales requieren recursos estables para sostener sus programas. Sin ese apoyo, millones podrían caer en niveles más profundos de precariedad alimentaria.

Redacción

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