En general una primera novela es una apuesta. Tanto para lectores como para editoriales, publicar el primer chapuzón de un escritor en las aguas que cimentaron ya hace más de un siglo autores como Proust, Flaubert, Stendhal o Tolstoi, es todo un desafío. Sin embargo, si bien Qué hago con la noche se trata de la primera de la primera publicación dentro de este registro por parte del periodista, músico y escritor Gustavo Álvarez Núñez (GAN), no es su primer libro.
El periodista, músico y escritor Gustavo Álvarez Núñez (GAN). Foto: redes sociales.Con amplia experiencia en redacciones y un destacado paso como editor musical de la revista Inrockuptibles, ya había publicado varios libros relacionados a la música, uno de sus grandes temas. Desde conversaciones con Daniel Melero (Ahora. Antes y después. Por una biografía posible, 2012) hasta la primera historia en español del Hip Hop (Más que calle, 2007) y el ensayo Éramos tan modernos (2020, La carretilla roja), una de las lecturas más originales sobre la consolidación del rock argentino de los ochentas con hipótesis que cuestionan ciertos lugares comunes.
En cuanto a la ficción, publicó un libro de relatos (Vidas epifánicas, Mansalva, 2015) y varios de poesía. También discos, tanto como solista como con su banda de culto Spleen dentro del mítico catálogo alternativo del sello Índice Vírgen de Sebastián Carreras que, junto con Ultrapop, marcó una época. Su tema “Ser feliz” es motivo de debate para muchos que aún se preguntan cómo no se convirtió en uno de los hits radiales más destacados del rock-pop local.
La música en el centro
Con todo ese background, no sorprende que la trama de la primera novela de GAN gire en torno a la música. Su protagonista es Gervasio Merchengieser, un ex agente de prensa/road manager de bandas de rock de casi 60 años que supo vivir a fondo una juventud cargada de anhelos, sueños y esperanzas y luego darse la cabeza de lleno contra un paredón de cemento a toda velocidad.
La novela está estructurada en once capítulos que se titulan ROUNDS. En su interior, fragmentos en su mayoría breves. En esa vida entendida en términos pugilísticos deambula Gervasio, atormentado por su relación con Sabrina –una suerte de Tana Ferro sin filtros–, sus recuerdos y su deseo aún inconcluso por dejar obra.
Es imposible no tender puentes autobiográficos alrededor de este personaje y el autor de la novela pero queda claro que cualquier búsqueda de coincidencias es un callejón sin salida. Lo interesante es dejarse llevar, perderse y conectar con este personaje al cual una oferta para dar un seminario acerca de cómo funciona la música lo devuelve a la vida por un rato.
“En la cabeza de Gervasio siempre hubo ruido. Pequeños conciertos, grandes conciertos. Días y días de giras. Discos a todo volumen. Música en el walkman. Música en el discman. Música en el celular. Pero él, en el fondo, amó y ama el silencio. Lo ama tanto que le tiene pavor. Hasta odia el silencio”, reflexiona el narrador que es una suerte de drone que se inmiscuye hasta en aquellos rincones más indeseables del protagonista y sus circunstancias.
El tono es, indefectiblemente, poético, con verbos como “atisbar”, y reflexivo, con menciones a Daniel Viglietti, Mark Hollis, John Cage, Sergio Larraín y la agencia Magnum. La cultura pop exuda a través de las páginas hasta chorrearse por los dedos.
Hay algo que lo une con autores como Alberto Fuguet quien, no casualmente, estuvo en una de las presentaciones de su novela. Las menciones a artistas, películas y bandas se cruzan con descripciones sorianescas de gatos que se estiran cual expertos en yoga y beben leche tibia de sus platitos con lengüetazos tímidos. La novela se vuelve casi como una etnografía doméstica.
También hay bastante de neurosis y algo de patetismo en ciertas escenas. Podría describirse como una novela neurótica. Es posible imaginar una película basada en esta novela con un completamente nervioso Daniel Hendler como protagonista que oscila entre el miedo a la insignificancia y el dilema de dejar o no una obra perdurable.
El periodista, músico y escritor Gustavo Álvarez Núñez (GAN). Foto: redes sociales.
Asimetría profesor/alumno
“Están aquí para pensar. Y mejor si piensan lo que se les canta. Aunque yo también les voy a cantar las cuarenta, ya no se dice así, ¿no?”, se pregunta en una clase el profesor Gervasio. Aquí se ve esa asimetría profesor/alumno. La comidilla y el lobby del ámbito universitario se entremezcla con el lobby del rock, las compañías discográficas, los managers, algo que uno no puede dejar de suponer que GAN ficcionaliza con conocimiento de causa.
“Hablar con el silencio, ese tipo de aventura intentó. En vez de prisa, pausa; en vez de aglomeración, minimalismo; en vez de tumulto, mutismo”, se lee sobre el final. En el último round, casi al borde de la última campanada, madurando el knock out, la novela se transforma. Se convierte en otra cosa. De pronto un recurso borgeano. Gervasio abre un manuscrito que le alcanzó una alumna llamada Clara Alperyn, cuyas intenciones por momentos son algo confusas No se entiende si lo admira o intenta seducirlo. Se titula “La joven promesa”.
Las últimas páginas consisten en este relato en donde se cuenta la historia de una frustrada estrella de rock. Sus tribulaciones y sus miedos. Su apogeo y ocaso. Una decisión narrativa inteligente para condensar, en una imagen, todo el peso de aquello que Meschengieser –¿O el propio GAN?– describe como “un Leviatán”. Bien podría hablar del rock, el amor o su destino en ineludible tensión permanente entre el silencio y el ruido.
Qué hago con la noche, de Gustavo Álvarez Núñez (Tusquets).

