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Las cifras mejoran, pero la pobreza aun afecta al 36%/ Por Candelaria de la Sota

Política |

La baja de la pobreza, entonces, es una noticia importante, pero incompleta. Muestra que el ajuste se estabiliza, que la inflación afloja y que la macro deja de sangrar, pero no alcanza para perforar un alto piso de pobreza estructural.

La nueva medición del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) confirmó una baja significativa en los indicadores de pobreza e indigencia, pero también volvió a exponer un problema más profundo: la Argentina parece condenada a moverse dentro de un corredor estrecho, incapaz de perforar un piso estructural que ronda el 30% de pobreza desde hace dos décadas.

Según los datos del informe, la pobreza por ingresos cayó al 36,3% y la indigencia al 6,8% en el tercer trimestre de 2025, datos que demuestran una sensible mejora respecto del pico inflacionario de 2023-2024. Sin embargo, cuando se analizan los factores que explican ese descenso y se comparan con la historia reciente, la conclusión es más inquietante que celebratoria: la baja ocurre dentro del mismo modelo que reproduce desigualdad, informalidad y falta de movilidad social.

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El trabajo del Observatorio de la Deuda Social (ODSA) sostiene que la Argentina atraviesa un cambio de régimen económico, una transición que deja atrás el ciclo posconvertibilidad, basado en gasto público alto, subsidios al consumo y déficit fiscal permanente. Ese modelo, que sostuvo el empleo pero no resolvió la informalidad ni la estructura productiva débil, terminó consolidando un piso de pobreza que nunca logró bajar del 25% incluso en los mejores años. Ahora, el giro libertario se propone lo contrario: orden fiscal, estabilización nominal y un Estado mucho más pequeño. La pregunta de fondo es si este nuevo esquema puede perforar el mismo límite histórico o si, por el contrario, lo consolidará.

Una desigualdad persistente

El informe es claro en advertir que el país enfrenta una desigualdad persistente que no se modifica con recortes presupuestarios ni con la sola baja de la inflación. Según el trabajo elaborado por los expertos del OSDA, el Gobierno logro avances en bajar la inflación, pero a costo de la caída del consumo y del empleo. Además, la caída de la pobreza (del 45,6 % al 36,3% de un año a otro) se apoya en un fuerte incremento de la ayuda social, sin la cual las cifras hoy serian otras.

En el análisis de la pobreza estructural, el informe recuerda que la Argentina arrastra un núcleo duro que no se modifica ni con recuperación económica ni con mejoras coyunturales de precios relativos. Una combinación de informalidad, escasa productividad, empleos precarios y políticas sociales que solo amortiguan emergencias mantiene encadenado a un tercio de la población. La transición hacia un modelo más agroexportador y de minería de baja demanda laboral podría, según la UCA, consolidar ese piso en lugar de reducirlo.

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No se llega a fin de mes…

El capítulo sobre estrés económico es tal vez uno de los que mejor refleja el clima social del presente. Aun con la desaceleración inflacionaria y la recomposición parcial de algunos ingresos, un porcentaje elevado de hogares declara no llegar a fin de mes. El malestar está en niveles similares a los de 2018-2019, un dato sugestivo: incluso cuando la macroeconomía muestra señales de orden, la calle no lo percibe como un cambio estructural sino apenas como un alivio transitorio.

La mejora es más visible en los estratos bajos y medio-bajos, donde la AUH, la Tarjeta Alimentar y otros refuerzos marcan una diferencia real en el día a día. Pero esos mismos programas confirman la fragilidad del esquema: más que sacar a los hogares de la pobreza, funcionan como un salvavidas para que no caigan en la indigencia. La estructura profunda del problema –trabajo formal escaso, baja productividad, crecimiento que no derrama– sigue intacta.

Inseguridad alimentaria

El estrés social también muestra retrocesos que no alcanzan. La inseguridad alimentaria bajó respecto del derrumbe de 2024, pero se mantiene alta en villas, periferias urbanas y familias con chicos. Lo mismo ocurre con el acceso a la salud y la seguridad social: la brecha entre formales e informales es amplia y persistente. El país parece moverse entre dos sistemas paralelos, uno para quienes tienen empleo registrado y otro para el resto.

El informe dedica un capítulo a la salud mental, un indicador que se ha vuelto central para explicar la vida cotidiana pos pandemia. Allí la UCA muestra que el malestar psicológico –ansiedad, frustración, incertidumbre, estrés– no retrocede. De hecho, se mantiene en niveles altos entre mujeres, jóvenes y sectores vulnerables. La economía ordenada convive con una sociedad desordenada; los números bajan, pero la angustia no.

La estabilización macro es condición necesaria pero no suficiente

La conclusión implícita del documento es que la estabilización macro es condición necesaria pero no suficiente. El país necesitaba frenar la inflación, corregir desequilibrios y ordenar cuentas. Pero ninguna de esas medidas, por sí solas, reduce la pobreza estructural. Para lograrlo, se requieren políticas de empleo, inversión en capital humano, urbanización de barrios populares y un nuevo entramado productivo que genere trabajo privado de calidad.

El desafío político es que estas transformaciones tardan. Y en un contexto de malestar acumulado, la paciencia social es corta. El Gobierno muestra la baja de la pobreza como un éxito temprano de su programa económico, y en parte lo es. Pero el informe de la UCA le recuerda que el verdadero examen no es bajar tres o cuatro puntos después de un ajuste, sino romper un piso que ningún gobierno pudo perforar desde principios de los 2000.

Para el oficialismo, la lectura es doble: por un lado, la baja de la pobreza es una buena noticia en medio de la discusión por el Presupuesto y la pulseada con los gobernadores; por otro, evidencia la fragilidad del rebote. La Argentina está mejor que hace un año, pero sigue siendo el país que no puede salir del 30% de pobreza, aun cuando cambie de modelo económico, de gobierno o de régimen de incentivos.

El riesgo es que el nuevo orden macroeconómico conviva con la vieja realidad social. Una economía más chica, con menos gasto y menos Estado, puede estabilizar precios pero no necesariamente generar movilidad ascendente. Esa tensión es la que sobrevuela todo el informe y la que, de algún modo, pone en cuestión el relato de un giro histórico: sin políticas que integren a los 30 de cada 100 argentinos que siguen atrás, ningún cambio de régimen será verdaderamente transformador.

La baja de la pobreza, entonces, es una noticia importante, pero incompleta. Muestra que el ajuste se estabiliza, que la inflación afloja y que la macro deja de sangrar. Pero también deja expuesta la pregunta que la Argentina arrastra desde hace dos décadas: ¿qué modelo, qué política y qué liderazgo van a romper de una vez por todas el techo de cristal que mantiene a un tercio de la población viviendo en la cornisa? Hasta que eso no ocurra, cada mejora será apenas un respiro en un ciclo que siempre vuelve al mismo lugar.

Redacción

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