“Mi abuelo Isaac zurcía e hilvanaba sombreros; mi padre, artesano peletero, cosía y unía pieles de nutrias, gatos monteses, visones. Yo remendaría corazones”, escribe Horacio Vogelfang en El corazón en la mano (Sudamericana), su primer libro. “Mi árbol familiar. Una forma de unir las piezas -le dice a Clarín el médico cirujano cardiovascular infantil, que en el año 2000 realizó el primer trasplante cardíaco pediátrico en el Hospital Garrahan-. Las manos son protagonistas”.
El cirujano pediátrico Horacio Vogelfang. Foto: Ariel Grinberg.En junio de 1953, con un año y seis meses, Horacio enfermó de poliomielitis, también le decían “parálisis infantil”. Fue una de las 2579 personas que se contagiaron el poliovirus en el brote de ese año en Argentina. Una enfermedad que, como escribió su nieta Antonia, de diez años, para el “café literario” de la escuela -texto que se reproduce en el libro con su autorización- marcó su vida: “después de llegar el diagnóstico (que no fue fácil), de pasar por varias cirugías, Horacio quedó con una pierna sin fuerza (…). A él siempre le gustó el fútbol y esa discapacidad hizo que no pudiera correr obligándolo a convertirse en el mejor arquero del barrio de la Paternal (…) Esa enfermedad despertó en él el deseo de ayudar a los demás”.
Tiempo después, en 1976 se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, continuó su formación en Estados Unidos, Londres, Canadá, Alemania y se convirtió en una de las figuras pioneras en el trasplante cardíaco infantil en Latinoamérica. Fue el encargado en poner en marcha el único programa de estas características en la región, con más de un centenar de niñas, niños y adolescentes trasplantados desde entonces. En 2017, fue reconocido “Personalidad Destacada de las Ciencias Médicas”, por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
–En el final del texto, que su nieta leyó en voz alta en el colegio, dice: “Al mismo tiempo que Horacio contraía la enfermedad, Jonas Salk descubría la vacuna para la polio, lo que llevaría a erradicar la enfermedad en el siglo XX. Un gran cierre, teniendo en cuenta lo que hoy está sucediendo con las vacunas.
–Hoy se está poniendo en dudas el valor de las vacunas. De hecho, estamos enfrentando nuevamente enfermedades que teníamos erradicadas. Se está por declarar al país no libre de sarampión. Enfermedades que vuelven aparecer. Tos convulsa, casos de polio. Es un momento de atención, un retroceso para la humanidad.
El Garrahan es su gente
En la portada del libro Vogelfang que lleva por subtítulo: “La historia de vida de un cirujano de trasplante cardíaco infantil”, el doctor posa con un impecable guardapolvo blanco que tiene bordado en el bolsillo superior: Hospital de Pediatría Garrahan, con el dibujo simbólico de los dos pequeños. En el prefacio escribe: “¡El Garrahan es su gente! Tal vez estuve equivocado al pensar que el Estado debe ocuparse de sostener en sus hospitales la medicina de más alta complejidad en un nivel de excelencia superlativo (…) Y en la red hospitalaria pública garantizar el acceso universal a las prestaciones de la población con menores recursos económicos”.
–Usted se pregunta si fue pertinente su obstinación por contribuir a que en el Garrahan se desarrollaran prácticas de la más alta complejidad. Y responde: “La duda me entristece”.
–Siempre pensé que el Estado debe proveer un nivel de excelencia en la medicina de alta complejidad. Eso le hace bien a la población, porque quien no puede acceder a sistemas prepagos o no tienen obra social, tiene el resguardo del Estado. Pero también les hace bien a los agentes que trabajamos en eso. Si el Estado sostiene instituciones de excelencia, si el Estado remunera bien a sus profesionales, técnicos, a todo el equipo de salud, el sistema privado se tiene que amoldar a eso. Está bien que el privado lucre, pero lo va a tener que hacer frente a un competidor de excelencia. De esa manera se eleva la vara.
Me sentí dolido por algunas palabras que se dijeron de la gente del hospital Garrahan. No lo merecen.
–Entre las tantas preguntas que hace en el libro, hay una que nos invita a reflexionar en estos tiempos: “Si la salud pública deja de ser un bien social, ¿pasa a ser un componente más de la meritocracia?».
–Lo pensé cuando escuché que el Garrahan era un refugio de “ñoquis”. El Garrahan es un estandarte de la salud pública. La alta complejidad médica es algo que no puede tener fin de lucro, porque es tan cara hacerla que, si a eso se le agrega el fin de lucro, lo deja remitido a un sector muy pequeño de población. El que lo puede pagar, el que puede acceder a una prepaga que cubra esas prestaciones. Me sentí dolido por algunas palabras que se dijeron de la gente del hospital. No lo merecen. Es importante el mérito del hospital. El Garrahan es un ente autárquico, presenta un presupuesto y las autoridades, o sea, las jurisdicciones que cubren ese presupuesto, lo aceptan y lo pagan. Y es el Garrahan el que lo maneja, paga sueldos, contrata, compra instrumental.
El cirujano pediátrico Horacio Vogelfang. Foto: Ariel Grinberg.–Usted bien señala que siempre se movió a partir de la necesidad.
–Lo que yo logré muchas veces fue convencer de que lo que proponía era algo necesario, porque había patologías que necesitaban eso que estaba proponiendo y había mucha gente que estaba dispuesta, y con la idoneidad y con la experiencia, como para poder armar proyectos que se podían llevar adelante. Siempre me moví con la necesidad de los pacientes. No era algo que a mí se me ocurría porqué sí, era una necesidad. Había que hacerlo. Salvar vidas.
“La levedad de la infancia se transforma en origen cuando la recordamos en el presente (…) Secuelas, siempre hay secuelas a las que echarles la culpa por yerros y desaciertos. En el cuerpo, las de una pierna inutilizada por la parálisis infantil. En la mente, las de una afanosa obsesión superadora y las de una concepción humanista-socialista (…) El hospital público sería mi espacio transformador, la geografía de mis ideales”, detalla en un pasaje de El corazón en la mano.
La militancia por la profesión, por la salud pública y la vida de Vogelfang comenzó en 1977 al ingresar a la residencia de cirugía cardiovascular infantil en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Allí conoció el mundo de las vicisitudes y sufrimientos de familias humildes y sus esfuerzos por restaurar la salud pérdida de sus seres queridos más pequeños. “Allí se consolidó mi vocación por salvar al niño. Algo hacía que el padecimiento de niñas y niños, y el sufrimiento y desesperación de sus padres por verlos curados despertara un sentimiento de identificación y obligación”.
En el correr de las páginas el médico narra sus vivencias más personales y el camino a abrazar la vocación por salvar al niño. “Si en algo contribuye esto que escribí, es mostrar que las instituciones las hacen las personas. Y sí, hay conflictos, hay intereses, hay problemas, pero a pesar de eso se avanza”.
A fines de abril de 1996, durante un acto en el Aula Magna del hospital, se inauguró el primer Banco de Arterias y Válvulas Cardíacas Humanas Criopreservadas. Institucionalmente, el Hospital Garrahan tomaba el desafío de generar en el país un banco de prótesis cardíacas de origen biológico/humano. “Así nació el Banco de Homoinjertos -destaca Horacio-. Sin reparos ni limitaciones, la dirección apoyó con un notable esfuerzo presupuestario para contar con el equipamiento de última generación que se requería. Siempre se intentó resolver situaciones dolorosas para las familias, ayudar a los pacientes, salvar vidas. Trabajamos con los corazones que se donan pero que por alguna razón no sirven para trasplantarlos. De esos corazones sin vida, se pueden extraer válvulas, arterias, aorta y pulmonar para usarlas luego en chicos con cardiopatías congénitas. Fue una revolución en toda Latinoamérica. Se exportaron homoinjertos a Chile, México, Uruguay. Eso lo hizo y lo hace el Garrahan”.
Abril Dispenza trasplantada del corazon cuando era una beba, abrazando al cirujano Horacio Vogefang, el invitado «héroe» de la fiesta. Foto: gentileza.El arte, la música, la lectura, la escritura siempre estuvieron presentes en la vida de Horacio Vogelfang, el médico que en 2019 fue postulado por Red Solidaria y a Cátedra Unesco de Educación para la Paz y la Comprensión a ser nominado al Premio Nobel de Medicina por su contribución a la cirugía cardíaca infantil. “Leo, escucho, miro películas, series. Mi compañera, mi mujer Claudia, es una fanática de los libros, de la lectura. Está todo el tiempo trayéndome cosas, mostrándome -confiesa-. También hice varios cursos, con (Juan José) Campanella y (Aída) Bortnik de escritura para cine. Cuando falleció Aída hice uno de dramaturgia con (Mauricio) Kartun, escritura con Ariel Barchilón que falleció hace muy poquito -comenta-. Continué con Javier Sinay a quién había conocido después que me hiciera una nota para el diario digital Red/Acción”.
–¿Con Sinay surgió la idea de hacer el libro?
–Empecé a escribir lo que se me venía a la cabeza. En una oportunidad, Javier me dijo: “Mirá, a mí me parece que acá hay un libro”. El texto comenzó a tomar vuelo hasta que llegó a las manos de Nacho Iraola. Le gustó y se lo envió a Penguin Radom House.
–¿Cómo fue repasar su vida?
–La memoria me tomaba por asalto cuando me sentaba a escribir. Javier me había dicho de hacer una lista de las cosas que aparecían y así comencé a anotar: anécdotas, personas, libros, experiencias… Y la lista fue creciendo. Después empecé a hablar sobre cada una de esas cosas. Y es maravilloso porque pareciera que alguien te dicta, te susurra, como si fuera tu voluntad. Me sorprendió lo anárquico de esas apariciones, de esos recuerdos que van apareciendo sin uno saber por qué, ni cómo. Y después, al empezar a escribirla, se van ordenando. Me acuerdo que Kartun tenía una frase maravillosa, algo así: “hay que empezar, que los melones se acomodan a medida que anda el carro”.
–Uno de los mayores desafíos, sin duda, fue el de describir las cirugías sin dejar de lado la verosimilitud y la seducción del hilo narrador.
–Javier me alentó a que lo hiciera, me decía “es un libro del cual la gente puede aprender cosas, entender lo que ocurre”. Me animó a que lo hiciera, que contará cómo era una cirugía, lo qué es una sutura, lo que pasa con el paciente, con el médico, con la familia. Y fue totalmente natural contar ese estar en el quirófano.
Sin margen para el error
“Todo debía salir bien. Sin margen para el error. El fracaso (la muerte de Sabrina M.) sepultaría para siempre el Programa de Trasplante Cardíaco. ¿Se suponía que dependía de un milagro? ¿De la suerte? (…) El quirófano estaba listo. Había operado miles de corazones, pero nunca había sostenido un corazón frío, detenido, flácido, extraído hacía unas pocas horas de un cuerpo muerto, con la ilusión de que volviera a latir”, narra Vogelfang lo que ocurrió ese soleado domingo de octubre de 2000, el año que hicieron el primer trasplante en el Garrahan.
–¿Cuántos trasplantes de corazón realizó?
–Más de 60 durante toda mi gestión, pero en el hospital se hicieron más de cien.
–En un fragmento del libro se refiere a los milagros, esos de los que parecemos depender a pesar de los avances de la ciencia…
–La donación de órganos es un milagro. Hay un chico, un adolescente, un adulto muy joven que fallece y su familia determina que va a donar los órganos. Eso para mí tiene un caudal, un quantum de solidaridad y de amor a la comunidad, que por ahí el que lo está haciendo ni siquiera lo sabe, pero eso es maravilloso. Y cuando vemos que ese corazón que fue sacado dos, tres horas antes por el equipo de ablación, que fue a buscarlo, y luego cuando lo implantamos y comienza a latir… es un momento mágico.
La donación de órganos es un milagro.
–Me parece importante rescatar la mirada que aporta sobre las otras familias, aquellas que donan el corazón.
–En la Argentina tenemos la ley (27.447, conocida popularmente como la Ley Justina), una ley sabia, inteligente, pero no se puede prescindir de la concientización. Porque la donación de órganos no puede ser solamente un hecho obligado por la ley. El INCUCAI siempre lo dice: es un hecho solidario. Y hay que concientizar a la comunidad de lo que significa la donación de órganos. En nuestro país se hace con una absoluta transparencia y con un nivel de excelencia superlativo.
–A diferencia de otros órganos, ¿el corazón requiere otros cuidados?
–El enfoque es diferente porque tiene que ser algo inmediato. El corazón, aun latiendo de manera deficiente, todavía puede alimentar y sostener al resto de los órganos funcionando bien, pero ese corazón, ya para ser corazón, no va a servir. Por eso hay que interpretar el momento en el que se ofrece un donante, entender bien cómo es la condición de ese donante, con qué drogas está mantenido el trabajo del corazón, si ese corazón sufrió o no un paro previo, los antecedentes de la persona fallecida de la cual se van a procurar los órganos. Inclusive hay que tener en cuenta la distancia, porque tenemos un límite de tiempo. El ideal, marca no más de cuatro horas desde que el corazón en el donante deja de latir hasta que uno le da la posibilidad de que comience a latir en el receptor.
El jefe de trasplante cardíaco del Hospital Garrahan Horacio Vogelfang junto a su equipo, fuedistinguido en la Legislatura porteña como personalidad destacada de la ciudad. Foto: Maxi Failla.–Y luego la cirugía como una sinfonía.
–Nosotros, los cirujanos, trabajamos en un campo pequeñito, lo que miramos, lo que vemos está magnificado por telescopios, lupas y no sacamos la vista de ahí. Entonces ocurre algo maravilloso, que se da en el conjunto, en el trabajo en equipo, donde se da una respuesta instantánea frente a una situación. Mi mirada no sale de ese espacio, mi mano es la que sale, la que espera, es casi como un ballet. Lo que siempre intento es tener una actitud armoniosa. Hay dificultades, y a veces hay complicaciones muy serias (hace una pausa), mejor no explicarlas, pero lo más importante es mantener la calma, la armonía.
No dejo de aprender
“Sus palabras, recordando ese triste momento, revivieron en mí la frustración, dolor y enojo que me asaltan cada vez que fallece un paciente”, escribe Horacio Vogelfang en una de las cartas que se reproduce en el libro. “Yo no dejo de aprender de las familias -acota-, de los pacientes, es algo maravilloso. Ser testigo de cómo pelean por la alegría y por la vida, es realmente algo impresionante”.
–Celebrar la vida, dice y usted destaca a aquellas personas que trabajan anónimamente de manera solidaria, como el caso de Chris Martin, el cantante de Coldplay.
–Sí, en 2016, la banda se presentó en el Estadio Único de La Plata (como parte de la gira A Head Full of Dreams Tour). Chris Martin se contactó a través de la productora: “Nada de prensa” fue el requisito. Quería visitar a los chicos trasplantados o que esperaban un corazón, Quería entregarles un mensaje de esperanza y fuerza. En 2017 (el 15 de noviembre), horas antes de su nueva presentación nos volvió a visitar, esta vez junto al baterista (Will Champion). Chris volvió a cruzarse con Marianela, a quien ya había visto. Esta vez, Marianela tenía el corazón trasplantado.
«Hace unos meses, te dije que mi cabeza está llena de sueños como la tuya… y me enseñaste que los sueños se hacen realidad» (“A few months ago, I told you that my head is full of dreams like yours…and you taught me that dreams come true”), le dijo Chris a la niña de 9 años que estuvo conectada a un corazón artificial durante 995 días. Su trasplante fue el número 51 en el Garrahan.
“Una cometa es un contrato de gloria que se debe contraer con el sol, así te haces amigo del campo, el río y el viento, y te pasas rezando toda la fría noche anterior bajo la luna viajera sin hilo, para hacerte digno, lírico y puro”, dice el poema de Leonardo Cohen, el que eligió Horacio Vogelfang para recordar lo vivido, lo “liberado” ante la hoja en blanco y que devino en un libro que enfrenta los dilemas humanos.
El corazón en la mano, de Horacio Vogelfang (Sudamericana).

