Demasiadas veces pasa cuando se analiza nuestra evolución política que parece que viviéramos en un bucle eterno y repetido. Lo constaté, una vez más, por casualidad, cuando alguien hizo referencia en redes a una columna mía de octubre de 2010 de título “oposición”. La releí. Me desesperanzó.
Eran los primeros meses de la presidencia de Mujica y había ataques directos de sindicatos a su gestión. Escribía yo: “aparece la estrategia de ayudar al gobierno desde la discrepancia, máxime cuando el Ejecutivo, con cintura, acepta propuestas de los adversarios. Así se llega a acuerdos en las modificaciones al secreto bancario y en el pase de vacantes militares a policías para reforzar la seguridad en las calles”.
Y agregaba: “la democracia precisa una oposición que marque un rumbo distinto. Vendrán proyectos nefastos: la anulación de la ley de caducidad; la ley de medios; la incapacidad en la gestión de seguridad pública. La mitad del país no votó a Vázquez ni a Mujica. Intuye que hay otra forma de gestionar la cosa pública, quiere modernidad y eficiencia, sin más burocracia, con exigencia de calidad. Quien en estos años, blanco o colorado, se dedique a promover esa visión de país con eficiencia, sentido común, buen tono, firmeza y claridad, será premiado por la gente”. Y así fue, ya que la interna blanca de 2014 fue ganada por Lacalle Pou, que no tomaba mate con Mujica.
En 2025 estamos en una nueva vuelta del bucle. Pero más abajo: por ejemplo, limitamos aún más el secreto bancario; la inseguridad es mucho peor hoy que en 2010; y las vergonzosas injusticias por la anulación de la ley de caducidad ya ocurrieron. También, los ademanes son más obvios: salvo el digno sector de Ojeda, blancos y colorados en el Senado votaron el presupuesto del Frente Amplio (FA) en general. Queda así claro, en nuestro bucle-país, que la convicción opositora es aquí como el gato de Schrödinger que vive y muere a la vez.
Quince años más tarde aquellas evidentes iniciativas de concertaciones republicanas promovidas por Carlos Maggi o Rodolfo Sienra, por ejemplo, y cuyos protagonistas debían ser blancos y colorados, siguen sin afirmarse por doquier: si apenas Salto entendió bien el asunto luego de varias derrotas. Y si se excluye la particular coyuntura de 2019, que tuvo un protagonista electoral clave en Cabildo Abierto para debilitar al FA, desde 2004 que no hay forma de que la izquierda baje de 44% de apoyos en octubre.
Hay que analizar las cosas como son y no como uno querría que fueran. Si este bucle se repite es porque efectivamente es el que mejor refleja nuestra esencia: un FA mayoritario con real vocación de poder; un Partido Nacional cómodo con sus gobiernos departamentales y su oposición de Schrödinger; y un Partido Colorado con un ADN que entiende todo de política, pero sin sustentos sociales y culturales como para volver a ser mayoría.
¿Por qué pensar que en 2040 no estaremos en una nueva vuelta del bucle? Si la “conjunción feliz de meteoros” que señalara Real de Azúa en “El impulso y su freno” (escrito en 1964) nos sigue salvando de las desgracias de nuestro continente, es obvio que así será. En el fondo, todos estarán conformes con su papel. Y al que no le guste, las puertas de la emigración están abiertas. Como siempre en el bucle-país.
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