Con la fuerza de una mirada que siempre pone a hablar a los contrarios, Tierra de empusas es la primera novela de la escritora polaca Olga Tokarczuk, tras haber ganado el Premio Nobel en 2018. La historia va del realismo a lo sobrenatural, se apropia de distintos géneros, mitologías y atmósferas para revelar otras maneras de abordar la salud, la enfermedad y la muerte, y a la par, pone en acción las ideas más descabelladas que existieron en todos los tiempos sobre las mujeres y su condición.
Olga Tokarczuk. (Photo by SASCHA SCHUERMANN / AFP)El comienzo lleva a pensar instantáneamente en La montaña mágica, de Thomas Mann. En un pueblito de Polonia, al pié de las montañas, a principios del siglo XX, el joven Wojnicz, estudiante de ingenieria como lo era Hans Castorp, se aloja en una pensión para hombres para recibir el tratamiento del sanatorio local, con la esperanza de curar su tuberculosis. También se hospedan otros hombres enfermos, todos ellos están aburridos y se entretienen con discusiones filosóficas mientras toman un licor llamado Schwärmerei (entusiasmo). Y esperan.
Claro que en sus charlas se esconden muchas referencias a la novela de Mann, con temas que recorren el paso del tiempo, los nacionalismos, lo divino y lo humano, la enfermedad, el futuro.
Por rabia y por despecho
“Escribí esta novela por rabia y por despecho hacia la de Mann, porque la suya trata exclusivamente de hombres, de sus asuntos; porque en ella hay una total exclusión de las mujeres”, contó la autora a un medio británico. Así, tarde a tarde, estos pacientes y padecientes centran su charla, con ridícula seriedad, en las diversas ideas que exponen la inferioridad de las mujeres.
Entre ellas, discuten sobre la naturaleza del alma de las mujeres –se preguntan si la tienen o no–; su derecho a voto; sus necesidades sexuales; su modo insignificante de pensar. Lo sorprendente no es que ellos están convencidos de esas ideas disparatadas, sino que dichas ideas no fueron invenciones de la autora, ya que las tomó de distintos autores que van de William S. Burroughs a Tertuliano, en una lista que se encarga de explicitar en una nota final.
Olga Tokarczuk. (Photo by SASCHA SCHUERMANN / AFP)Hay que decir que mucho antes de ganar el premio que la volvió conocida en el resto del mundo, Tokarczuk ya era una figura pública en Polonia, reconocida activista, intelectual y crítica de la ultra derecha y la política polaca, además de bestseller. Y esa mirada, en especial su ecofeminismo activo, atraviesa la trama de la novela nueva, en distintos niveles.
Ahora bien, los diálogos filosóficos son solo una de las columnas sobre las que se asienta la historia. Muy pronto comienzan a ocurrir sucesos inquietantes, que llevan la novela hacia el territorio de lo gótico, con la lógica del policial. Por un lado, aparece ahorcada la esposa del dueño de la pensión; por otro ocurren muertes extrañas en los bosques de las montañas circundantes, siempre el mismo día de noviembre. Y la atmósfera se enrarece aún más cuando de modo sutil late la amenaza de presencias que observan y acechan a los protagonistas.
Claro que la libertad para desplazarse entre géneros ya podría considerarse uno de los rasgos de la poética de Tokarczuk. De hecho, obtuvo el Nobel “por una imaginación narrativa que con pasión enciclopédica representa el cruce de fronteras como una forma de vida”, como dijo el jurado.
En especial esa cualidad se percibe en su novela Los errantes, que ya había ganado el Man Booker Internacional Prize. En esta novela, es difícil hablar de un hilo argumental porque la trama es fragmentaria y se sostiene en la atemporalidad. La narración empieza con un autorretrato, y avanza entre la ficción y la no ficción, con algunos tramos ensayísticos, escenas imaginarias que llevan a pensar en un diario híbrido de viaje.
En ese sentido, ambas novelas comparten la atención puesta en el cuerpo, los avances y retrocesos de la ciencia, y los cambios de época; tres ejes que parecen interesarle a la autora, incluso antes de empezar a escribir. Por empezar, ella estudió psicología en la Universidad de Varsovia y trabajó largos años en el sistema de salud de ese país, fue voluntaria en la atención de enfermos mentales, y más adelante psicoterapeuta en la clínica de Walbrzych.
De hecho, los libros ambientados muy cerca de ese pueblo, en el valle de Kłodzko, le dieron popularidad en su país. Solo que recién en 1996 tuvo el primer éxito como escritora con la saga familiar Un lugar llamado antaño, una novela que retrata la historia de Polonia en el siglo XX, en una suerte de realismo mágico.
Necesidad de la realidad
“Creo que tenemos una redefinición por delante de lo que entendemos hoy en día por el concepto de realismo, y una búsqueda de uno nuevo que nos permita ir más allá de los límites de nuestro ego y penetrar en la pantalla de vidrio a través de la cual vemos el mundo. Porque en estos días la necesidad de la realidad es atendida por los medios de comunicación, los sitios de redes sociales y las relaciones indirectas en Internet. Quizás lo que inevitablemente nos espera es una especie de neo-surrealismo”, dijo la autora en el discurso que dio al ganar el Nobel. Y de múltiples maneras, el propósito se nota en Tierra de empusas.
Olga Tokarczuk. (AP Photo/Martin Meissner)Por ejemplo, la voz narrativa empieza de modo tradicional, con un narrador omnisciente, solo que basta avanzar unas páginas para percibir que hay un “nosotras” que observa y narra. ¿Quiénes son esas narradoras invisibles llenas de ojos? Y ese es solo el comienzo, al entorno realista que se construye en los primeros capítulos, se le suman capas que enrarecen los sucesos.
Por supuesto, el título encierra una clave del misterio: en la mitología griega las empusas son criaturas femeninas que cambian de forma para seducir y devorar a los hombres. Tokarczuk juega con ellas, las hace deambular, invisibles pero atentas, en una suerte de poder oculto en las sombras. Y logra dos cosas: desestabiliza la racionalidad encarnada en el mundo masculino del protagonista; y al mismo tiempo, deja a la vista la incomprensión y el temor que históricamente encarnó el poder de lo femenino.
Tierra de empusas, de Olga Tokarczuk (Anagrama).

