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El gurú de la terapia opuesta al psicoanálisis se define: «Somos taxistas, vamos donde nos dice el cliente»

“Hablar de problemas lleva a problemas y hablar de soluciones crea soluciones”. La frase suena a eslogan publicitario, pero salió naturalmente de la boca de un psicólogo, el español Mark Beyebach, justo cuando la entrevista con Clarín iba por la mitad y el pionero en la llamada terapia breve centrada en soluciones había explicado qué es eso a lo que se dedica y cómo ese método puede ayudar a personas con ansiedad y depresión, entre otras problemáticas frecuentes de salud mental.

“Yo digo que los terapeutas somos taxistas. Vamos adonde nos dice el cliente. Por dónde vamos, es lo que distingue nuestro trabajo”, definió. Fue en una charla telefónica amable y larga, en el marco de su venida al país invitado por la Fundación Gregory Bateson de Buenos Aires, para participar del XVII Congreso Internacional de Psicología de la Facultad de Psicología de la UBA, encuentro al que lo convocaron para reflexionar sobre el futuro de las psicoterapias. Justo en un contexto de irrefrenable avance de la inteligencia artificial (o IA), incluso -creen algunos como Beyebach- como reemplazo futuro de la propia actividad de los psicológicos.

Sin dudas, otra amenaza más para los profesionales de la salud mental en el país con mayor tasa poblacional de psicólogos del mundo (según cifras de la OMS de 2016), y en donde el psicoanálisis, la teoría desarrollada por Sigmund Freud, es todavía priorizada por muchas personas como «la» propuesta de abordaje de los procesos mentales realmente válida. Aunque él en cierta medida lo relativice, nada parece más lejano que lo que propone Beyebach.

En las antípodas de ese largo y sinuoso camino de años que puede llevar un tratamiento psicoanalítico hasta que el paciente obtenga el alta, aparecen (en paralelo al abuso de psicofármacos para resolver problemas ligados al ánimo incluso livianos) propuestas -¿más superficiales, quizás?- que parecen responder a la falta de paciencia o de tiempo (o las dos cosas), un signo del aire de esta época digitalizada al máximo, por el que se eligen terapias cortas, de aspiración plenamente resolutiva. Entre ellas, la que trae Beyebach.

Un hombre que desde chico vive en España (nació en Alemania) y viene con sus credenciales: es doctor en Psicología por la Pontificia Universidad de Salamanca, fundador y expresidente de la Asociación Europea de Terapia Breve (EBTA). Además de decenas de trabajos y libros publicados, entre 1993 y 2011 dirigió el Máster en Terapia Familiar e Intervenciones Sistémicas de la Universidad de Salamanca y desde 2013 es profesor en la Universidad Pública de Navarra.

«Las expectativas de los consultantes sobre su futuro son centrales», dice el experto. Foto: Luciano Thieberger

-¿Qué es la terapia breve centrada en soluciones, exactamente?

-Es un enfoque que nació en los 80, primero en Palo Alto, California, y después hubo líneas alternativas en Milwaukee, Wisconsin (ambos en Estados Unidos), en el campo de las terapias familiares, pero desde un punto de vista más bien estratégico y comunicacional. El planteo inicial era que los problemas generalmente son causados por razones múltiples y que las personas acuden a terapia cuando se entrampan cada vez más y suman ansiedad. Esto provoca ciclos viciosos que incrementan el problema inicial. Se empezó a hacer la experiencia de hacer una terapia limitada, de máximo 10 sesiones, con la mirada puesta en las interacciones: ver qué hacían las personas que no funcionaba y que mantenía o agravaba el problema. A partir de esto nació el interés no tanto por interrumpir los patrones problemáticos sino por aumentar los círculos virtuosos.

-O sea, ¿quedarse con el medio vaso lleno?

-Sí. Pusieron la lupa en eso y en mantener conversaciones en la primera consulta respecto de cuál sería el futuro preferido de la persona. Cómo querrían que fuera su futuro, todo de forma muy interaccional y conductual, impulsando a la persona a comportarse como si ese futuro fuera su presente. O sea, les preguntaron, cómo querrían que fueran las cosas, trabajando con las fortalezas y aprovechando al máximo los recursos. Esto le dio cuerpo a una forma de intervención más breve y empoderadora.

-¿Pero de qué sirve simular estar en un presente que no es real? En la medida en que el problema de fondo no sea resuelto o trabajado a fondo, ¿no terminan siendo breves los resultados también?

-Es una buena pregunta. Luego de tomar contacto con ese grupo en Estados Unidos (eso fue en 1991), volví a España con esa duda. Yo me había formado en terapia familiar más clásica y en la terapia estratégica de Palo Alto, donde trabajaban en identificar los círculos viciosos y en convencer a la persona de que, de algún modo, los dejara de generar; que la persona fuera a la situación de ansiedad y la superara. Los de Milwaukee eran enfoques complementarios. Apuntaban a eso de pensar el futuro preferido y proponerle a la persona hacer el experimento de comportarse como si estuviera en ese futuro. O sea, ayudarla a hacer más lo que funciona que lo que no funciona. Yo me pregunté entonces si esto tan gringo podía funcionar acá.

¿Y entonces?

-Lo que hicimos fue empezar a probarlo en Salamanca. Claro que nos preguntamos si la gente iba a retroceder en el largo plazo, pero vimos que los resultados eran buenos y que se mantenían hasta por tres años. Por supuesto algunos caían, como pasa en todas las terapias, pero la mayoría no rebotaba.

-¿Qué significa «terapia breve»? ¿De cuántas sesiones o encuentros estamos hablando?

-Cuatro o cinco. Como mucho, seis. En realidad hacemos todas las que hagan falta, pero las menos posibles. La mayoría de los consultantes van muy poco. Cuatro sesiones es poco, pero es mucho comparativamente a cómo lo hacen en Canadá, donde suelen hacer un solo encuentro.

«Si la persona pide una introspección y análisis del pasado, lo remito a un psicoanalista». Foto: Luciano Thieberger

-Parece una propuesta lejana a la idea del espacio de terapia como ese rato semanal de permanente acompañamiento a lo largo de años.

-No tiene nada que ver con un espacio de compañía, claro. La aspiración del terapeuta que hace terapia breve es desaparecer de la vida del consultante; no dejar huellas en la playa. Hay una visión muy humanista de pensar que la mayoría de la gente tiene recursos y potencial como para funcionar de manera autónoma y autodeterminada, sin precisar del terapeuta. Claro que hay gente que por ejemplo sufrió abusos en su infancia y que seguro precisa un acompañamiento más intensivo. Pero el psicólogo tiende a desaparecer.

-¿Podrían analizar con este método a un niño con autismo, por ejemplo, o hay limitaciones?

-Personalmente no trabajé con casos así. Sí con padres de personas autistas y sí con personas con discapacidad intelectual. Claro que se da una interacción más limitada porque el diálogo es muy importante.

-Antes explicó que en este método, las expectativas de los consultantes son clave. ¿Es un formato de terapia “on demand”, se podría decir, en la que se le ofrece al cliente lo que él en definitiva quiere ser o tener?

-Un poco, sí. Las expectativas de los consultantes sobre su futuro son centrales; qué quieren y qué esperan y cómo lo quieren conseguir. Si la persona pide una introspección y análisis del pasado, lo remito a un psicoanalista. Yo digo que los terapeutas somos taxistas. Vamos adonde nos dice el cliente. Por dónde vamos, es lo que distingue nuestro trabajo.

-Supongamos que soy una persona que hace psicoanálisis. ¿Qué es lo que más me sorprendería si asistiera a una sesión con usted?

-Lo que más te sorprendería es que saldrías muy esperanzada. Y saldrías de la sesión diciendo “yo pensé que lo hacía peor y resulta que no lo hago tan mal”. Y si te proponemos un experimento, también te sentirías así.

-¿Por ejemplo?

-Pedirle a la persona que dos veces por semana actúe como si las cosas hubieran mejorado. Fíjense el efecto que crea: familias que hacen una caja bonita en la que van metiendo papeles donde nombran a distintos miembros de la familia. Si alguno hace algo lindo, ponerlo ahí. Es hacer algo distinto. Actuar de otra forma, hacer cosas distintas de lo usual. La idea de permitirte conocerte a tí mismo, es más de las terapias tradicionales. Nuestra lectura es más sencilla: si los cambios se producen, los aprovechás y podés avanzar.

«En psicoterapia lo bonito es que se puede llegar a un mismo sitio por caminos muy diferentes». Foto: Luciano Thieberger

-O sea que eso de desanudar problemas de toda la vida… digamos que no iríamos por ahí.

-Claro que es legítimo desanudar y trabajar años. Sirve. Es una forma de trabajar. Pero son enfoques más largos. Son legítimos para quienes quieren algo más reflexivo. En psicoterapia lo bonito es que se puede llegar a un mismo sitio por caminos muy diferentes. Algunos son poco eficientes, por los tiempos que llevan.

-¿No será que algunas psicoterapias sirven para algunos problemas pero no para todos?

-No. Sabemos que la cronicidad de los problemas es un mal predictor. Un cliente que ha sufrido más tiempo va a requerir más ayuda y quizás termine peor, pero finalmente importa más el terapeuta que el modelo terapéutico. Esto que hacemos no es necesariamente para problemas sencillitos. Yo casi lo veo al revés. En problemas más graves, viene bien tener una terapeuta centrado en recursos. Es una mirada menos médica. Se trabaja con todo tipo de casos. Es importante que los terapeutas no nos casemos con un solo modelo.

-La pregunta apuntaba a pensar cómo abordar, por ejemplo, un trastorno obsesivo-compulsivo en cuatro o cinco encuentros.

-Hablar de problemas lleva a problemas y hablar de soluciones crea soluciones. Claro que el psicólogo tiene que dejar un espacio para cada cosa. Mis colegas más radicales dejan poco espacio para hablar de los problemas y a los cinco minutos quizás ya están hablando del futuro que le gustaría tener a la persona. Yo en particular me hago el tiempo para entender qué le duele a la persona. Luego, la idea es que la persona refocalice. El consultante quizás da vueltas día y noche porque el problema lo invade. Cambiar el foco sobre las soluciones es una forma de generar un cambio en la misma sesión. Si nos ponemos a escuchar problemas, vos te convertís en parte del problema. Pero hablar de soluciones es terapéutico de por sí. Es cierto que si hay injusticias o maltratos que hay que validar. Pero luego hay que moverse de ese sitio.

-¿Todo esto en una hora?

-Son sesiones de aproximadamente una hora. Pero en la primera entrevista yo prefiero tener una hora y media.

-¿Qué tipo de problemas son los más usuales, entre los que llevan los consultantes?

-Lo que más se ve son variaciones de problemas de ansiedad y depresión. Estas dos problemáticas conforman buena parte de las cuestiones individuales. También se hace bastante terapia de pareja. No sé acá, pero en España, la mitad de las parejas se divorcia; y no una sola vez. Yo veo básicamente parejas que consultan porque están muy distanciadas por la rutina y por la sobrecarga de trabajo. También, parejas en sí muy conflictivas, con muchos desencuentros. Al nivel de las familias, siguen ganando los problemas de los adolescentes descontrolados, sea por drogas como porque son adictos a las pantallas. Esto es lo que yo veo que ocurre.

-En Argentina hay mucha preocupación por la cantidad de personas con problemas de ansiedad y depresión. No ayudan las crisis económicas constantes.

-La salud mental tiene condicionantes socioeconómicos. Hay una vertiente emocional ligada a la incertidumbre económica, que es un factor de estrés y genera ansiedad y preocupación. Ahora bien, es mucho mejor hacer terapia que tomar un fármaco o hundirse en alcohol. He trabajado con personas con enfermedades crónicas que no tienen solución y siempre se puede ayudar a que las personas manejen mejor la ansiedad y la angustia. De hecho, el enfoque de soluciones nació en Milwaukee, donde la mayoría de las personas era gente con un nivel adquisitivo muy bajo. La idea es buscar la resiliencia, más allá de esa vida complicada, y ayudarlos a seguir adelante. Aparcar la angustia y apartar el estrés.

-Antes habló de las pantallas, otro de los temas que más preocupa en chicos y adolescentes.

-Sí. Creo que se está acentuando el tema de la soledad y cierta desconexión en las sociedades occidentales. Hay datos que apuntan al giro que dieron las nuevas tecnologías entre 2000 y 2012, cuando de algún modo empezaron los “likes”. Es complicado interpretarlo porque no hay datos correlacionales, pero la gente está teniendo muchos problemas en la gestión de las redes sociales y esto está siendo una fuente de baja autoestima. Luego pasa a otros problemas, como los de alimentación. Hay un tema grande con esto y va a ir en aumento.

-¿Cómo se puede ser optimista o imaginar un futuro deseado frente a estos escenarios?

-Yo soy optimista. Los humanos somos súper resilientes. Tengo historias muy impresionantes de personas que lograron sobreponerse a cosas muy complicadas. Soy optimista porque, al final de cuentas, veo que los humanos vamos encontrando formas de lidiar con casi todo lo que se nos presenta.

PS

Redacción

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