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miércoles, febrero 5, 2025

En memoria a Héctor Lopumo

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Cuando una persona querida o conocida muere y deja su cuerpo físico, suele decirse: “Se fue al paraíso”. La respuesta tiene conexión directa con que vivió un tiempo “en el infierno”. Tal vez sean tiempos donde solo quede lugar para hablar del amor. De los esfuerzos de un ser humano que ayer fue asesinado a mano de otros.
En agosto de 2020, durante la pandemia, conversé telefónicamente dos horas con Héctor Horacio Lopumo, un árbitro de fútbol que conocí hace treinta años, coincidiendo con mi estreno periodístico en la Liga Amateur Platense, esa escuela para la vida. Con valores, con defectos, pero muchas más virtudes. Fue tan solo un momento en la vida de ese caballero, de una personalidad fuerte, sin temor al que dirán.
Hoy que muchos dicen de él, voy a repasar episodios de una vida corriendo tras la pelota, y pensando cómo mejorar el ambiente.
Había nacido el 8 de julio de 1951, en Juan José Paso, pueblito de Pehuajó. “Mi viejo era encargado de estancia, íbamos viviendo en los campos de la zona… Carlos Tejedor, Trenque Lauquen. También tuvimos almacén. Cuando volvimos a la estancia en Tejedor ahí tuve la desgracia de conocer mi señora”, sonreía en la anécdota. Disfrutaba estar con Ana María Ruíz, con quien tuvo tres hijos.
Nos metemos tierra adentro, remontándonos a Francisco Magnano, un poblado trenquelauquense con no más de treinta familias, cuando pasaba el tren, con su almacén, carnicería, destacamento policial y casitas dispersas. “Después cada vez menos gente, y más lugares cerrados. Al sacar las vías, se cerró el destacamento y no hubo más policías». La vieja Estación de Francisco Magnano fue uno de sus lugares en este mundo, donde Héctor y su mujer habían realizado una visita recientemente (ver foto de portada).
“En el año 1975 ya estaba otra vez en Carlos Tejedor, donde se armó un torneo de ascenso. ¡Ahí armamos a un equipo de Magnano y lo hicimos entrar a la Liga! El campeón iba a la Liga del Oeste, la oficial con asiento en Rivadavia, América».
Lopumo se pone el silbato y como en tantos pueblos chicos, siguió vinculado a uno de los equipos. A Magnano traje un jugador de Carlos Casares, un 9 de apellido Sartori que hacía goles a lo pavote, pero se había cerrado el libro de pases. Le hicimos sacar la foto y le pusimos Tello. Con ese tipo ganábamos todos los partidos. La anécdota fue que mientras yo trabajaba de pulidor de pisos en una fábrica de mosaicos, vienen a decirme ‘Lopumo, ese 9 no es Tello’. Me lo dijo el presidente del Club Argentino y me advirtió que ‘si me lo pones el domingo te hago perder todos los puntos que hizo Magnano. Salió campeón Argentino y subcampeón nosotros”.
“En ese torneo de Carlos Tejedor nos formamos muchos árbitros, a los ponchazos; al poco tiempo arranqué el curso de árbitro en Trenque Lauquen”. De Trenque a la designación a partidos importantes en La Pampa, como los clásicos en Santa Rosa entre All Boys y Belgrano. “La Liga nos pagaba un litro de nafta especial por kilómetro recorrido. Un día me tocó hacer 550 kilómetros, hasta Jacinto Arauz, límite de La Pampa con Bahía Blanca, dirigí en la ciudad donde tuvo consultorio el doctor Favaloro”.

Un reportaje a fondo con Héctor Horacio Lopumo durante la pandemia. Tenía ganas de retirarse en la Liga Ensenadense, la cual fundó en 2004

“El árbitro es como un juez, y como tal tiene que hacer cumplir las 17 reglas. Las leyes están pero no se cumplen, en el país y en el fútbol, y acá hacer las cosas muy bien no funciona”, se quejaba Héctor, y su argumento era tajante: “Bien lo decía el recordado Humberto Dellacasa (figura emblemática del referato sudamericano) que después del año 1966, cuando aparecieron las tarjetas, los árbitros no deben hablar con los jugadores. ¿La psicología? Que la use el que la necesite en la semana si tiene algún problema. Se puede hablar, sí, pero de buena manera, no una conversación agresiva como ves que pasa acá”.
Al recordar a Dellacasa, un recuerdo lo lleva a los primeros días de su vocación. Un dicho que atesoró de por vida. “Me enteré por Gabino Martínez, que era el presidente de la Asociación de árbitros donde me inicié, que Humberto Dellacasa le dijo yo tenía condiciones para triunfar en AFA. Y cuando me quisieron llevar se me pasó la chance porque no tenía el bachillerato. Mi padre quería que estudie, pero yo quise ayudarlo en el almacén de ramos generales en Magnano”.
Año 1984. Lopumo ya es policía y padre de tres hijos muy chiquitos. Le dan un partido de alto riesgo. En la Liga Pampeana, un clásico entre Atlético Macachín y el Club Rolón tenía muy mala fama por los incidentes de la primera rueda. Designaron a Lopumo. «Ganaba Macachín 1 a 0 y cobro un penal, el 9 va a patear y el arquero se le burla con gestos, le hacía piruetas, todo para que lo erre. Entonces el delantero fue a pegarle y se generó una batalla, con suplentes, cuerpo técnico, médico. Informé a 32 jugadores. Cuando me puedo ir hacia el hotel, al alguien me insultó desde la plaza y el policía que me acompañaba me asegura que es el arquero suplente de la reserva del club local. Me fijo en la planilla y también lo informé, 33 expulsados, un récord”.

Lopumo se radica en La Plata en los albores de la década del 90. En esta Liga el nivel futbolístico era otro distinto, porque había jugadores de edad, sin cupo limitante, y con escenarios muy inseguros. No existían los juveniles, salvo el torneo de Cuarta División, un Sub 18. Una cancha habitual era la del Parque San Martín, en 54 y 25, donde la gente podía presenciar el partido viniendo de la calle y sin pagar entrada o pasar por puerta alguna. A Lopumo no le gusta. “En mi vida pasé por muchas ligas, pero siempre dije que la de La Plata tiene que ser la mejor, ¿o ésta ciudad no es la capital de la Provincia?”.

Lopumo ayudó a la transformación gradual del arbitraje local, desde los pequeños detalles a otros aspectos trascendentales que en conjunto con la directiva de la Liga obligaron a todos los clubes a esforzarse por mejorar sus instalaciones. “Acá había árbitros que venían en bicicleta, de bermudas y ojotas, cuando me vieron a mí entrando al vestuario de la cancha del Parque, de saco y corbata, se cagaban de risa. ¡Van a ver cómo va a cambiar! Llegué a ser el secretario general del SADRA (siglas del Sindicato de Arbitros de la República Argentina). Nos empezamos a reunir con el doctor Daniel Costoya (recién estrenaba su rol de presidente en la Liga Amateur). Desde ahí se instauró el elegante sport. Se exigió policía en Cuarta y Terceras (en 4ª si no había cuatro agentes, en 3ª seis y ya en Primera tenían que haber nueve policías sino no empezaba. También se obligó a que el baño esté en nuestro propio vestuario, porque en el camino te agarraba la gente que estaba en contra y te podía agredir. Las duchas con agua caliente. Si había un tejido del alambre roto no empezábamos. Implementamos visitar las canchas y se anularon muchas. Costoya ayudó, porque en un montón de cosas fue precursor”.
Según Manuel Freijó, uno de los referís de Primera, “esa época para los que dirigíamos era muy picante. ¡Ufff… si la hemos pasado con Lopumo…Si antes vos ibas y tratabas de defenderte con tus compañeros porque todos te pasaban por arriba. Con el tiempo yo cambié mi forma de dirigir, nos fuimos separando, pregunté por Lopumo pero me decían que seguía igual; él no cambiaba nunca, tenía su personalidad, su forma de ser en los partidos, serio y estricto, pero en la intimidad era re divertido, lo llegué a conocer en su vida privada y nada que ver con lo que era en el arbitraje”.
Durante largos años, el Colegio de Arbitros del fútbol de la Liga Platense tuvo a Mario Fregosi. Junto a Héctor Lopumo fueron dos referentes adentro y afuera. “El era el émulo de Castrilli y yo un Lamolina, siga siga”, trata de recuperar un poco la sonrisa don Mario tras el deceso cruel de su querido ex compañero.

Estadio de Gimnasia, final de la Liga edición 1993 (jugada en febrero de 1994). Lopuno (a la izquierda, de cuarto árbitro) con Oscar Fernando Súarez y Daniel Da Silva

Estadio de Villa San Carlos, el local es Estrella en fecha clave ante Deportivo La Plata. Aguardan el horario puntual Lopumo para salir al campo, cuando uno de los asistentes Néstor Toloza, quizás para desdramatizar el ambiente, baila, canta, con sus manos golpea algo con sonoridad de redoblante. Lopumo lo mira de reojo y el otro sigue como en un carnaval. “¡Estamos en un partido importante y vos estás boludeando!”.
Todo lo contrario en su hogar, donde lo pudieron conocer durante un mes dos de sus colegas referís, a los que llamó para un trabajo de albañilería. Sergio Soria fue el que les colocó las piedras Mar del Plata en el frente de la casa, la misma que ayer fue noticia por su lamentable final.
Héctor también tenía salidas muy humanas. Liga de Saladillo, cancha del Club San Benito, ubicada en un paraje rural. Al bajar de la combi con sus colaboradores, presenciará un malestar inesperado. Manuel Freijó prendió un cigarrillo en el vestuario y Héctor Rimoldi le recriminó que estaba mal. “Habíamos viajado mucho y yo estaba desesperado por fumar. Cuando Rimoldi se enoja, lo miro a Lopumo y pienso ‘este ahora explota conmigo’. Me dice ‘vení, vení Manolito, ¿vos querés fumar? Me llevó a caminar como veinte cuadras por el medio del campo, porque no había ni una casa varios kilómetros a la redonda. Yo sabía perfectamente que a él tampoco le gustaba que yo fumara, pero ese día Lopumo salió a favor mío”.
La vida te pega y sin aviso previo. “El peor momento que viví fue la muerte de una hija, tenía 18 años. Yo quise dirigir, y fui a un partido en el Parque San Martín, una semana después…. Avisé que estaba en condiciones de dirigir. En esa cancha siempre ponía el coche cerca de un arco, a 20 metros de los vestuarios y ahí se sentaba a ver el partido mi hija, que me seguía. Esa tarde mientras se jugaba no podía dejar de mirar para ese lado y la veía a ella. Fue mi peor partido. No me cagaron a trompadas porque se dieron cuenta que estaba mal. Terminé pidiendo perdón y varios me abrazaron”.
Sergio Quijano fue otro hombre de negro de esos tiempos en que vestían con un solo color, con la marca Adidas o Puma, tal vez con un modelo alternativo como aquella camiseta amarilla a bastones. “Lopumo fue el trajo al Sindicato SADRA a La Plata, fue como un delegado; nos presentó a Guillermo Marconi y abrió las puertas para que los árbitros de acá podamos hacer cursos en Buenos Aires”, recuerda, y también repasa otro nombre histórico del fútbol argentino: “Era allegado a Atilio Sanabria”, dice Quijano, quien recuerda las finales de 1996 cuando Héctor Lopumo, al frente del colegio de Arbitros de la Liga, trajo a tres jueces de primera A del fútbol argentino. Oscar Sequeira, el “Sargento” Daniel Gimenez y Hugo Cordero. El último partido, según trascendidos, podía haber tenido a Javier Castrilli, quien en esos momentos era el referente de Lopumo. De hecho, lo apodaron el “Sheriff” por su apego al reglamento y a la tarjeta roja sin demasiados preámbulos. Según trascendió, Castrilli (que fue una alternativa para ese partido Fuerte Barragán y Sport Club de Magdalena), al estar enrolado en la AAA, no pudo ser de la partida porque el SADRA habría presionado para que sean sus árbitros quienes dirijan las finales de las Ligas del interior.

La Liga Amateur con árbitro del fútbol grande de AFA, el tandilense Hugo Cordero. A su lado, Héctor Lopumo. Los asistentes sonríen, Nelson Rolón y Rodolfo Llanos

Por supuesto que sufrió por sus propios errores en un campo de juego. San Martín de Los Hornos recibía a Verónica, que pelea el título. La visita abre el marcador y los jugadores se arremolinan en el festejo en campo rival, pero rápidamente San Martín decidió sacar y logró convertir el empate. ¡Los dos equipos festejando al mismo tiempo! El señor Lopumo no anula y fue un claro error, porque muchos jugadores del Verde no habían vuelto a su campo y él dejó sacar.
El presidente de la Liga, doctor Daniel Costoya, lo sacó del plantel arbitral.
Lopumo reconoció pasado el tiempo que “Costoya hizo mucho para que se mejorara pero solo mientras duró el convenio de dos años y cuando se terminó me discutió todo. Y me terminó sacando cuando Verónica amenazó con desafiliarse, cuando en cancha de San Martín le expulsé tres jugadores y perdió prácticamente un campeonato. ‘¡Quédense tranquilo que Lopumo no dirige más!’. Y fue así: el hilo se corta siempre por lo más débil”.
“Por el temperamento no se arrepentía del error”, dicen.
Otro error que reconoció el referí que ya no está entre nosotros. Un clásico de Ensenada, en la cancha de Propulsora, Villa Albino pelea el descenso y se mide ante Fuerte Barragán, que quiere seguir prendido arriba. “Ganó Fuerte con gol de penal. En una jugada posterior me reclaman un penal los de Villa Albino, que no lo vi. Los lunes pasaban los partidos por el cable y vi que fue un penal mas grande que una casa. El jueves me acerqué al delegado, dígale a todos los jugadores de Villa Albino que me disculpe. Te querés morir cuando lo ves… pero cualquier ser humano se equivoca, sino seríamos dioses”.
-¿Eras de imitar a Castrilli?
-No, yo en 1984 tuve el récord mundial de 33 expulsados y Castrilli no existía. Siempre me buscaron la lengua, con eso del sheriff, me acuerdo cuando fui panelista en la TV Selectiva y Nicolás Nardini, Ruben Iloro y Alfredo Teruggi me decían el Castrilli de la liga… ¡Pero yo soy yo… yo soy Lopumo!
Más anécdotas que brotan del alma de Héctor. “Fuimos a Trabajadores, nos tocaba un partido bravísimo. Y mi viejo era muy parecido a mí. Yo no dejaba entrar a nadie al recinto (zona de vestuarios), nunca, y menos a mi papá. Si venía a verme, se quedaba en la tribuna. Por ahí le sacaron mi parecido y empezaron a gritarme en medio del partido. ‘Mirá que acá está tu papá, Lopumo, ojo que cobras que lo cagamos a palos. Pero él tenía más pelotas que yo”, contó a las risas.
Dirigió también en Liga de Lobos, Roque Pérez, la desaparecida Magdalanense, en torneos barriales donde se juega por dinero o en campeonatos comerciales. Incluso, disfrutó mucho un partido en el que dirigió a su hijo Leandro Lopumo, con el que esa noche posó para la foto sacándole la tarjeta.

Hermoso momento de disfrute, un partido de fútbol 5 donde se encuentra con su hijo Leandro.

El 12 de diciembre de 2016 se vivió un episodio grave en el fútbol de AFA. Un informe del periodista Mauro Fernández confirmó que durante el año 42 árbitros fueron agredidos en el país. En Armstrong, provincia de Santa Fe, en la final de la Liga Cañadense, un juez de línea recibe un piedrazo en la frente, lanzado con una gomera. Tres días internado y uno en terapia intensiva.
Entonces, este periodista convoco a un reportaje especial a los máximos referentes arbitrales de la región. Agradecen que todos se hayan visto las caras, dejando de lado los intereses de cada agrupación. Están en la misma lucha y preocupados. Mario Fregosi (Colegio de árbitros de la Liga Amateur), Ramón Ferreira (Grupo Arbitral), Mauro Falcón y Sergio Quijano (AAFP), Gustavo Tabone y Marcelo Martin (Asociación Ribereña de Arbitros), Cristian Vallejos (Escuela de LISFI) y don Héctor Lopumo, que para ese entonces era uno de los dirigentes fundadores de la Asociación de Arbitros de Ensenada (AAE). Uno de sus laderos incondicionales en esta etapa es Carlos Britos.
Sentenciaba que “el arbitraje se lleva en el corazón, no es por la plata. Cuando damos los cursos, muchos te dicen que eligen ser árbitros porque les gusta, y otros por el dinero. Los que me dicen eso, les digo ¡vayanse, muchachos! Porque en determinado momento va a venir un club a darte una cometa y se van a prender muy fácil. Si vas por la plata estás perdido. Yo pagaría para dirigir”.
Muchos recuerdan a Lopumo como integrante de las fuerzas policiales. En el ambiente arbitral no eran pocos los que pasaron por las dos actividades. De hecho, junto al recordado Oscar “El Cholo” Benz, con quien compartió años en una asociación independiente, Asociación Platense de Arbitros (APA), con sede en la calle 5 entre 65 y 66, un día pensaron en organizar el Círculo de Suboficiales de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Lopumo se jubiló con el cargo más alto de Suboficial Mayor.
“En el arbitraje y en la Policía siempre pelee para defenderlos”, contaba.
“Muchos me dicen por qué no cambias, yo les digo que acá no hay grises. Pero ya ves, hay árbitros que abrazan a un jugador, que les dan un beso… Y no es así”.
“Marcó un estilo de conducción en el arbitraje de la Liga. Fue un referente y el árbitro que todos querían para las finales regionales en la década de los 90”, opina Rodrigo Lezana, ex árbitro de AFA y actualmente vinculado a la Liga Chascomunense.
En 2016 volvió a tener algunas canchas designadas en la Liga Platense, con partidos de la categoría Seniors. Y se lo vio muy bien físicamente.

A los 65 años, en cancha de CRISFA, club cercano a su domicilio. También allí acompañó a jugar al fútbol a su nieto (foto: Eduardo «Tucu» Morales)

Pero unos meses antes de la pandemia, fue operado del corazón, le colocaron dos stens. Este periodista volvió a encontrarlo, en una plaza de La Plata que le gustaba mucho, la Yrigoyen, de 19 y 60. Allí solía ir a trotar. Esa vez, de camisa, mostró cierta debilidad luego de la operación, pero tenía esperanzas en seguir trabajando por un mejor arbitraje en la región. Sobrevivió a la pandemia pese a los achaques físicos. No dejó de ver fútbol, de disfrutar en su casa algún triunfo de Boca, el cuadro de sus amores.
En las primeras horas de 2023 fue víctima de un hecho delictivo en la puerta de su casa, muriendo a los 71 años.
Todos los compañeros y colegas del fútbol lo recuerdan.

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