Por Gabriel Alejandro López
Twitter: @cololopez74
Volvió el fútbol en la “tierra de Diego y Lionel”, y otra vez están los que se sienten como en el 86, ¡¡¡campeones del mundo!!! Mirando por ese espejito retrovisor de la historia y viendo el paso de la vida… Upa, pero lo que veo no es un espejismo. ¡El canoso es Marcelo Trobbiani! El crack que llevó «El Narigón» a México, al que se le ocurrió tirar un taco en la final y después darle un beso a la Copa Mundial.
-¿Qué hace en La Plata?
-Se cumplen 40 años de los títulos, el del torneo 1982 que terminó en 1983, con Bilardo, y el otro del 83 con Manera.
-Ahora veo bien, y Trobbiani no vino solo…
-Está con Ponce, otro grande que jugó con la Albiceleste.
-Sí señor… Y acordate que el doctor convocó alguna vez a Sabella, a Russo y hasta probó con Agüero y con Camino en el último partido de las Eliminatorias del 85.
-Ahí están el Negro Agüero y Julián, están canosos.
–Y Herrera… y Gugnali… Qué manera de meter esa defensa.
-¡Y está Delménico, el uno!
Y está Trama… Gottardi… Gurrieri… Guaita… Rezza… ¡Cuántos delanteros! ¿¡Qué periodista decía que eramos defensivos!?
Y en el alma está José Luis Brown, «El Tata» de Ranchos, el del salto goleador en el estadio Azteca para el 1-0 ante Alemania; y en muchos momentos surge el sutil paso de Sabella.
Vení, vení, cantá conmigo… dicen las caras aunque el tema está siempre reservado para situaciones especiales. Cuando das la vuelta…
Bien apuntó un hincha otro frentazo de Brown a la red, contra Vélez, “el 11 de febrero de 1983, el día que cumplí 16 años y fue el mejor regalo para luego coronarnos a la otra semana en Córdoba. Qué cuadro con tres 10 de lujo, Trobbiani, Ponce y Sabella”, sonríe Mario Malvestiti.
Aquel partido del 83 fue muy particular, porque se jugó el 29 de enero el primer tiempo, se suspendió en el intervalo por un petardo arrojado al vestuario visitante a través de un ventiluz; la continuación, Tribunal de Penas mediante, fue el 11/2, y Brown consiguió el gol agónico.
Ah, y nada de “mal-vestiti” el equipo, porque la ropa nueva ruge de placer visual para el fana: medias grises… pantalón negro… camiseta de rayas más angostas… números como los bordaba Topper en 1982-1983.
“Chicos, el partido es las 9, pero las 8 va a comenzar todo”, les escribió Guido Carrillo a los amigos de Magdalena, esos que están felices de tenerlo otra vez cerca, al «Nueve» que era terrible en la categoría 91, camiseta naranja del Centro Recreativo Infantil Magdalena (CRIM). Según la jerga del fútbol infantil, «El CRIM». Y viajaron desde la vecina ciudad para verlo en distintas tribunas, sobre la calle 1 o allá en 115, pero lo que importaba era estar, ya que Carrillo se había ido a otro mundo y se llevó su genio goleador. Los amigos gritaban a través de la pantalla sus hitos en Europa, «como en 2015 que con el Mónaco metieron la clasificación a las semifinales de la Champions; o en Francia, cuando cortaron la hegemonía del PSG con nuestro amigo al lado grandes estrellas, Fabinho, Mbappe, Falcao… Pero tuve un gustito y fue jugar con él en la 91, un equipazo que dirigía mi papá; él tenía diez años y definía como un tipo de treinta”, resalta Agustín Méndez.
El rival que llegó a las diagonales tiene buena fama, y un nombre tan largo como el periplo deportivo que hizo hasta terminar casi desgastado ayer. El Centro de Alto Rendimiento Especializado Independiente del Valle. Los ecuatorianos, los últimos campeones de la Copa Sudamericana (competencia que este año disputarán los equipos platenses).
Volver a UNO, en la primera edición de “La Noche del León” (con su notable organización) fue volver a emocionarse con el «Rusito» Santiago Ascacíbar, que a los 11 minutos grita su felicidad, de estar en su casa, aunque en realidad jugó por primera vez allí en el nuevo estadio, ya que en su etapa anterior Estudiantes fue local en el techado Ciudad de La Plata.
Volver al fútbol con las sensaciones de los hinchas, del periodismo, del común de la gente. “Lo único importante en la vida es cuando cosechás respeto, es lo que uno se gana, no te lo pueden regalar”, dice Alberto Mendez, el primer entrenador que tuvo Guido. Lo dice mientras vuelve desde San Martín de Los Andes, donde vacacionó, razón por la cual no estuvo en la cancha. Veinte años no es nada, dice la letra del tango de Carlos Gardel, «Volver»… Fue en 2003 cuando don Alberto acercó a este goleador al Country, mientras lo dirigía en la cancha de siete en LISFI. “Cómo explicar la ilusión de volver a verlo. Una cosa son los días del año en que va a Magdalena, pero otra es verlo en una cancha de fútbol, y lo contento que lo vemos”.
El hincha disfrutó de la baja de temperatura, y se acercó con ganas al amistoso. Entre ellos, un veterano curtido desde la época del maestro Osvaldo Zubeldía, como el doctor Juan Manuel Cancio. “Hoy estreno la camiseta que me regaló el Club por ser vitalicio con pago voluntario. Este regalo me enorgullece y lo agradezco a nuestra institución”, tiró directo al hueso, similar a Ascacibar en su careo con el arco. Feliz noche la del abogado platense, siempre presente, dejando su rol afuera y entrando al mejor espectáculo del mundo como le pasa a todo hincha, en estado de meditación, como a un templo espiritual. Cosa de no creer el hincha, continúan siendo de un nivel superior, elevado; ésa es la única explicación.
A los 26 del segundo tiempo, Franco Zapiola toca a la red y el resultado es 2 a 0. El autor es otro hijo futbolístico de los pagos de Magdalena. Como su papá Edgardo Zapiola, que también fue futbolista de Estudiantes (campeón en la Reserva en 1992) y dueño de los elogios en una Selección Juvenil Argentina que dirigía Pachamé.
Como también surgieron del potrero de Magdalena Leonardo Gómez en los noventa. o en estos dos mil globalizados otros que unieron el vecino pueblo con las prácticas intensas de City Bell: Francisco Apaolaza (en Venezuela), Emiliano Ozuna (en México) y Matias Pellegrini (en Estados Unidos).
La Magdalena del mate en la vereda, las bicicletas sin cadenas ni candados, del abrazo y la sonrisa como un pan fresco de aquel profe Pablo Blanco, al que por ser bueno y capaz llegó a triunfar en otra honorable Selección de AFA (la de la finalísima del Mundial 2014).
Pero, antes que todos ellos, el honor del primer jugador magdalenense en ser profesional le cabe a Manuel Cheiles, «El Negro», un puntero izquierdo de Gimnasia en 1974. Hoy radicado en Bahía Blanca (fue grande en la historia de Olimpo), a sus 68 años, recibió anoche a su amigo de la infancia Alberto Méndez. Los interceptamos frente a la parrilla, y telefónicamente, con una mano en el celular y la otra en el asador, el viejo ídolo recordó que «Magdalena es el lugar que amé, nací y crecí”. Crujía el carbón y ardían las historias, comparando lo incomparable, las épocas en que él jugaba y la actual: “Mirá, cuando fui a probarme a La Plata fui haciendo dedo. Cuando quedé y ya estaba en Primera me tocó vivir en Estancia Chica, pero era difícil, te digo que comía mejor con mi madre en Magdalena», engloba todo el esfuerzo en un recuerdo entrañable. Los triperos lo adoran. Como hoy los pinchas lo quieren a Guido o a Franquito.
Sábado 21 de enero de 2023, a las 22.53, se escuchó el silbato final. Un triunfo de la A (de Ascacibar) a la Z (de Zapiola). El primer éxito en la era del entrenador Abel Balbo. Ese silbato que el próximo sábado quisieran volver a escuchar con estruendo ganador ante Tigre en el inicio del torneo oficial de la Liga de los nuevos campeones del mundo.