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miércoles, febrero 5, 2025

Rojas, un ídolo de «El Lobo”, el del gol a Inglaterra en una final

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Por Gabriel Alejandro López
Twitter:  @cololopez74

Alfredo Hugo Rojas dio a luz el 20 de febrero de 1937 en una casa de Lanús Oeste, en la calle Arias, frente al estadio, mismo distrito donde nacerá 33 años después el niño Diego Armando Maradona.
Será un corpulento delantero de 1.85, apodado “El Tanque” por sus 85 kilos. La genética se podría explicar en una madre belga, rubia de ojos azules, y un padre guaraní, morocho como él. Con la misma camiseta de Lanús fue llevado como jugador al primer Mundial, el de Suecia 1958, siendo todavía amateur. Al regreso de esa experiencia se puso de novio con Lisia, heredera rica de un padre científico, farmacéutico del pueblo que no transigía con la profesión poco “honorable” del futuro yerno.
En los “Granates” integro “una orquesta”, un equipo donde también vio primera José Ramos Delgado (fue jugador de Selección y del Santos de Pelé). Su contextura física suplía su reducido manejo en la estilística de varios jugadores, José Nazionale, entre otros, que consideraba una injuria “rifar” un fútbol.
El recordado periodista de La Plata, Alberto Varela, recordó una vez cómo se produjo su debut internacional. Cancha de Racing, la Selección enfrenta a Paraguay, preparatorio para el Mundial 58. “Menéndez jugó uno de los peores partidos que le vi hacer. Se estaba ganando 1 a 0 y el público protestaba, porque los paraguayos mostraban una irrisorio incapacidad. Y comenzó el grito de la tribuna… “Rojas, Rojas…” Y Stábile (DT), siempre permeable a las sugerencias del soberano, lo hizo entrar. Erguido, fuerte, era el emblema de la juventud sana,  que buscaba su oportunidad. Lo llevaron a Suecia y jugó el primer partido con los alemanes”.

Abrazo de dos titanes del fútbol. Alfredo Rojas y Amadeo Carrizo, en el estadio de 60 y 118

-¿Cómo fue su actuación en el Mundial del 58?
-Me fue muy bien, no así a la Argentina, por el recordado desastre de los seis goles que nos mete Checoslovaquia, día en que no juego. Me vio un DT alemán (Sepp Herberger, apodado “El Zorro”, de la Alemania Federal que ganó el Mundial de Suiza, cuatro años antes). Gracias a sus elogios fue que el Atlético de Madrid se interesó en mí. El Madrid me cede al Betis, hasta que me repatrió River, que no le importaba que hiciera dos goles de bolea por partido, querían que los hiciera de caño.
Una anécdota pinta la época. Argentina-Alemania Federal y en el vestuario solo había un juego de camisetas, la tradicional albiceleste —no existía la azul u otro color alternativo—. El árbitro pidió que uno de los dos cambiara y se hizo un sorteo. Argentina lo perdió y le pidió prestado al club que jugaba en ese estadio las camisetas amarillas (el IFK Malmö). Pero el juego aquel no tenía el número 10 y a Alfredo Rojas le tocó una 11. La arreglaron con cinta adhesiva, de apuro, usando el dedo para medirle el cero que le faltaba. “Usamos la patita del segundo uno, pero lo hicimos más o menos y el cero nos quedó como una letra D. Jugué de 1D más que de 10″, sonríe Alfredo.

La alineación de la Selección (con camiseta amarilla) en su debut en la Copa del Mundo Suecia 1958. Alfredo Rojas es el quinto empezando desde la izquierda

“No es que sea viejo y no escuche, hay un ruido acá en el bar”, explica Alfredo, contento, como si los años no le pesaran. Jamás fumó. Y se auto titula “un soñador”.
En España, se encontró con un platense, Diego Bayo, jugaron en Celta de Vigo, donde a pesar de perder la categoría “El Tanque” Rojas mantuvo el prestigio y fue cedido al Betis de Sevilla.
Llegó a Gimnasia y Esgrima La Plata para realizar la mejor campaña de la historia hasta ese momento en la era profesional. La campaña de 1962, donde quedaron terceros detrás de Boca y River. Rojas fue el “9” de un equipo que le dio nacimiento al mote de “El Lobo”. “Nos comíamos a todos”, expresó.
La noche que fue presentaron al plantel fue en un amistoso ante Al Ver Verás de Mar del Plata. Cuando lo vio a Diego Bayo se iluminó su rostro. Su primer día de entrenamiento fue en el field de 60 y 118 y coincidió con un hecho histórico: pocas horas después de esa práctica era destituido Arturo Frondizi, el presidente de la Nación. Fue el 29 de marzo de 1962. Gimnasia, dirigido por el vehemente DT uruguayo Fernández Viola, tuvo que esperarlo porque siempre trataba de llegar por vía personal a la dilucidación de la jugada.
-¿Quién lo sumó a Gimnasia?
-El técnico Enrique Fernández Viola, me había tenido en el Betis de Sevilla. Recuerdo que me vino a buscar con un gerente del Club Gimnasia, Bejarano, ¡de prepo me llevaron! Sabían que iba a hacer goles.
Promediando la mitad del torneo, llegó como timonel Adolfo Pedernera. El equipo alcanzó la cima y la sostuvo por varias fechas, cuando el aroma a título se percibía en todos lados. Y Rojas tuvo su pico de rendimiento.

Una nota realizada a Alfredo en su casa de Lanús Oeste, al lado de una gigantografía. Venía de meterle el gol a Inglaterra, en la final de la Copa de las Naciones (foto: El Gráfico)

-¿Cuándo pierden la chance de salir campeones?
-Dicen que con Vélez, en el Bosque, cuando perdimos la punta y nos pasó Boca. Esa tarde no le pude hacer un gol a Piazza, lo maté a pelotazos, y resulta que después, cuando fui a Boca, a ése mismo Piazza le hacía goles todos los domingos.
-¿Cuál era su especialidad?
-Buen cabeceador, potente, definidor. Pero estaba rodeado de Daniel y Diego Bayo, de Eliseo Prado, de Héctor Antonio, muy exquisitos. Y tenía buenos wines, era dependiente de ellos, por un lado Sciaccia, y por el otro Gómez Sánchez.
-¿En esos años (1962 a 1964) vivió en La Plata?
-No, seguía en Lanús, donde nací. Iba en el tren, desayunaba en el viaje un café con leche, llegábamos con Davoine a la Estación de trenes y caminábamos hasta la cancha.

“¿Te gusta el Maracaná? ¿Vos a quién le queres hacer un gol ahí…? ¿A Brasil o a Inglaterra? Se lo hice a los dos”. Alza la voz, se remonta a un pasado que lo seduce para la charla.
Siendo hombre de Gimnasia, ya cotizado, llegó otra vez la cita a la Selección en un cuadrangular, la “Copa de las Naciones”, una competencia inédita, de las más fuertes en la historia de nuestro continente. La organización fue de la Confederación Brasileña de Deportes al cumplir su cincuentenario y además festejaban el bicampeonato del mundo en Suecia 1958 y Chile 1962. Al principio, la intención fue organizar un «petit mundial», pero hubo deserciones de varios invitados y al final jugaron Inglaterra, Portugal, Argentina y Brasil, en los estadios Pacaembú y Maracaná. Entre los convocados Adolfo Bielli, el 11 de Estudiantes, y Alfredo Rojas, el 9 de Gimnasia.
Varios se sorprendieron por el “cerrojo” que practicaba la Argentina. Al director de la revista francesa L’equipe, la gente de AFA le explicó que fue producto de las circunstancias, de la misma selección de hombres, un mes antes del torneo, para no caer en otra “catástrofe” como la de Suecia y Chile. Lo dirigía José María Minella, con algún “ingenioso consejo” de Valentín Suárez, interventor de la Asociación del Fútbol Argentino y hombre fuerte de Banfield.
Estadio Maracaná, 31 de mayo de 1964, triunfo 2 a 0 ante Portugal con goles de Rojas y Rendo. Noche paulista en el estadio Pacaembú, 3 de junio, ante los colosos brasileños que venían de golear por 5 a 1 a Inglaterra.
A los 29 minutos Pelé golpeó a Messiano fracturándole el hueso nasal. Contraataques vía Rojas y Ermindo Onega. A los 40’ Onega convierte el gol inicial, y en el segundo acto Telch metió doblete. Gerson quiso perforar a Carrizo en un penal, pero Amadeo se lo sacó.
Maracaná, 6 de junio: Nos esperaban los ingleses. Fue victoria 1 a 0 con gol de Rojas en el minuto 74.

La Selección Argentina en Brasil. El Tanque Rojas es el cuarto que está en la fila de agachados (foto: Colección «Historia de la Selección Argentina de Fútbol»)

Volvió al Bosque, donde cada domingo se jugaban tres partidos en los campeonatos de Primera. El hincha veía Tercera, Reserva y Primera. Rojas jugó tres temporadas en Gimnasia: en 1962 convirtió 17 goles en 27 cotejos, en 1963 marcó 10 en 28 juegos, y en 1964 materializó 8 conquistas en 30 encuentros, manteniendo siempre caliente su fervor por generar las situaciones que abrieron caminos al gol; felicitando, siempre, las conquistas de sus compañeros.
-¿Cómo se considera cuando se ve como jugador?
-No fui un jugador del paladar argentino, solamente fui un gran cabeceador. Iba a esperarla para chocar con el defensa porque me convenía, eso es inteligencia. Pero yo hacía cada gol de boleo que le sacaba la cabeza al arquero. Mi historia ha sido la de un jugador con veinte años en primera división, no creo que haya otro con tantos años. Jugué cinco años en España (Celta y Betis), y en el cono sur en Argentina (Lanús, River, Gimnasia, Boca), Chile (O’Higgins y la Universidad Católica). Yo mismo me auto titulé El Tronco, pero qué quieren… ¿que haga un túnel pesando 80 kilos? Seis kilos en fútbol es una ventaja, querés que lo vaya a gambetear, corren más rápido que uno. Pera los periodistas decían ¡que bruto cómo cabeceó entre medio de todos! Yo hacía goles dándole de boleo, de cabeza entre tres tipos, y ustedes que era ‘la torpeza del Tanque’. En cambio, con un gol de Rojitas (se refiere a Angel Clemente Rojas), ‘que túnel que hizo, Rojitas…’ Pero el Tanque es un tronco, ésa es la mentalidad del periodismo argentino. Y jugué dos mundiales (fue a Inglaterra 1966 pero no entró nunca).
¿Y los clásicos de la ciudad, cómo los recuerda?
-¡Hice cada gol! Con Estudiantes no perdí nunca. En un clásico, en 1 y 57, ganamos 2 a 0, en la tribuna local habían puesto a un Lobo encerrado en una jaula, con la camiseta número 9. Le hice un gol de cabeza a Oleynicki y nuestra hinchada le cantaba: “¡Ruso!, ¡Ruso!, ¡el Tanque te la puso!”. Pero hasta los pincharratas me deben querer, porque nunca hice un gesto a la tribuna.

Clásico de La Plata, en 1 y 57, el 28 de octubre de 1962. Recién nacía «El Lobo». El arquero Pincha, Juan Oleynicki, gana en lo alto ante Rojas. Esa tarde convirtió los dos goles, 2 a 0

Pasó a Boca Juniors para ocupar el puesto que había dejado el ídolo brasileño Paulo Valentim. “Ya se fue Paulo… Paulo el brasileño / Ahora tenemo’ al Tanque… el Tanque don Alfredo”, cantaba el “Jugador Número 12”.
“A mí me lleva a Boca Pedernera, y cuando llegué a casa dije ‘cómo puede ser que este hombre que es considerado uno de los mejores 9 de la historia se fije en mí? Yo era 9, el 9 ideal, cabeceaba, pateaba y tenía potencia física. Jugué hasta que me aburrí y dejé en Chile por Pinochet que quería otra revolución y tuve miedo. Jugué hasta los 37. Del año 1956 a los 70, no paré de jugar, sin lastimarme, y jugaba fuerte, eh».

Boca y su ataque en 1966: Luna, Menendez, Alfredo Rojas, Alberto González y Romero (Foto: Facebook «Se Gozza el fútbol»)

Fue Pedernera quien más le enseñó, haciéndole ver en el campo de 60 y 118 la importancia de “tirarse atrás 20 metros y arrancar sin marca arriba, con más panorama de cancha. Con él aprendió a usar el cabezazo, a bajar la pelota en el área para el compañero que llega del fondo”. Rindió incluso mucho más en 1963 que en el famoso Lobo del 62.
Y en Boca llegó a disputar 47 goles en 115 partidos. También con la azul y oro le fue bien en partidos ante Estudiantes, el bravo equipo que entonces dirigía Osvaldo Zubeldía.
En junio de 1966 «El Tanque» estuvo en la lista definitiva del Mundial de Inglaterra, que significó su segunda Copa en su carrera, pero sólo firmará autógrafos, ya que Juan Carlos Lorenzo no lo incluyó.

En 1966 llegó por segunda vez a una Copa del Mundo, pero en Inglaterra le quedaron recuerdos de un ídolo que no jugó

-¿Dónde vive hoy, Alfredo?
-Hace mucho que compré un departamento en calle Arroyo y Suipacha (cerca de la Embajada de Israel) pero nací en Lanús, y toda mi familia vive en Lanús.
-¿Ve fútbol en el presente?
-Miro y sé demasiado, sé lo que va a pasar 20 minutos antes, te lo digo sin fanfarronear. En los dos equipos chicos que jugué, les terminaron poniendo apodos por la campaña: a Lanús, los Globetrotte; a Gimnasia, El Lobo.
Si le faltaba algún pergamino, o recuerdo para contar el día de su cumple 86, vale decir que en esta vida metió un gol en una semifinal de Copa Libertadores (en 1965, para Boca, ante Independiente, rival que pasó a la final). El «Tanque» fue campeón con Peñarol al lado de estrellas de la brillantez de Abadie, Spencer, Joya, y en la Católica también dio una vuelta olímpica.
La vida de un hombre que se rió siempre de los problemas. Al que en su plenitud, por su espíritu campechano, lo vieron con el espíritu de un niño. “Que no quiere los colores grises, que quiere perpetuarse en los tonos brillantes, reírse, reírse siempre… Así, sin proponérselo ganó 5 millones de pesos jugando al fútbol. Así fue campeón en Brasil”, contaba la revista El Gráfico cuando todavía al 9 lo disfrutaban los triperos, viéndolo chocar en los músculos de Aguirre Suárez y volver otra vez a «las 18 yardas» con las mismas intenciones.
Si El Lobo del 62 se cayó a pocos metros de la cúspide fue porque tenía un plantel escaso, corto, que se quedó por la suma de lesiones.
Con la franja azul, Rojas fue a jugar la Selección aquel torneo donde le dio un bombazo a Brasil y otro cañón a Inglaterra. Los bajó a los dos.
«¿Pelé? ¿Y quién es Pelé? ¡Esta noche vamos a ver quién es el mejor número 10 del mundo», se lo escuchó en la noche del Pacaembú. “El Tanque” estaba de moda. Puede que se acepte el término “El Tronco”, claro, porque él mismo se llamaba así, mofándose de las críticas frías.
Hoy, cuando un pibe ve a Gimnasia y ve que la tiene Contín, emergerá el apodo de «Tanque» por esta sangre joven de la cantera. Algún abuelo tal vez tenga que contener una lágrima. Para ese hombre, escuchar «Tanque», será revivir en la mente un gol del viejo Lobo, el primero de todos los equipos de El Lobo.

Aparece «El Lobo» en el estadio Monumental, cuando era conocido como «La Herradura». Al frente, Rojas, seguido por Roberto Rogel.

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