Por Miguel Ángel Romero Ramírez.
Los líderes populistas de América Latina se declaran víctimas del imperialismo estadounidense mientras replican, al interior de sus propias fronteras, las mismas prácticas autoritarias que critican. Donald Trump, el bully mayor, no es un fenómeno externo: es el espejo amplificado de sus propias estrategias y de cómo el populismo destruye las sociedades. Trump concentra poder, atropella instituciones y opera bajo la lógica de la fuerza. Pero esa es la misma fórmula que muchos mandatarios de la región utilizan para consolidar su control político. La diferencia es que ahora, en la arena internacional, ellos son los débiles.
Los discursos de resistencia que los gobiernos latinoamericanos empiezan a lanzar contra Trump son una paradoja que raya en el cinismo. Acusan a Estados Unidos de imponer la Ley de la Selva mientras, dentro de sus países, actúan como depredadores políticos: concentran poder, eliminan contrapesos, descalifican a la oposición, presionan a medios de comunicación y manejan las instituciones como extensiones de su voluntad. El mensaje que parecen transmitir es absurdo. «Los únicos que podemos violar los derechos de nuestros gobernados, somos nosotros».
En México, Claudia Sheinbaum enfrenta un baño de sangre sin precedentes producto de la expansión complaciente del narcogobierno que controla regiones completas del país, pero la narrativa gubernamental insiste en desviar la atención hacia otro lado. Resulta que es más importante para ella preguntarle a Estados Unidos por qué decidió romper la pax narca al extraer y capturar a un líder histórico del narcotráfico como lo es El Mayo Zambada. En Colombia, por ejemplo, Gustavo Petro habla de justicia social, pero su administración está marcada por actos de corrupción, tanto de sus familiares como de sus aliados. En Venezuela, Nicolás Maduro, continúa consolidando un régimen que aplasta cualquier disidencia mientras culpa al «bloqueo imperialista» de su perenne crisis. Todos ellos apuntan a Trump como enemigo externo, pero practican el mismo manual populista hacia el interior de sus fronteras.
En las últimas horas, México, Brasil y Colombia han cedido ante la presión de Washington. Han aceptado la repatriación masiva de sus connacionales acusados por Estados Unidos de ser criminales. Trump, el bully mayor, los está empujando a actuar en contra de lo que supuestamente son sus principios. Mientras en privado no les queda mas que agachar la cabeza y someterse; en público, la propaganda buscará transformar esta derrota y las que están por venir en una narrativa de resistencia heroica.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, integrada por 33 países, convocó a reunión extraordinaria para el próximo jueves. Lo que debería ser un foro para articular respuestas regionales, corre el riesgo de convertirse en un espacio en donde los mandatarios se dediquen a analizar cómo maquillar, ante sus gobernados, estas concesiones. El objetivo real no será desafiar a Trump, sino diseñar la estrategia que permita a cada líder populista tropicalizar la narrativa al interior de sus naciones para evitar un desgaste político doméstico. Mientras tanto, el bully mayor seguirá imponiendo las reglas.
La reunión de la CELAC promete discursos encendidos en donde las palabras favoritas sean soberanía y dignidad, pero en los hechos podría ser un síntoma y reflejo de la agotada democracia latinoamericana, cristalizada en la mediocridad de cada uno de sus gobernantes. La región no parece tener una estrategia común para enfrentar a Estados Unidos. La dependencia económica que tiene Latam de Estados Unidos es profunda. México, por ejemplo, no puede permitirse un enfrentamiento real con su principal socio comercial. Colombia, por su parte, sigue dependiendo del apoyo estadounidense en temas de seguridad y cooperación internacional.
La retórica anti-Trump que dominará la cumbre será, en el fondo, un ejercicio de propaganda. Los líderes populistas intentarán presentar una imagen de unidad y resistencia, pero la realidad es que, en los hechos, están cediendo. Trump no solo los supera en poder; los desarma utilizando las mismas tácticas autoritarias que ellos aplican en casa. Los victimarios al interior de sus países aprovecharán la ocasión para vestirse de víctimas en el plano internacional.
Trump no es un fenómeno aislado. Es el reflejo de un liderazgo que opera bajo la lógica de la fuerza y la concentración del poder. Los líderes populistas latinoamericanos se enfrentan a un adversario que amplifica su propio estilo de gobernar, pero en un escenario en donde las asimetrías de poder los dejan sin herramientas reales para resistir.
Será interesante ver si la CELAC hace planteamientos reales y ejecutables más allá de discursos incendiarios. La narrativa de resistencia será la protagonista pues para cada uno de ellos es estratégico cumplir con las expectativas de sus gobernados. El bully mayor los tiene contra las cuerdas y no hay evidencia que permita preveer autocrítica y posterior diseño de estrategia que los saque de este callejón sin salida. América Latina no solo enfrenta a Trump; enfrenta su propia incapacidad de romper con el autoritarismo que tanto critica y practica producto de un populismo, de derecha y de izquierda, que tiene como común denominador operar con Ley de la Selva, en donde hacia el exterior, llegó el momento de ser los más débiles.