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Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|El nuevo orden global del odio como forma de dominio de la izquierda sobre las masas.
En las últimas décadas, hemos presenciado una transformación profunda en las estrategias de control político y social impulsadas por sectores de izquierda a nivel mundial. El discurso del odio, disfrazado de lucha por la igualdad y justicia, se ha convertido en una herramienta fundamental para dividir a las sociedades, polarizar las discusiones y perpetuar su dominio sobre las masas. Uruguay no ha sido ajeno a esta tendencia.
– El discurso del odio como estrategia global.
Bajo la apariencia de discursos progresistas, muchas corrientes de izquierda han implementado narrativas que siembran resentimiento y división. Se promueven luchas de clases que antagonizan a los emprendedores con los trabajadores, a las comunidades urbanas con las rurales y a diferentes sectores sociales entre sí. La táctica se basa en identificar enemigos comunes – reales o imaginarios -, construyendo un sentimiento de amenaza constante que moviliza a las masas bajo la bandera de un supuesto bien común.
Esta estrategia no solo genera desconfianza, sino que también destruye la cohesión social, debilitando a las sociedades desde adentro y creando un terreno fértil para la dependencia de políticas centralizadas y estatistas. En el ámbito internacional, el adoctrinamiento mediático y educativo sirve como pilar para normalizar esta visión.
– El caso de Uruguay: una táctica reconocible.
En Uruguay, este modelo ha encontrado su propio eco. El Frente Amplio, por ejemplo, ha utilizado una narrativa que, en lugar de buscar consensos y unidad, exacerba las diferencias sociales e ideológicas. El uso de etiquetas como “neoliberal” o “antipueblo” para descalificar a quienes plantean propuestas diferentes es una muestra clara de esta estrategia.
Además, se recurre a la victimización para justificar medidas que muchas veces profundizan las desigualdades o atentan contra la libertad individual. La izquierda uruguaya ha adoptado un enfoque en el que los adversarios políticos no solo son rivales, sino enemigos morales, reforzando una retórica de odio que dificulta el diálogo y los acuerdos necesarios para el progreso del país.
– Consecuencias para la sociedad uruguaya.
El resultado de estas tácticas es una sociedad fragmentada, donde las diferencias ideológicas se convierten en abismos insalvables. Esto impacta directamente en la calidad del debate público, reduciéndolo a consignas simplistas que buscan movilizar emociones, más que razones. Mientras tanto, se ocultan problemas estructurales como el aumento de impuestos, la ineficiencia del Estado y la falta de políticas claras para fomentar el desarrollo nacional.
– La respuesta está en el diálogo y el futuro.
Uruguay necesita escapar de esta trampa de odio que busca perpetuar el poder de unos pocos a costa de la polarización de muchos. La construcción de un nuevo camino requiere una apuesta por el diálogo real, la tolerancia y la búsqueda de consensos. Creo que es posible construir una visión de país basada en la unidad, donde las diferencias sean un motor de crecimiento y no un obstáculo.
Uruguay merece un liderazgo que inspire, no que divida; que construya, no que destruya. Es hora de dejar atrás el odio como herramienta política y apostar por un futuro basado en la libertad, la producción nacional y la mejora constante de la calidad de vida de todos los uruguayos.
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