Un artista que escapa a las etiquetas, Ernesto Ballesteros podría decirse que es Químicamente impuro. Así se titula la exposición que en el Museo de Arte Contemporáneo (MACBA) presenta un recorrido por su obra desde fines de los años 80 hasta la actualidad. Integrada por dibujos, pinturas, fotografías intervenidas, objetos lúdicos, performances, historietas e instalaciones, la muestra toma el edificio de la calle San Juan sin orden cronológico. Y la selección, a cargo del curador Rodrigo Alonso, responde a la libertad creativa del artista, cuya obra es un caleidoscopio de estilos y medios.
“Al investigar, noté que la obra de Ernesto es muy ecléctica, nada la define por completo”, confirma Rodrigo Alonso en diálogo con Clarín. “A veces dibuja, otras pinta o hace fotografía, o performances, o bien juega, pero no hay obra suya que no esté contaminada por otros intereses”. Dedicado a la química antes de convertirse en curador, Alonso encontró allí inspiración. “Algo es químicamente impuro cuando no hay nada que lo defina por completo, sino que siempre está contaminado por alguna cosa”, explica. El trabajo de Ballesteros es un continuo proceso de hibridación, donde cada gesto está impregnado de influencias múltiples, de un diálogo con la experimentación y el cambio. Allí está la esencia de su obra.
Lejos de las modas
La exposición comienza por las derivas de la línea. El cuerpo como un compás produce círculos perfectos en las obras exhibidas. Se destaca la serie “Fuentes de luz tapadas” (2004), una instalación de fotografías de fuentes de luz intervenidas por círculos de color negro a los que el artista llama eclipses artificiales.
Dispuestos en una vitrina, Ballesteros da rienda suelta al ingenio y el sentido del humor con Vito Ver y la pelilarga Vito/Verá, dos bizarros personajes sin brazos que usan remeras a rayas y zapatillas Flecha, surgidos del cómic y publicados en la revista Fierro. Están inspirados en un personaje de la película The Wall –la ópera rock basada en la obra musical de Pink Floyd, que cuenta la historia del músico que se aísla del mundo construyendo un muro psicológico–.
Se destaca acrílico sobre tela En la Playa, una de las primeras obras de Ballesteros, de 1983. Una serie de carros de hierro con ruedas del 2011 llama la atención por cierta inutilidad: son vehículos que giran sobre su eje y no cargan nada.
Un plasma exhibe la performance Vuelos de Interior,en la que el artista hará volar un aeromodelo de interior, fabricado por él mismo, en la Bienal de Lyon de 2011. Sobresale una caja mueble de madera abierta de ambos lados: las personas se sientan en los extremos y desde allí se comunican.
Una pequeña caja roja es el espacio que el artista define para guardar cosas inmateriales como sueños, miedos o esperanzas. Surge de su sensibilidad notar que las personas que duermen en las calles no tienen donde guardar sus objetos personales. En esta instancia, la magia, la poesía y el sentido del humor se apoderan de la experiencia.
Un espacio de juego
“En mi trabajo muchas veces invito al juego, porque en el arte no hay que seguir reglas ni leyes”, comenta Ernesto Ballesteros en una recorrida por su muestra. “En una época me gustaba hacer dibujos directamente sobre la pared, graduando la atención del espectador: sorprendiéndolo con una acumulación de líneas en algunos sectores, mientras otros quedaban despojados”, detalla.
Fotografiar el cielo y contar las estrellas marcó otra de sus temporadas creativas. “Estaba en un curso de astrofotografía en Parque Centenario cuando construí una tabla con el seguimiento ecuatorial para tomar fotos de un minuto de exposición, y así lograr que se vean las estrellas de poca luminosidad. Como no logré un buen resultado, ya que en algunos sectores se veía una raya por el movimiento de la tierra y quería saber cuantas estrellas había en el cielo, las tapé para contarlas y así comenzó una serie”. El artista replicó la experiencia en la ciudad, con las luces urbanas. “Es impactante la percepción del espacio, cómo algo que está tan lejos parece tan cercano”.
Un vínculo esencial
Su padre fue una figura central. Desde niño, lo apoyó en el camino del arte y le transmitió la magia del universo. “A los 4 años tenía estrabismo, usaba lentes y cuando me operó el doctor Ciancia –que era una eminencia–, estuve dos noches con los ojos muy hinchados”, relata. “A mi viejo le dijeron que no podía tocarme los ojos y alguien tenía que velar por eso mientras yo dormía”, continúa. Era verano y su padre sacó la cama al balcón y le habló de la inmensidad del cielo. “Me contó de las estrellas que ya no existen, cuya luz se sigue viendo. Fue tan solo una noche, antes de dormirme, pero no me la olvido más, y bueno, ¡me interesó la astronomía! De allí nace mi interés por la magia de lo que está lejos”.
El hombre que le habló de las estrellas partió a los 67 años y dejó una tristeza profunda en Ballesteros, quien atravesó el duelo transformándolo en arte. Corría el año 1997 y se encerró a dibujar mientras le caían las lágrimas: una línea, dos líneas, mil líneas y las intersecciones, así iba tejiendo las preguntas y las respuestas sobre los misteriosos lazos entre la vida y la muerte, cargados de amor y de recuerdos. Dejó marcas notorias en su obra, que luego fue exhibida en el emblemático ICI de la calle Florida en 2000.
En sus líneas, sus puntos y sus intersecciones, Ernesto Ballesteros invita a detenerse, a permitir que lo invisible se haga visible y encontrar belleza en lo que no siempre es inmediato. No busca respuestas definitivas; más bien generar un espacio de cuestionamiento y contemplación.
Como aquellos momentos de su infancia en los que descubrió estrellas que ya no existían, pero cuya luz aún seguía llegando, la obra de Ballesteros nos recuerda que el arte, como la luz de esas estrellas, perdura más allá de la observación y se convierte en una forma de salvación. En cada trazo nos invita a mirar más allá de lo obvio, a ver lo que no se ve y a descubrirnos a nosotros mismos en el proceso.
Químicamente impuro, de Ernesto Ballesteros, se puede visitar en Av. San Juan 328, en el barrio de San Telmo hasta el 2 de marzo de 2025.