La planificación urbanística es una de las herramientas capitales para el desarrollo social y económico y la calidad de vida. En Barcelona y su entorno, su ordenación viene determinada por el Plan General Metropolitano, el PGM, aprobado en 1976. Desde entonces, medio siglo después, sigue sin actualizarse. Cierto es que en el año 2010 fue aprobado el Plan Territorial Metropolitano (PTM), que abarca la capital, 141 municipios y siete comarcas. Sus determinaciones generales precisaban un despliegue operativo mediante, entre otros, el Plan Director Urbanístico Metropolitano (PDUM) y el de Ordenación Urbanística (POUMet), ya previstos en la ley del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) como los instrumentos para la “ordenación urbanística integrada del territorio”.
La pertinente revisión del PTM, cada 5-10 años, está pendiente igual que su desarrollo a través del PDUM. Si el PGM del 76 abarcaba 27 municipios metropolitanos, el PDUM lo hará hasta 36. Este fue aprobado inicialmente en marzo del 2023 coincidiendo casualmente con las elecciones municipales de aquel año. Tras una primera exposición pública del PDUM de seis meses, esta fue prorrogada, y desde entonces aguarda su aprobación provisional. Todo apunta a que las carencias con la que fue redactado y las aportaciones posteriores formuladas obligarán a una segunda aprobación inicial en el AMB y a la apertura de otra consulta pública antes de proceder a su aprobación provisional por parte del AMB y a la definitiva por la Generalitat.
Lejos de tener una visión metropolitana, se arrastra una radical lógica local
Son ya 50 años sin Plan Director. Siendo optimistas, podría estarlo antes del 2028. Un retraso inaceptable y una irresponsabilidad. Seguimos con una ordenación urbanística de aquel PGM del 76, derivado a su vez del Plan Comarcal de 1953. Las solidez del PGM era tal que ya planificaba grandes transformaciones ejecutadas durante las obras olímpicas (las rondas, el desvío del Llobregat para la ampliación del puerto, etcétera) o modificaciones como las del Front Marítim, el Fòrum o la Sagrera, pero no ha de ser perpetuo.
No solo el PDUM está pendiente, también su herramienta desarrolladora, el POUMet (Plan de Ordenación Urbanística Metropolitano). Nada impide que pudiera tramitarse o elaborarse en paralelo a la aprobación consecutiva a la del PDUM, pero las instituciones no están por la labor.
Añadamos a lo anterior los cambios que se suceden en la demografía, los usos y las necesidades. En periodos breves de tiempo, las transformaciones son cada vez más rápidas y más trascendentes y se precipitan cambios que antes precisaban décadas. Es imprescindible la celeridad en sus aprobaciones y la diligencia en sus revisiones para que sus contenidos no queden parcialmente obsoletos en cortos plazos.
La planificación urbanística y la ordenación territorial son esenciales para las reservas de suelo, la definición de infraestructuras, el arraigo de la industria, los equipamientos, la vivienda, la sostenibilidad medioambiental, el suministro de energía, las tecnologías o los servicios. La cohesión y el bienestar social, en definitiva.
Lejos de tener una sincera visión metropolitana, se arrastra una radical lógica local desde unos ayuntamientos convertidos en reinos de taifas. Y se necesita más tamaño (Barcelona ocupa 100 km2, el AMB, 600, los mismos que la ciudad de Madrid, o Zaragoza, 1.000) y son precisas decisiones de gobierno que afiancen el ámbito compartido y a su vez coordinado con el Vallès. La Barcelona real es capital, metropolitana y ha de ser el epicentro de una gran región del sur de Europa y del Mediterráneo. No puede empequeñecer por culpa nuestra.