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Marcelo Gioscia Civitate | Montevideo
@|Tanto el cierre de una empresa de autopartes de origen japonés, como la situación generada por otra que prometía interesantes retornos a una inversión en materia ganadera, ha obligado a las autoridades electas a manifestarse sobre las situaciones que han generado, apuntando a ser “más creativos” sin dejar de reconocer la importancia de la competitividad.
Ambas situaciones dejan por un lado sin empleo a más de mil quinientas personas, muchas de las cuales será muy difícil reubicar en nuestro mercado laboral; y por otro, un tendal de inversores que habían apostado a una actividad que se les presentaba como rentable para colocar sus ahorros y con un riesgo muy cierto de no recuperar la totalidad de lo invertido.
Por cierto que son situaciones muy distintas, aunque en ambas el Estado -que por cierto no puede regular absolutamente todo- ha dejado al descubierto carencias en sus sistemas de control y tal vez exigencias de garantías más aún, en el caso de haberse otorgado facilidades para su instalación en el país.
A nadie escapa el alto costo que tiene el Estado y todo lo que supone mantener en funcionamiento una empresa en nuestro medio. Si a eso le sumamos el tipo de cambio, la falta de capacitación de la gente y la conflictividad laboral, los pocos estímulos en materia tributaria y la proximidad de mercados en la región geográfica donde estamos insertos -que ofrecen mayores beneficios para atraerlos-, la tentación resultó muy grande.
Pesó, por cierto, la decisión de obtener los mayores beneficios financieros y nuevamente –mal que nos pese- nuestro sistema previsional tendrá que asumir los costos de un seguro por desempleo para los trabajadores que pierden su fuente de trabajo. Atraer inversores reales, más allá de lo especulativo, que realmente produzcan y que conquisten mercados debiera estar entre las prioridades de nuestro país, mucho más allá de los eventuales cambios de gobierno.
Un sistema basado en la libre empresa que suponga brindar puestos de trabajo genuinos, que invierta en nuestro medio y genere riqueza en forma sostenida y sustentable; debe ofrecer además, un ambiente de respeto y seguridad jurídica que le permita desarrollarse y crecer en libertad.
No es momento de manifestar “enojos ni furias”, debe asumirse que en los tiempos que corren, los capitales –que hoy se transfieren al golpe de un click- buscarán en todo momento maximizar sus resultados, pues responden a sus intereses particulares y a sus accionistas.
Tendremos que ser “más creativos” a la hora de atraer esas inversiones y lograr su compromiso para que permanezcan; sin desconocer que la competitividad resultará más que necesaria para su estabilidad y la de los trabajadores y sus familias, que de ellos dependen.
Cada parte en estas realidades tendrá que asumir las responsabilidades por sus conductas y velar a su vez por el cumplimiento de las normas que hacen al Estado de Derecho, como garantía de buen funcionamiento de nuestro sistema republicano y democrático de gobierno.
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