He aquí un capítulo breve del culebrón interminable que protagonizó el monumento a Francesc Pi i Margall, presidente de la Primera República.
El 29 de abril de 1917 se celebraba una Diada de lo más ceremoniosa. Primer acto: conmemoración del 93.º aniversario de su nacimiento. La comitiva oficial se encaminó hasta la calle Mirallers, 13, para depositar una corona floral al pie de la casa en la que había nacido quien había de ser el destacado y también recordado político.
El escultor Miquel Blay modeló una obra que no gustó y fue sucedida temporalmente por la de Felip Coscolla
Segundo acto: en el enclave del Cinc d’Oros se había montado una gran tribuna para las autoridades que iban a presidir la inauguración del monumento; era provisional, al faltar por lo menos el pedestal. De momento consistía simplemente en un busto, pero de lo más austero y funcional, al haberse centrado tan solo en la recreación de la cabeza, sin el tronco. El autor era el distinguido escultor Miquel Blay, muy celebrado por su gran obra, que había realzado la entrada del Palau de la Música Catalana. Aquella pieza había de acabar centrada en un gran conjunto de perfil casi arquitectónico.
Al cabo de un tiempo se consideró anticuado y de una dimensión excesiva. Fue desestimado y entretanto se encargó al artista Felip Coscolla otro retrato temporal, al haber anunciado la convocación de un concurso. El culebrón había principiado ya en 1915, al colocar una primera piedra que se había demorado de forma inquietante.
El mencionado concurso lo ganó el prestigiado artista Josep Viladomat. Pi i Margall era recordado en la base arquitectónica con el medallón del escultor Joan Pié. Estaba programada la inauguración en 1934, pero el alzamiento del 6 de octubre y sus inmediatas consecuencias políticas lo impidieron. El alcalde Joan Pich i Pon decidió por su cuenta y riesgo inaugurarlo en 1935 de forma tan improvisada que en verdad parecía casi clandestina.
De ahí que un retornado Lluís Companys a la presidencia de la Generalitat luego de un período carcelario quiso honrar a Pi i Margall como merecía: una inauguración en 1936 de lo más multitudinaria y ceremoniosa.
El culebrón continuó bajo la dictadura franquista y se perfeccionó bajo la alcaldía Colau, convirtiéndolo en el Monumento a Nadie. Una originalidad fruto de la incompetencia y la cobardía.