La relación con los animales jaquea nuestros hábitos. Los argentinos somos carnívoros y no solemos detenernos en la idea de que matamos planificadamente para alimentarnos. Yo mismo lo vivo de esa manera: sentarme a comer un bife, una merluza o una milanesa de pollo no me genera culpa. Pero cuando veo un camión cargado de vacas rumbo al matadero -y te miran a los ojos- sí hay algo que se me mueve adentro. Luego, reconozco, lo olvido.
También muchos de nosotros nos aterrorizamos al escuchar que algunas culturas comen perros, pero nadie se sorprende si nos preparamos una perdiz a la cacerola. ¿Todos los animales tienen el mismo derecho a no ser convertidos en alimento o solo aquellos con los que tenemos empatía? Ni gatos ni perros entran en la olla, claro. Pero también escucho suspiros cuando se habla de carnes exóticas. De canguro -son tan lindos, saltarines- o de cebra , tan señoriales ellas. No es una escala científica pero parece real: nos molesta comernos aquellos animales con los que generamos comunicación o que -en nuestra escala- tienen algo único, un garbo especial.
Sabemos que en el hinduismo la vaca se considera sagrada y es repulsivo comerla, incluso en muchas zonas, prohibida su comercialización. Como en toda historia, no queda claro si el origen radica en aquello que la vaca brinda (la leche, el yogur, la manteca) o la necesidad de darle entidad a una fusión con lo natural que nos supere, que vaya más allá de nosotros.
Contra esa idea de una tierra comunal que nutre surgen las técnicas de marketing que nos ocultan realidades incómodas. Las carnicerías que tenían las reses a la vista desaparecen. Ahora son tiendas boutique donde no se asocia el producto a la matanza. Ni que hablar de las pollerías de pueblo de hace 50 años en que uno elegía el ave y la descogotaban al instante. O de cómo se sacrificaban a los cerdos.
Cada uno tendrá sus propia escala sobre si es injusto consumir carne o si es “ley de vida”. Sí es cierto que si a la matanza del animal se la esconde, algo recóndito, molesto, debe haber allí.