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martes, febrero 11, 2025

Obesidad amenaza a adolescentes sudamericanos

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La mala alimentación, así como un estilo de vida sedentario, con bajos niveles de actividad física está propiciando adolescentes obesos en América del Sur: en Argentina, la prevalencia de alto sedentarismo y dieta muy pobre afecta casi a uno de cada tres adolescentes (26,8%).

Los datos corresponden a un estudio publicado en el Journal of Public Health y corroboran los de un nuevo informe sobre salud global de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), realizado en conjunto con otros organismos y agencias de las Naciones Unidas.

Según ese documento, en la región existe desigualdad en el acceso a alimentos saludables y la prevalencia de la subalimentación aumentó 5 puntos porcentuales entre 2019 y 2023, exacerbada por el cambio climático y los eventos meteorológicos extremos, lo que a la larga podría tener un costo enorme para las economías y los sistemas de salud de los países de la región, especialmente en América del Sur.

El informe señala que si bien la desnutrición y el sobrepeso coexisten en la región, la obesidad está aumentando significativamente: el 8,6 por ciento de niños mayores de cinco años está afectado por sobrepeso, 3 puntos porcentuales por encima de la estimación global (5,6 por ciento). Asimismo, advierte que es América del Sur la que impulsa este incremento, pues las tasas de obesidad en Mesoamérica y el Caribe muestran estabilidad en los años recientes.

Para Rafael Tassitano, profesor asistente del Departamento de Kinesiología y Salud Comunitaria de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, Estados Unidos, y coautor del estudio publicado en el Journal of Public Health, el aumento de la obesidad “tiene que ver con una miríada de otros factores, que van desde el acceso a alimentos saludables hasta un entorno que fomente la actividad física”.

En todos los países analizados por el estudio —Paraguay, Perú, Surinam, Chile, Guyana, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Bolivia— los datos mostraron niveles de inactividad física superiores al 80 por ciento entre los adolescentes.

En promedio, la prevalencia de adolescentes “sentados todo el día con una alimentación muy pobre” es del 17,8 por ciento en América del Sur, refiere Tassitano a SciDev.Net.

Estos comportamientos son preocupantes, añade, porque “son factores asociados a todas las enfermedades crónicas no transmisibles, desde la obesidad hasta la diabetes y el cáncer”.

“La obesidad es una condición que tarda tiempo en manifestarse. Si un adolescente ya es obeso, la probabilidad de que sea un adulto sano no es muy alta”, afirma.

El estudio analizó diez cuestionarios de alcance nacional que recopilaron datos de más de 140.000 adolescentes mayores de 11 años entre 2010 y 2018 en los países mencionados.

“Nos centramos principalmente en los comportamientos obesogénicos, pero también tomamos en cuenta que las características de cada país también influyen en la obesidad”, explica Tassitano.

Los comportamientos obesogénicos son aquellos que favorecen el desarrollo de la obesidad o que estimulan hábitos y comportamientos que conducen al exceso de peso.

“La obesidad es una condición que tarda tiempo en manifestarse. Si un adolescente ya es obeso, la probabilidad de que sea un adulto sano no es muy alta”.

Rafael Tassitano, profesor asistente del Departamento de Kinesiología y Salud Comunitaria de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, Estados Unidos

Otro hallazgo del estudio fue que los adolescentes de familias encabezadas por mujeres tienen peores índices de seguridad alimentaria que los encabezados por hombres. Las niñas también tenían más probabilidades de estar en grupos con mayor riesgo de obesidad que los niños.

“Esto ciertamente tiene que ver con la conocida brecha salarial de género para las mujeres, pero también puede tener que ver con la restricción a las niñas en detrimento de los demás en el hogar. Esta, sin embargo, es una dinámica muy difícil de medir”, afirma Daniela Canella, profesora del Instituto de Nutrición de la Universidad Estatal de Río de Janeiro e investigadora de la Asociación Brasileña de Salud Pública (ABRASCO), que no fue parte del estudio.

Las soluciones ya existen

Paula Johns, directora ejecutiva de ACT Promoción de la Salud, organización centrada en cuestiones alimentarias en Brasil, advierte que “no tenemos ciudades pensadas para un consumo más inteligente o que faciliten la agricultura familiar”.

Analizando ambos documentos, en los cuales no participó, Johns dice que “estos resultados son una indicación de que el modelo económico hegemónico no es capaz de alimentar a la gente con calidad: ¿la solución es expandir un modelo que no funciona? Necesitamos repensarlo”.

Según el informe de la OPS, más de la mitad de los 33 países de la región analizados son considerados vulnerables por el riesgo de aumento de la desnutrición debido a que los fenómenos meteorológicos extremos “reducen la productividad agrícola, alteran las cadenas de suministro de alimentos, aumentan los precios y afectan los entornos alimentarios”.

“Es un círculo vicioso”, afirma Eduardo Nilson, investigador del Centro de Investigaciones Epidemiológicas en Nutrición y Salud de la Universidad de São Paulo. “El monocultivo de productos básicos deforesta áreas para crear más espacio para su actividad, lo que, a su vez, contribuye a acelerar el cambio climático”, señala.

Y con este proceso, las poblaciones más vulnerables son las que salen perdiendo, algo que también demostró el estudio coescrito por Tassitano, quien subraya: “con el tiempo, es probable que las disparidades aumenten en lugar de disminuir”.

El problema, sin embargo, no es insoluble. Para Paula Johns, tanto el estudio como el informe tienen un lado positivo. Los documentos nos recuerdan que las buenas políticas públicas pueden inducir el desarrollo en una dirección determinada, subraya.

Estas políticas no necesariamente tienen que ser a nivel nacional. La vida, señala Johns, ocurre mayoritariamente en el nivel local y municipal. Recuerda el ejemplo de Caucaia, un municipio de Ceará, en el nordeste de Brasil, que intentó adoptar el transporte público gratuito el año pasado.

“Muchas personas tuvieron acceso a partes de la ciudad y a opciones de ocio que normalmente no habrían tenido. Las mujeres pudieron ir al mercado más lejos de casa para comprar alimentos de mejor calidad”, afirma.

No necesitamos ir a Finlandia a buscar buenos ejemplos para imitar. “Simplemente hay que hacer que funcionen las buenas políticas que ya existen”, afirma Johns.

Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net

Redacción

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