Por Daniel Artola
En la literatura argentina vive un genio, un mago que sabe sacar conejos de la galera sin que se note el truco. Siempre sorprende: se llama César Aira. Nació el 23 de febrero de 1949 en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires. Es escritor y traductor. Al leer a Stephen King o Bradbury en español descubrimos la mano de Aira. A lo largo de su carrera ganó los premios Formentor y Roges Caillois.
Es muy probable que en el momento que el lector lea esta nota César Aira haya publicado un nuevo libro, de los más de cien que se le conocen. “Mis novelitas”, define el autor de “Ema, la cautiva” y «En el pensamiento».
En la casa familiar no había libros, los intereses de sus padres pasaban por otro lado. Tímido, y escurridizo, es poco común que acceda a reportajes. A veces rompe la regla. En el programa de televisión mejicano “Vida de letras”, Aira recuerda que en su pueblo había dos bibliotecas públicas “muy buenas” donde iba a leer a los clásicos. Además, seguía al suplemento cultural de “La Nación” donde hablaban de Borges, que comenzaba a ganar fama mundial. Era los años 60.
A los 13 años escribió una carta a la editorial Emecé que publicaba al autor de “Ficciones” y de esa manera compró un lote de libros con la ayuda de su padre. El futuro novelista no olvidó la emoción que sintió cuando llegaron los libros a su casa. “Conservo esas publicaciones y las sigo leyendo. Borges está presente todos los días en alguna anécdota. A pesar de los años que pasaron desde su muerte, es una presencia muy viva”, apuntó el escritor de “Lugones”.
Aparecen varios textos por año en editoriales grandes y del círculo independiente. Los libros apenas pasan las cien páginas “para no abrumar”, pero la consistencia de las historias y los juegos que propone exigen un lector atento. “Ya perdí la cuenta”, confiesa el narrador cuando se le pregunta por la cantidad de títulos. “Yo no sé cuando duerme”, exclama un librero.
Aira no le tiene miedo a la página vacía, sino a la página llena. “En internet están todos los libros, todas las imágenes, todas las películas, toda la música; ya está todo hecho. Esa es la página llena”, afirma y propone escribir a mano con lapicera y papel para “volver a la materialidad”. Escribe en cuadernos sin reglones y utiliza su colección de lapiceras. Los cuadernos no se guardan, van a la basura, luego de pasarlos a la computadora.
La identidad de un autor
Su estilo abre muchas ventanas con una mezcla de humor, reflexiones filosóficas y un tema central: la literatura. Realismo delirante, le dicen, para encontrar alguna definición, que no alcanza para abarcar toda su obra.
Aira quiere llegar desde Buenos Aires a Mar del Plata por la ruta 3 y lo consigue, aunque sabemos que hay que ir por la ruta 2. Es decir, Aira le escapa a lo obvio, a lo previsible. Hay que estar atentos porque nada es lo que parece.
“Yo me fijo en el caminar de los niños que nunca van recto. Se encuentran con un escalón, se suben, saltan, se encuentran unas baldosas, saltan de una a otra, siempre encuentran un juego. El adulto cuando va a un lugar no se detiene. Mi escritura, es como el caminar de los niños que el de los adultos, no, cada momento me estoy desviando del camino”, contó en una entrevista con la televisión sueca que lo visitó en su casa del barrio de Flores.
Por su forma de escribir, por sus historias que como cajas chinas contienen varias historias, Aira debería tener una casa en Parque Chas, el barrio de calles circulares y laberínticas. Pero el autor de “Como me hice monja” reside en Flores desde los 18 años.
Era común cruzarlo en los bares o gimnasios del barrio. En varios libros menciona a personajes del barrio como “La Mendiga” o “Las Noches de Flores”. Hasta hay un museo que exhibe sus libros traducidos a varios idiomas. Más de un vecino y “La guerra de los gimnasios” está inspirado en el lugar donde entrenaba. “Las leyendas del barrio son ideales porque me dan la estructura para que corra la imaginación”, expresó.