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El Estado y la cultura

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Martín Lema propone eliminar TV Ciudad. Un postulado valiente en abierta confrontación con el concepto “progre” del Estado. Un Estado que descuida la administración de la justicia y la seguridad de sus ciudadanos pero que fabrica cemento portland a pérdida. O un gobierno departamental que generaliza la mugre en la ciudad por una invocada falta de recursos, pero mantiene un canal de TV cuyos resultados económicos explican buena parte del déficit municipal.

La editorial de El País del 13 de febrero celebra la propuesta de Lema señalando su acierto desde el punto de vista electoral. Otros columnistas del matutino (Álvaro Ahunchain, artículo del 12 de febrero de 2025) defienden la idea de mantener el canal de propiedad municipal. Desde luego que, en su concepto, sería menester un drástico cambio. El canal debería dejar de ser ese medio publicitario del Frente Amplio que sostenemos todos los montevideanos para transformarse en un difusor de “la cultura”. ¿De qué cultura? Desde luego que se trata de una cultura que en concepto de Ahunchain es postergada “…porque los medios privados …toman decisiones con base en resultados comerciales”. Se trataría de “…la difusión del teatro, las letras, las artes visuales, la música y el cine nacionales”. Es decir, una suerte de neoproteccionismo cultural a gusto de una elite hiperminoritaria, que sería financiado por el esfuerzo contributivo de la inmensa mayoría de los montevideanos que no conocen ni quieren conocer a Cacho Bagnasco, Virginia Martínez, Josema Ciganda, Michell Visillac o Elvio Gandolfo.

Si el mercado no privilegia esos productos culturales ni a sus afamados autores, va de suyo que la propuesta de mantener TV Ciudad (aun con nuevos contenidos de índole “cultural”) implica un despojo sin justificación ética de clase alguna. Todos los montevideanos vamos a pagar tributos municipales que financiarán realizaciones con las que la inmensa mayoría no somos afines.

Este vicio ético es muy propio de una intelectualidad que persiste en reiteración real en aquello de hacer una sociedad a imagen y semejanza de lo que sus cabecitas creen que es lo más conveniente para todos. Sin dudas que para seguir despreciando el mandato del mercado (para ellos pleno de injusticias e inconvenientes) los motivan muy buenas intenciones.

En función de ellas se permiten a sí mismos entronizarse por encima de lo que quiere el mercado que no es otra cosa que lo que quiere la gente. Ese mismo cliché mental y esas mismas “buenas intenciones” justificaron la violencia para instalar un modelo de sociedad que, en los sesenta y a esa misma intelectualidad se le había antojado imaginar como muy superior a la economía de mercado y a la democracia liberal. No es necesario gastar tinta en describir lo que resultó a partir de esos febriles intelectos. Muchos no aprendieron la lección y otros tantos asimilaron sólo la mitad de la enseñanza histórica. Repiten ahora sus imposiciones desde la cultura (no importa de qué signo sea) con la plata de todos.

Se sueña con un canal municipal en donde abunden las obras teatrales y contenidos musicales de alta alcurnia intelectual que le resultan aburridísimos a casi todos. El razonamiento es algo así: “como yo soy más culto que los demás tengo derecho a usar el dinero de todos para imponer mis gustos personales”. Suena petulante, pero es así. Esta casta de individuos “superiores” con frecuencia expresan que son capaces de “diseñar la sociedad del futuro” cuando hace tan sólo algunas décadas nadie llegó ni siquiera a imaginar las consecuencias sociales de la era digital, de la comunicación por internet, de la fantástica (y hoy tan trivial) realidad de un celular o de las redes sociales. Se trata de gente que no ha superado del todo la tentación totalitaria y que, dominados por un racionalismo que consideran superior a la realidad, no llegan a comprender que la evolución de las sociedades humanas es producto de una dialéctica espontánea que todos los individuos y los intelectuales en particular, deberíamos aprender a respetar.

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