El pasado lunes, Eduard Vieta, jefe del servicio de psiquiatría del hospital Clínic de Barcelona, alertaba en este diario sobre los riesgos del cannabis, una sustancia que, decía, se percibe como droga blanda y puede ser un potencial desencadenante de enfermedades psiquiátricas como esquizofrenia o trastorno bipolar. También en este diario, Luis Benvenuty ha ido narrando cierta conversión comercial de Ciutat Vella, donde muchas tiendas usan la flor de la marihuana como reclamo.
Quiso el destino que un 27 de mayo del 2016 el plenario de Barcelona aprobara dos planes especiales urbanísticos que, inevitablemente, se relacionan entre sí. Uno era sobre la reforma de la Rambla, la calle que, por su volumen de paseantes, es un laboratorio humano donde todo empieza. El otro plan quiso regular las asociaciones de consumidores de cannabis y, a pesar de que esta normativa quedó invalidada judicialmente en junio del 2020, el daño ya estaba hecho. Los clubs situados en Ciutat Vella, en oposición a aquellos que verdaderamente solo admitían a sus socios, empezaron a buscar jóvenes turistas para venderles, como mínimo, marihuana.
Esta actividad se nutre de turistas que vienen a hacer lo que no pueden hacer en su casa
Aparecieron en la Rambla captadores que cada cien metros repiten “hash? coffee shop?” y generan una demanda que, como siempre, ha acabado condicionando la oferta. Si no queremos tiendas de productos legales relacionados con la droga, como pipas o papel de fumar, primero se debe cortar el tráfico de la droga que se compra en sitios alegales.
Después, la espiral ha ido creciendo. Ya hay comercios ofreciendo gominolas que distan mucho de ser inocentes caramelos. Al mismo tiempo, hay pisos ocupados que se utilizan como plantaciones, para lo cual pinchan la luz, cuyo consumo acabamos pagando todos. Pisos en los que, por tratarse de viviendas, las fuerzas de seguridad no pueden entrar sin una orden judicial.
Esta actividad cannábica se nutre de turistas que vienen a hacer en Barcelona lo que no pueden hacer en sus casas, pero también la utilizan los jóvenes de por aquí. Se complementa además con la venta nocturna de latas de cerveza, algo que no ha desaparecido de la realidad. Simplemente ha sido relegada del debate ciudadano por problemas mayores, tales como la reaparición de la heroína en el año 2017 y toda la delincuencia que genera.
Debemos entender que cualquier tipo de droga nos puede afectar a todos. También que nos puede atraer a todos, aunque sea con un velo de hipocresía. Un par de años atrás, en una inspección comercial en una tienda de recuerdos, el inspector preguntó con tono acusatorio: “¿Por qué tienen ustedes camisetas de Pablo Escobar?”. La explicación no fue ni por tráfico de tusi o glamurosa cocaína ni por la recurrente difamación sobre el blanqueo de dinero en negocios turísticos. La respuesta fue más actual y para todos los públicos: “Porque de Pablo Escobar hay una serie en Netflix”.