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martes, febrero 25, 2025

Arte y fósiles: una reflexión sobre los dinosaurios y su influencia en el siglo XX

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Desde hace algunas semanas, el palacio Ardinghelli de L’Aquila, región de los Abruzos, aloja una exposición colectiva denominada Terreno: huellas del cotidiano accesible. Esta ciudad del antiguo reino de Nápoles, situada en el centro de Italia y arrasada por varios terremotos, desde 2021 acoge a una de las sedes del Museo Nacional de las artes del siglo XXI (MaXXI) creado en Roma en 2009 y sostenido por el Ministerio de los Bienes y las Actividades Culturales. L’Aquila MaXXI está orientado al arte in situ, es decir a proyectos específicamente diseñados para un lugar que, de ser transportados, perderían su significado. Una idea contraria a cualquier museo, una institución que, como es sabido, se arma con fragmentos concebidos para cualquier otro espacio.

Este es el desafío de Terreno, la muestra pergeñada por la historiadora del arte Lisa Andreani reuniendo obras y escritos de artistas con artefactos y documentos fotográficos del Museo de las Civilizaciones de Roma, proyectos de diseño, arquitectura y producciones sonoras.

El subtítulo es una referencia a Gianni Celati (1937-2022), el escritor, crítico y artista plástico italiano quien, en 2008, al publicar una antología de Antonio Delfini (1907-1963) se refirió a sus diarios como un «montaje de reliquias, cuyo valor, más que en su rareza, reside en su normalidad y en su descarte. y que, al ser reunidos hacen aflorar la transitoriedad del cotidiano disponible».

Un conjunto de cosas efímeras que nos sobreviven, una definición de museo que Andreani materializa combinando escenas, paisajes y gestos de ese día a día que, a menudo, pasa desapercibido. Un diálogo entre imágenes, sonidos y objetos de la cultura popular, las ciencias y el arte contemporáneo, una reflexión sobre los restos que nuestro paso por la Tierra le deja al futuro.

Terreno: huellas del cotidiano accesible, en el palacio Ardinghelli de L’Aquila, región de los Abruzos (Italia). Foto:  Claudio Cerasoli gentileza.
Terreno: huellas del cotidiano accesible, en el palacio Ardinghelli de L’Aquila, región de los Abruzos (Italia). Foto: Claudio Cerasoli gentileza.

Entre ellos, un globo terráqueo donde los continentes están poblados no por monstruos renacentistas sino por dinosaurios y, al lado, en la pared, una suerte de maqueta topográfica en madera. Se trata de «Mappa Mondo» (2007) y «Logogrifo» (1989), dos obras del editor turinés Ezio Gribaudo (1929-2022) que además de su legado como productor de libros de arte, dedicó su vida a imprimir una historia geológica del mundo en forma de huellas, fósiles de papel, letras grabadas, meandros, altimetrías y blancos de lejía.

Para Gribaudo los logogrifos, esa realidad, suceso o comportamiento que no se alcanza a comprender, son estratos de papel secante. En 2024, una serie de ellos se expuso en Graz (Austria) y en el Museion de Bolzano. La muestra fue llamada “El peso de lo concreto” para marcar su lejanía de la abstracción, pero también la relación de esos relieves en blanco sobre blanco con los materiales que les dan forma y con el paisaje cultural de Turín.

Uno de ellos, el símbolo del Archivo Gribaudo, surgió de la imagen de una célula cerebral ampliada millones de veces, un regalo que Gribaudo recibió de su amiga, la artista Paola Levi Montalcini, la hermana gemela de Rita, la neuróloga que obtuvo el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1986. Esa neurona con sus dendritas, desde 1974 nos mira como un invertebrado fósil de nuestra era desde el techo de hormigón armado del estudio diseñado en 1974 por el arquitecto –también turinés- Andrea Bruno.

Una referencia a las piedras de la ciudad cuyas columnas, iglesias y veredas están plagadas por bichos de las eras geológicas sin que la vida se altere por ello.

Por otro lado, el interés de Gribaudo por los dinosaurios empezó en Oceanía, esa especie de mundo perdido, donde las plantas, los animales y las rocas más extrañas conviven con el presente.

Pero se consolidó en el museo de historia natural de Nueva York, donde los huesos de esos animales se imponen como esqueleto gracias a los magnates que pagaron el trabajo de esos seres humanos que duermen abrazados a un dinosaurio y se despiertan dispuestos a darle color, forma, relleno.

Terreno: huellas del cotidiano accesible, en el palacio Ardinghelli de L’Aquila, región de los Abruzos (Italia). Foto:  Claudio Cerasoli gentileza.Terreno: huellas del cotidiano accesible, en el palacio Ardinghelli de L’Aquila, región de los Abruzos (Italia). Foto: Claudio Cerasoli gentileza.

Gribaudo, quien viene del arte de la impresión, creó un tipo gráfico con las piezas de madera con las que se componen los modelos de dinosaurios para armar: una U invertida o diapasón –las costillas– que se repite en muchas de sus obras, como un tipo de imprenta jurásico. Otros de sus dinosaurios se asemejan a los animales del arte rupestre europeo porque, a fin de cuentas, nuestra humanidad nunca ha dejado de convivir con ellos.

Pero, como también refuerza Terreno, el siglo XX no se puede concebir sin los dinosaurios. Estados Unidos, recordemos, es el país con mayor cantidad de autos por familia; Turín, la ciudad del arte contemporáneo, la antigua capital del automóvil. Cada auto se mueve gracias al petróleo y sus derivados.

Y aunque este hidrocarburo sea, en realidad, el fruto de la transformación de la materia orgánica procedente del zooplancton y de las algas, en la década de 1970 las revistas infantiles mostraban cómo el cadáver descompuesto de un dinosaurio se transformaba en un estrato negro y oleoso a la espera de la perforación que lo llevara a la superficie.

Una asociación falsa, pero eficaz, surgida de las campañas de prensa de la petrolera Sinclair Oil and Refining Corporation, empresa fundada en 1916, cuyos publicistas en la década de 1930 recurrieron a una docena de dinosaurios para sus campañas de las cuales seleccionó a “Dino”, el brontosaurio, como imagen corporativa que se coló hasta en la sopa en forma de figuritas y globos que se distribuían en las estaciones de servicio.

A tal punto que se convirtió en la mascota preferida de los consumidores estadounidenses y en 1975, fue declarado miembro de honor del museo de historia Natural de Nueva York, ese que Gribaudo visitó acompañando a otro de sus amigos: Lucio Fontana (1899-1968), quien, antes de morir, realizó su primera exposición en esta ciudad.

Ambos fueron testigos de cómo, a través del tanque de nafta y de las tiendas con los objetos más absurdos, los dinosaurios se instalaban en nuestras vidas de donde hoy –como Terreno propone– no hay quien los saque. No por nada el estudio Gribaudo recibe con una neurona fosilizada mientras que, a su lado, en el jardín, vigila un brontosaurio engalanado por las marcas del encofrado y su hechura más que humana.

Redacción

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