Por Daniel Artola
“A Almafuerte no se lo lee, se lo oye”, afirmó el líder político Alfredo Palacios al saber de la muerte del poeta matancero en su humilde casa de La Plata, el 28 de febrero de 1917. La definición del líder socialista no es errada, ya que cualquier lector sentirá que los versos del poeta resuenan al leerlas en la cabeza y el corazón.
“Sus textos tienen una gran carga emocional, pero también me interesa su riqueza conceptual”, sostuvo Daniel Menafra, autor del libro: “Almafuerte, un poeta filosófico”, en una charla organizada por La Plata Ciudad Cultural, dependiente de la municipalidad local, en 2020.
Según el especialista, hay que poner en contexto la obra del autor para comprender y desmontar el calificativo que lo describió como “contradictorio”, ya que sus ideas pasaron de un optimismo en el progreso, propio de la época, a un cierto desencanto, en el final de sus días. Quizá en esa conjunción se encuentre la clave su llegada a los sectores populares.
Almafuerte nació en un hogar muy humilde en San Justo, La Matanza. Su madre falleció al poco tiempo y su padre lo dejó en manos de una tía que lo crio como un hijo propio. El escritor fue un autodidacta que ejerció como maestro sin título y dio clases en distintos pueblos bonaerenses.
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De joven abrazó las ideas del romanticismo. “Mitre, Sarmiento y Alberdi fueron para él hombres providenciales”, definió Menafra. Los líderes mencionados estaban en sintonía con su rechazo al caudillismo dentro de la lógica sarmientina de “civilización o barbarie”.
Con los años, Almafuerte vivió los cambios de la época con la irrupción del cientificismo del biólogo Florentino Ameghino. “El siglo XIX fue el siglo de la ciencia y el progreso”, recordó Menafra.
Por eso en sus versos está la idea de la evolución y el progreso del hombre sin dejar de implorar a Dios. Menafra citó unos versos de “Sin tregua” para dar un ejemplo:
¡Levántate holgazán!..¿ves el conjunto?,
la gloriosa verdad de las estrellas,
pues sabe que, sin ti, sombra, trasunto,
dejarían de andar y de ser bellas;
¡porque basta que ceda un solo punto,
para verlas caer a todas ellas!…
¡Levántate holgazán: vibre tu pulpa,
peligra el universo por tu culpa!
En 1890 estalla “La revolución del Parque” y Almafuerte adhiere a la revuelta encabezada por la Unión Cívica liderada por Alem y Mitre, entre otros, contra el gobierno de Juárez Celman.
“En una tercera etapa adhiere al socialismo, una ideología más cercana a sus preocupaciones”, definió el investigador. Almafuerte le cantó a los desposeídos, a su “chusma de mis amores”. Se vio como “un fraile, un predicador, que buscaba transformar al hombre”.
Para Menafra, otros de los poemas clave para entender a Almafuerte es “El misionero”. “Se nota una carga pesimista fuerte. Está dedicado a los que luchan por un ideal y pierden. Él se sentía así”.
“Yo entendí que los éxitos ultrajan
la equidad del Señor y de sus dones;
pues por un triunfador hay mil millones
que más abajo de sí mismos bajan.
“Yo repudié al feliz, al potentado,
al honesto, al armónico y al fuerte…
¡Porque pensé que les tocó la suerte
como a cualquier tahúr afortunado!
Almafuerte fue un rebelde, no un revolucionario, en su mirada del mundo. “Estaba la figura del romanticismo de Satán. No como el mal, sino como el héroe rebelde”, destacó el especialista.
El hombre de pecho inflado y cabeza erguida del monumento de San Justo mantiene firme su mandato moral de “Piú Avanti:
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora…
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!