Poco a poco se van vislumbrando los pilares centrales que guiarán la nueva política exterior de Estados Unidos. La segunda administración de Donald Trump está sacudiendo la política internacional desde su llegada a la Casa Blanca el pasado 20 de enero de 2025, adoptando medidas y narrativas que alterarán lo que queda del orden global liberal construido a mediados del siglo XX.
En este nuevo enfoque de política exterior estadounidense se identifican tres objetivos inmediatos. En primer lugar, impulsar la economía forzando a las empresas estadounidenses y extranjeras a relocalizar la producción en territorio nacional. En segundo, cimentar su influencia en América Latina, incluso a través de estrategias injerencistas. Por último, reclamar su posición dominante en el hemisferio occidental, con acciones coercitivas y amenazantes que ya se observan en escenarios como el canal de Panamá o Groenlandia.
No obstante, para materializar estos tres objetivos, la administración Trump enfrenta un gran obstáculo: China. Durante décadas, la potencia asiática ha conseguido expandir notablemente su presencia en el continente aprovechando la pasividad, condescendencia e indiferencia de Estados Unidos hacia América Latina. Esta influencia se fortaleció aún más con la introducción de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés) en 2012, un ambicioso proyecto que busca mejorar la conectividad física, política, económica, financiera y cultural entre China y el resto del mundo, principalmente a través de la construcción de infraestructuras y el fortalecimiento de los lazos diplomáticos.
Según el instituto Green Finance and Development Center de la Universidad de Fudán, actualmente 21 países de Centroamérica y Sudamérica forman parte de la Nueva Ruta de la Seda: Antigua y Barbuda, Argentina, Barbados, Bolivia, Chile, Costa Rica, Cuba, Dominica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Granada, Guyana, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Perú, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela. Otros, como Brasil o México, no están oficialmente adheridos, pero aun así reciben una parte sustancial de las inversiones procedentes de China.
Que un país en constante crecimiento como China ejerza una influencia significativa en América Latina representa una “amenaza” para la estrategia de Donald Trump
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Esto choca frontalmente con las aspiraciones de Estados Unidos. Que un país en constante crecimiento como China, considerado además una potencia “enemiga”, ejerza una influencia significativa en América Latina —región que Washington ve de nuevo como su “patio trasero”—, busque reforzar las economías latinoamericanas y tenga presencia en sectores estratégicos como el portuario, el energético, el minero o el de telecomunicaciones representa una “amenaza” para la estrategia de Donald Trump.
Ante este escenario, la administración republicana ha comenzado a tomar medidas. Panamá es un ejemplo significativo. En su intento de controlar directa o indirectamente el estratégico canal de Panamá, Washington ha presionado al país centroamericano para que abandone la Nueva Ruta de la Seda y rescinda los contratos que la empresa china Hutchison Port mantiene para operar los puertos de Cristóbal —ubicado en el mar Caribe—y Balboa —en la costa atlántica—.
En este sentido, Estados Unidos ha logrado una victoria táctica: tras una reunión entre el presidente panameño, José Raúl Mulino, y el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, Panamá anunció que no renovaría el memorando de entendimiento de adhesión a la BRI sellado en 2017. “Yo no sé qué animó en su momento a quien firmó eso con China. ¿Eso que ha traído para Panamá en todos estos años? ¿Cuáles son las grandes cosas? ¿Qué ha traído al país [la Nueva Ruta de la Seda]?”, declaró el dirigente panameño poco después.
Lo que probablemente Mulino sí conozca es que, desde 2017, la inversión china en Panamá se ha multiplicado por cuatro hasta llegar a los 1.400 millones de dólares en 2023 y que el comercio bilateral superó los 6.000 millones de dólares ese mismo año. Por supuesto que el presidente panameño conoce esos datos —o al menos alguien de su equipo—, pero su objetivo es complacer a la administración Trump, con la que está más alineado política, ideológica y estratégicamente, pese a que podría perjudicar a la economía nacional.
Pero América Latina sí quiere a China
En este contexto, el caso panameño plantea dos posibles escenarios para los países latinoamericanos: ceder ante la presión de Estados Unidos o intentar capear la tormenta manteniendo —o incluso reforzando— los lazos comerciales con China y su participación en la Nueva Ruta de la Seda. Lo más probable es que la mayoría de los países de la región opten por esta segunda vía —quizá a excepción de Argentina bajo el mandato del anarcocapitalista Javier Milei— ya que son conscientes de los beneficios que conlleva la asociación con Pekín.
En 2023, la inversión china en los países latinoamericanos aumentó un 92% tras superar definitivamente la pandemia y alcanzó los 5.500 millones de dólares
Si bien existen problemas asociados a la Nueva Ruta de la Seda como la degradación medioambiental, los proyectos de infraestructuras poco rentables o la corrupción, Pekín ha exportado gran parte de su éxito económico a América Latina, una región que precisa de inversiones en conectividad física, mayor comercio y desarrollo.
En 2023, la inversión china en los países latinoamericanos que forman parte de la BRI aumentó un 92% tras superar definitivamente la pandemia y alcanzó los 5.500 millones de dólares, cifra que representó el 20,5% del total de todas las inversiones de la potencia asiática realizadas en el marco de la iniciativa. Los intercambios comerciales también son un buen indicador del estado de las relaciones bilaterales: el comercio entre China y América Latina —en su conjunto— ha escalado de los 18.000 millones de dólares en 2002 hasta los 450.000 millones de dólares 20 años después. Además, según varias estimaciones, para 2035 esta cifra superará los 700.000 millones de dólares.
Precisamente, mientras la administración Trump lanzaba nuevas amenazas contra varios países de América Latina, el presidente de China, Xi Jinping, viajó a Lima para reunirse con Dina Boluarte y asistir a la ceremonia inaugural del puerto de aguas profundas de Chancay, una infraestructura valorada en 3.500 millones de dólares construida y operada parcialmente por la empresa estatal COSCO Shipping Ports. “Hemos de llevar a buen término la operación de este puerto para que sea un verdadero camino de prosperidad y fomente el desarrollo común entre China y Perú, y entre China y América Latina”, declaró el líder chino.
En definitiva, Estados Unidos va a intentar debilitar la influencia de China en América Latina para materializar su visión injerencista de que “América sea de los americanos” en una especie de Doctrina Monroe 2.0. No obstante, el mundo ha cambiado mucho desde la segunda mitad del siglo XX y los países latinoamericanos cuentan ahora con una mayor autonomía para adoptar las decisiones que consideran adecuadas para impulsar su propio desarrollo. Y, sin duda, seguirán considerando a Pekín y su Nueva Ruta de la Seda como un actor clave en ese proceso.