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lunes, marzo 3, 2025

La relevancia actual de Frantz Fanon: Entre la filosofía, la revolución y la literatura

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Frantz Fanon ha vuelto. Figura emblemática de los 60-70, el argelino-francés de las distintas caras, psiquiatra y filósofo, anticolonialista, pensador marxista, revolucionario y escritor, del que Jean-Paul Sartre escribió un prólogo famoso e infinito para su libro Los condenados de la tierra, donde dijo cosas como “el colonizado se cura de la neurosis colonial echando al colono por las armas”, sobre Fanon acaba de salir una biografía, La clínica rebelde, de Adam Shatz, donde se lo reconstruye como activista intelectual de la era poscolonial, y de cómo, a través de su legado intelectual y de sus escritos sobre raza, imperialismo, revolución y psicología del poder, sigue siendo una referencia ineludible en movimientos insurreccionales de todo el mundo.

Curiosamente, Fanon (2008) se llama una novela del notable y tapado escritor norteamericano John Edgar Wideman, reeditada por El cuenco de plata con traducción de Pablo Ingberg. “La vida imaginaria no es aislable de la vida real: es el mundo concreto, objetivo, el que alimenta constantemente, el que permite, legitima, funda lo imaginario. La consciencia imaginaria y por supuesto lo imaginario no son posibles sino en la medida en que lo real nos pertenece”, es una cita de Frantz Fanon de 1956, que introduce a una novela experimental, donde Wideman entrelaza múltiples voces e historias de las padecientes poblaciones afroamericanas a lo largo del siglo XX, realidades que se reflejan hasta el presente, donde el color de piel continúa como signo de segregación y asesinatos por obra de represión policial a la par que han surgido movimientos civiles como Black Lives Matter.

Novelista, ensayista, profesor universitario, Wideman nació en Washington en 1941, aunque gran parte de su obra se desarrolla en Pittsburgh, Pensilvania, ciudad en la que creció. Escritor ampliamente reconocido y galardonado con numerosos premios literarios, entre los que se destacan el Premio PEN Faulkner en dos ocasiones y el Premio Femina Étranger en 2017, su obra ha sido escasamente traducida al castellano y poco conocida en las librerías argentinas.

Junto con Fanon se ha publicado recientemente Hermanos y Guardianes, también con traducción de Pablo Ingberg, perturbador retrato familiar que pone en primer plano las memorias de Wideman acerca de dos hermanos: uno, un novelista premiado y reconocido por su comunidad literaria; el otro, un fugitivo buscado por robo y asesinato.

Una larga carta

Si no pude vivir la vida de Fanon, tal vez podría escribirla. Eso es lo que explicita Wideman en el comienzo de Fanon, donde arranca con una larga carta al propio intelectual evocando un magnetismo difícil de disimular.

Frantz Fanon. Archivo Carín.
Frantz Fanon. Archivo Carín.

Allí escribe: “Estoy sentado con los últimos restos de una copa de vino tinto en el pequeño jardín de una pequeña casa de Bretaña. Pasé la mañana de este día como pasé la mayor parte de las mañanas de este verano, tratando de salvar una vida, agregando unas palabras, unas frases a esta larga carta que estoy dirigiéndote, Frantz Fanon, muerto casi medio siglo antes que yo empezara a escribirte, escribiendo casi todos los días, al aire libre cuando el clima lo permite, sentado cada mañana en el jardín de una casa en Francia, el país que reclamabas, Fanon, como tu nación, por el que luchaste y sangraste, herido cerca de Lyon en 1944, y contra el que luego luchaste durante la guerra de la independencia de Argelia hasta morir de leucemia, dicen, en 1961, en un hospital de los Estados Unidos, el país que reivindico yo como el mío”.

Con una prosa que se asemeja a estilos como los de José Saramago, con largas oraciones y muchas comas, influenciado por autores norteamericanos como Faulkner y James Baldwin, en Fanon irrumpen personajes como su alter ego Thomas, que se dispone a abrir una caja donde parece alojarse una cabeza humana, mientras “personas inocentes están siendo asesinadas y mutiladas diariamente”.

En diversas capas de sentido se suceden África, Fanon en acción, luego el traslado de la escena a Pittsburgh y cárceles y hospitales, Nueva York, París, preguntas como “¿quién soy yo, quién no soy”, el cineasta Godard, y su hermano, que entonces le pregunta Por qué Fanon.

Y el narrador responde: “Qué más podía decirle. Sentí impaciencia, disgusto, incluso traición por la pregunta de mi hermano. Él sabe mejor que yo que el tiempo se agota. Demasiados de nosotros encerrados en lugares donde desesperadamente no queremos estar. Urgente toda elección. Cuestión de vida o muerte”.

En la parte final titulada “Posdatas”, el narrador escribe una bella carta a su mamá, donde dice: “La próxima vez que veas a Fanon, dile que lo necesitamos. Necesitamos lo mejor de él. Como necesitamos lo mejor de ti. La parte que dice que estamos todos juntos en este desastre, y dice cuestionen y dice sigan empujando. El hielo se está agrietando, mamá, pero estamos en camino a través del estanque, como sea”.

Entonces, quizá, se podría empezar un nuevo trazado del mundo, sugiere el escritor. Como en Hermanos y guardianes (1984), una dosis de crudo realismo, donde Wideman se desnuda en alma entera narrando la vida de su hermano menor, que en 1975 participó de un robo a mano armada seguido de muerte, lo que le valió una condena a prisión perpetua. Una vida que termina dramáticamente en un penal, bajo un sistema penitenciario atroz y una fiscalía de Estado especialmente inclinados contra los negros.

Frantz Fanon. Archivo Carín.Frantz Fanon. Archivo Carín.

“Robby sigue siendo un hombre resuelto, pensativo, afable, optimista, y, como mi hijo Jake, crea dentro de los muros de la cárcel una vida más plena que las que llevamos muchos de nosotros en el supuesto mundo libre. Esto a pesar del hecho de que es intensamente consciente de los límites y peligros impuestos por el confinamiento y lamenta cada día los errores cometidos que lo hicieron aterrizar en la cárcel y costaron la vida de otro ser humano. Mi hermano me habla con frecuencia del mayor peso con el que cree cargar: ser una fuente de dolor inconmensurable para su familia y la familia del hombre muerto en un crimen que este libro describe”, escribe Wideman en el prólogo a la edición de 2005.

Límites de la ficción y la realidad

Allí, entre los límites de la ficción y la realidad, se transformó en otro tipo de narrador, dándole forma a una secuencia de hechos tras visitar a su hermano varias veces en la cárcel, leyó libros sobre cárceles y presos, habló con miembros de la familia, en especial su madre, examinó expedientes judiciales, archivos periodísticos e informes policiales para documentar acontecimientos.

“La historia me enfrentaba con su intimidante, legítima otredad, una resistencia y un peso que me hacían cuestionarme sin cesar cualquier punto de vista al que yo pudiera darle forma para representar esa otredad. Hermanos y guardianes, ¿era mi historia o no era mi historia? ¿Pertenecía yo a ella tanto como ella me pertenecía a mí? ¿Quién está aquí al mando? Y, después de todo, el juego de la ficción seria ¿no plantea cuestiones similares? Semejantes choques siguen haciéndome conjeturar. Haciéndome escribir”.

Huellas de un escritor fascinante, Fanon y Hermanos y guardianes son una imperdible oportunidad para conocer parte de su obra; libros poliédricos y escurridizos entre la ficción y la no ficción, los de un John Edgar Wideman arraigado en su descendencia afroamericana y el eco de sus barrios proletarios y marginales tanto como en su posterior conciencia universitaria e intelectual, reflejos de otras épocas -los 60, los70-, memoria viva de retazos y fragmentos, nunca narraciones lineales ni aristotélicas. Literatura que se experimenta en la mezcla circular de lenguas, vivencias, dolores, despojos y resistencias del “otro país”, al decir de John Baldwin; vidas que, en definitiva, laten como escondidas en esas heridas abiertas, allí donde lo espiritual y lo real se miran entre sí en el espejo.

Fanon, de John Edgar Wideman (El cuenco de plata). La clínica rebelde, de Adam Shatz (Debate).

Redacción

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