Hemos dicho muchas veces que en la Argentina, el país más extravagante del mundo, debería cobrar entrada. Este es, sin duda, el mejor país para el periodismo, donde lo impensado, la paradoja y el escándalo se presentan a diario.
Exceptuando la inflación y los paros del primer día de clases, todo lo demás parece durar solo un suspiro. Sin embargo, surgió un competidor que desafía nuestra primacía: Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump.
Desde su llegada al poder, Trump puso en jaque dos pilares fundamentales de la política exterior estadounidense, que hasta ahora se mantenían intactos.
Históricamente, Estados Unidos fue el gran promotor de la globalización y el libre comercio, al mismo tiempo que ejercía un liderazgo en el ámbito occidental como garante de un orden democrático y defensor de los derechos humanos.
A pesar de que existen numerosos casos donde Estados Unidos cerró los ojos ante dictaduras, siempre enarboló esos principios. Sin embargo, la situación cambió drásticamente. Trump parece alternar entre un enfoque y otro, y su reciente postura respecto a Ucrania es un claro ejemplo de esta inestabilidad.
Lo que resulta particularmente llamativo es cómo, tras liderar la condena y las sanciones a Rusia por su invasión a Ucrania, Trump empezó a considerar a Volodímir Zelenski como un dictador.
En un giro inesperado, Estados Unidos se transformó en el abogado de Vladimir Putin. Trump humilló públicamente a Zelenski al afirmar que sin la ayuda estadounidense Ucrania no podría resistir ni un solo día.
En sus palabras, «Zelenski debe dejar que yo, Trump, que soy quien financia la guerra, negocie la paz con Putin sin que él se interponga». Esta declaración fue inadmisible para Zelenski, quien se retiró de la reunión en busca de apoyo en la Unión Europea.
Sin embargo, lo que recibió fue un compromiso de gasto de 800 mil millones de euros para reconstruir sus ejércitos, pero sin un cronograma claro ni promesas de enviar soldados a Ucrania. Así, Zelenski se vio obligado a aceptar la negociación de Trump, al menos en términos generales.
La situación no se limita a lo militar. En el ámbito comercial, Trump también adoptó un enfoque agresivo. Amenazó con imponer aranceles a todos los países que dificultaron el comercio estadounidense mientras llenan sus mercados con productos importados.
Aunque muchos se ofendieron al principio, finalmente se vieron obligados a aceptar sus condiciones. Sin embargo, el lunes por la noche, Trump sorprendió a sus socios comerciales, México y Canadá, así como a China, al imponer aranceles monstruosos que podrían llegar hasta un 25%.
Estas medidas amenazan con incrementar el costo de vida en Estados Unidos y desmantelar cadenas industriales integradas, como la de la industria automotriz, donde los componentes cruzan fronteras múltiples antes de llegar al consumidor final.
Las reacciones del mercado no se hicieron esperar. Las acciones cayeron y las expectativas de inflación se dispararon, lo que indica un cambio significativo en la economía. El secretario de comercio de Trump sugirió que podría anunciar un nuevo acuerdo con México y Canadá para reducir los aranceles impuestos.
Este tipo de giros inesperados son tan rápidos que ni siquiera en Argentina, donde hemos visto cambios abruptos, se puede comparar. Recuerdo aquellos momentos en que Domingo Cavallo sorprendía al Congreso con decretos firmados que alteraban la realidad de un día para otro. La velocidad y la inestabilidad de la política estadounidense parecen superar incluso nuestras propias experiencias.
Me pregunto si los periodistas argentinos deberíamos mudarnos a Estados Unidos. Quizás sea más interesante que ellos vengan aquí a vivir nuestras realidades. La situación actual hizo que hasta Argentina parezca predecible en comparación.
No me sorprende pensar que Trump podría empezar a cobrar entrada también, dado el espectáculo que ofrece. La política estadounidense, bajo su mando, se ha convertido en un escenario digno de ser observado con atención, y cada día trae consigo una nueva sorpresa.