Cualquiera que haya pateado una pelota Pintier puede certificar que se trata de una experiencia sensorial irrepetible. Un pelotazo de esa esfera blanca te dejaba los gajos tatuados en la piel. Dolía como la mentira. Mojada o con el rocío del invierno, pesaba una tonelada. Era todo un arte poder adiestrarla y un verdadero desafío para los empeines.
“Te hacía doler la cabeza. Era espectacular, eh. El problema era cuando se mojaba, se ponía muy dura”, avala Juan Barbas, mundialista argentino en España 1982. La Pintier (su nombre proviene de los apellidos de sus fundadores, Pintón y Tierno) fue la pelota oficial de los torneos de AFA desde 1968 hasta 1984. Es decir, durante casi dos décadas de pleno fulgor del fútbol criollo.
La pelota de Diego Armando Maradona en Argentinos Juniors, del Beto Alonso en River Plate, de Ricardo Bochini en Independiente y del Loco Gatti en Boca Juniors, entre otros. Luego, cuando perdió terreno con la Tango de Adidas, la bocha matancera se convirtió definitivamente en un emblema del Ascenso. No se concebía al fútbol polvoriento de los sábados sin esa esfera portentosa. Solo apta para músculos entrenados.
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Ricardo Bochini, ídolo de Independiente, con la Pintier pegada a su botín derecho.
Uno de las pocos que supo domar la Pintier fue Fernando Donaires. Notable ejecutor de tiros libres de los 80’s, el exvolante de Temperley, Deportivo Español, Ferro Carril Oeste y Almirante Brown convirtió una treintena de goles desde media distancia. Hasta metió uno desde mitad de cancha en el Mirasol.
“Fue la mejor pelota que existió”, asegura Donaires, a los 69 años, desde Santiago del Estero, ciudad donde se encuentra radicado. “Parecía más chica -continúa el exmediiocampista-, iba a donde uno apuntaba. Yo le pegaba con el empeine o con las dos caras del pie. Depende de cómo estaba perfilado”.
Era una pelota de cuero vacuno cosida a mano, con seis gajos cuadrados y doce hexagonales alargados. La estrella negra decoraba el esférico y le imprimía el sello distintivo de la marca. Cuando los árbitros llegaban a los estadios, cargaban una bolsa con dos ejemplares envueltos en papel madera y el correspondiente manómetro para calibrar la presión del aire.
Por estos días, cualquier hijo de vecino que camine por la calle Laprida al 300 de Ramos Mejía podrá divisar la clásica estrella en el frente de la primera planta del inmueble. El fútbol ya quedó como un recuerdo amoroso. En la actualidad, la fábrica provee de pelotas a las principales ligas de vóley. También, a las competencias nacionales de Cestoball y Handball.
Como toda pieza que genera nostalgia, se transforma en un objeto de culto. Y lo preciado, se sabe, cotiza en alza: un usuario de Mercado Libre vende una Pintier usada a ¡800.000! pesos, ocho veces más de lo que cuesta la pelota oficial de los torneos de AFA.
“Símbolo de calidad”, es el eslogan que acompaña a la empresa desde su fecha de fundación (1950). Podría agregarse que es un viaje a la nostalgia, una caricia retroactiva a la infancia de miles de pibes que hoy peinan canas y que todavía recuerdan el pelotazo de la Pintier como uno de los dolores más hermosos que vivieron.
