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miércoles, marzo 12, 2025

La reacción solidaria por Bahía Blanca y el mensaje tácito de la sociedad hacia la clase política: más ideas y menos grieta

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El mensaje solidario fue claro:
El mensaje solidario fue claro: la grieta debe terminar (Gustavo Gavotti)

La formidable muestra de solidaridad que galvanizó al país entero en socorro de Bahía Blanca, una ciudad fantasma, habitada por quienes lo perdieron todo a causa de un temporal y de unas aguas imprevistas y enloquecidas, ha dejado tal vez, y sólo tal vez, un mensaje a la dirigencia política argentina: la grieta ha terminado. Y si no terminó, debe terminar. Millones de argentinos que aportaron desde frazadas y colchones hasta lavandina y guantes de goma, pasando por alimentos de todo tipo y color dicen, a su manera muda, mansa y también estoica, que la grieta ya no tiene razón de existir.

Para muestra, basten los andenes de la estación Constitución desbordados, como si fuesen víctima de otra marea, ésta humanitaria, de bolsas, cajas y paquetes que llenaron trenes rumbo al sur; baste los aplausos que recibieron como a héroes a los maquinistas de esos trenes; baste la anciana que llegó a la estación con una bolsa negra de consorcio metida en su changuito de hacer las compras, dejó la bolsa y en silencio se perdió en la noche; baste el chico que con desalentado candor confesó en un refugio de su ciudad deshecha que cumplía trece años para que, los que nada tenían, le armaran de esa nada una torta y le cantaran el feliz cumpleaños: una inolvidable entrada a la adolescencia; baste que los clubes de fútbol, rivales irredentos los unos de los otros, compitieran en estos días en ver quién conseguía más donaciones; los estadios fueron cuna de otro fanatismo, el de la solidaridad, que tal vez haya simbolizado la mujer de setenta y dos años, voluntaria desde la mañana a la noche, que en la sede de River creyó necesario aclarar: “Yo soy gallina…”; baste la voluntad de los voluntarios sin edad, desde miles de jóvenes, muchos de ellos católicos que trabajaron a destajo en sus parroquias, hasta los mayores que sacaron ansias de la fatiga y cargaron bolsas y paquetes como improvisados changarines de la esperanza; baste todo lo que basta y sobra. El mensaje de esa sociedad galvanizada fue claro: merecemos un mejor destino que el que vislumbra la clase política, enfrascada en batallas inútiles y violentas, en las que todo se debate menos las ideas.

Hubo manos en todo el
Hubo manos en todo el país que se aferraron para colaborar (REUTERS/Juan Sebastián Lobos)

El manifiesto social, sin argumento y sin firmas, que dejó esa sociedad unida en el dolor y desesperada por ayudar, también revela una realidad que, por lo que fuere, pasa un poco inadvertida en los partidos políticos o lo que sea que representa hoy a un núcleo de ideas. La sociedad reveló, sólo con su ayuda a Bahía Blanca, que desde hace años elige a sus representantes con resignado fatalismo, con melancólico desencanto, a sabiendas de que en muchos casos vota un mal menor en beneficio de lo desconocido, y conscientes todos de que esa fragorosa engañapichanga electoral será tomada, con cínica conveniencia, como apoyo popular. Así nos va.

Tal vez, y sólo tal vez, el espontáneo y abrumador movimiento de ayuda a Bahía Blanca, que la gente encaró aún con el temor de que pueda a suceder con sus donaciones lo que sucedió durante la guerra de Malvinas, envíe incluso un mensaje de mayor alcance, un ruego, un pedido, una necesidad: la de poner fin a la violencia política. Si hace medio siglo la violencia política fue armada, hoy es verbal. Ambas persiguieron y persiguen el mismo fin: la destrucción del adversario, sin que medie un debate racional sobre un proyecto de país, sobre las medidas y los métodos para hacer realidad esos propósitos; sin que medie un debate incluso hasta sobre las ilusiones, si se quiere tocar un costado romántico que siempre es vano analizar. Pero una grieta puede dividir, o puede dejar pasar un poco de luz, según quién y cómo la vea.

Lo sucedido a raíz de
Lo sucedido a raíz de la devastación de Bahía Blanca es una clara señala para los que mandan (Gustavo Gavotti)

La sociedad parece pedir el cese de las puteadas, de los insultos, de los gritos, de las groserías, de las zancadillas, de los amagos de trompeaduras, de los desafíos chungos a pelear en las esquinas, de los trolls que en las redes sociales actúan como actuaban los grupos de asalto vestidos con sus camisas pardas en la Berlín de los años 30. Nada de eso debería formar parte del capital de una dirigencia política que represente de manera cabal a los fervorosos donantes que lo dieron todo por Bahía Blanca. Y lo mismo debería suceder con los iluminados, los tocados por Dios, los salvadores de la patria, los elegidos, los falsos profetas, y aun con los auténticos, o con quienes se enancan en la democracia para destruirla y que, todos a su modo, encarnan otra forma, piadosa, de la violencia: la de la intolerancia. Encaminar a un país no precisa de predestinados: es cosa de gente seria y que piense.

Violencia y política no deberían necesitar la una de la otra, no pueden ya marchar de la mano en un país que vivió lo suyo y que ha hecho llagas abiertas de sus heridas. Algo de eso parece yacer en el silencioso mensaje que dejó el fervor popular por ayudar a los desposeídos de Bahía Blanca.

No hay distinciones de edades
No hay distinciones de edades ni de camisetas de fútbol a la hora de ayudar a los bahienses (Gustavo Gavotti)

Hannah Arendt, que de todo esto entendía un rato, decía que los gobiernos, por extensión el mundo político, suelen recurrir al incremento de la violencia cuando el poder que los sustenta disminuye. ¿Sentirá la clase política argentina que su poder se diluye y recurre a la violencia verbal a modo de falso sustituto? Sería fatal. La violencia, siempre en la voz de Arendt, puede destruir al poder, pero nunca puede generarlo.

Una gran tragedia y una fantástica respuesta social a la fatalidad, parecen haber puesto al país en uno de esos instantes, uno de los tantos que vivió en las últimas décadas, en los que es capaz de resarcirse de sus yerros, de enmendar la plana de sus desvaríos, de rescatar al menos parte de sus valores olvidados y de ponerse a caminar.

Habrá que ver si lo aprovecha. Aunque, quién sabe…

Redacción

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