Este es un planteo que quizá pueda parecer abstracto, pero cuando Javier Milei llegó al gobierno, hizo que todo el mundo pensara que se había cortado un ciclo en la historia política argentina y que comenzaba uno distinto: un agujero negro que se iba a tragar lo tradicional, lo que el propio Javier Milei denominó «casta». Esto fue, incluso, lo que le permitió ganar a Milei. Él, recordémoslo, era un panelista de televisión y, de pronto, fue avanzando, avanzando y avanzando, hasta que se quedó con la Presidencia de la Nación. Le ganó a una fuerza consolidada como era la alianza del PRO con el radicalismo y luego derrotó a Sergio Massa, que representaba al gobierno, la billetera del Estado.
Esto, obviamente, llevó a pensar que se había acabado un ciclo político y que comenzaba uno nuevo, distinto. Milei llegó sin equipos. A sus equipos los armó con quienes, en muchos casos, habían sido sus jefes cuando trabajaba en Corporación América, la de Eurnekian, o, como diría Jorge Asís con ironía, la «Corporación Armenia». De allí salieron su jefe de Gabinete y otros funcionarios. Además, él armó un «triángulo de hierro» que se suponía que era lo que, de alguna manera, protegía sus acciones: Santiago Caputo y su propia hermana, Karina, que primero fue un soporte afectivo y luego se convirtió en un soporte político; de hecho, hoy es la responsable del armado de La Libertad Avanza en todo el país.
Hasta ahí, podríamos plantear algo disruptivo, algo que estaba llamado a cambiar los modelos de política que veníamos conociendo, un cambio de época. Pero, de pronto, comenzó a lidiar con cuestiones mucho más terrenales. Primero, la disputa por la calle, por quién tiene el poder en la calle, un tema que ya venía librando desde tiempo atrás de la mano de Patricia Bullrich con la ley antipiquetes. Y lo que ocurrió este miércoles frente al Congreso fue una muestra clara de que, cuando hay fuerzas de la oposición que se unen y toman la decisión de ir por el lado de la violencia, termina pasando lo que pasó: gente herida, represión. Hoy esto está avalado por el propio Milei, quien reivindicó la acción de Patricia Bullrich. De hecho, la sentó a su lado en una exposición agrícola, algo que no tendría mucho sentido para la ministra de Seguridad, pero la llevó allí. (También, de paso, sentó a José Luis Espert a su lado; ¿no será Espert el candidato a gobernador de Buenos Aires para ganarle al peronismo?).
Hay un elemento más que lo devuelve al común de los mortales políticos, a esa política común que Milei aspiraba a desplazar por completo: se llama Comodoro Py, la sede de los tribunales. Justamente anoche, en una charla con Jorge Asís que tuvo lugar en la Lotería de Córdoba, el escritor y analista planteaba que Comodoro Py es una puerta que se abre y de la que es difícil salir. Milei está adentro con la polémica por las criptomonedas, que tiene bajo investigación a Karina Milei. Santiago Caputo también mete la pata con aquel corte a la entrevista con Jonatan Viale y con la pelea con Facundo Manes, que termina en tribunales. Entonces, el «triángulo de hierro» comienza a tener algunos problemas e ingresa a Comodoro Py. Y, como bien decía Asís, es una puerta, pero no es una puerta giratoria. Cuando entras, te van a tener ahí adentro y vas a estar durante muchísimo tiempo tratando de dar explicaciones. Eso suele distraer la atención respecto de la acción de gobierno.
Entonces, la pregunta del título: ¿es Javier Milei un agujero negro que se tragó la vieja política o es una anomalía temporal que el tiempo devolverá a las viejas costumbres?
