El brutal asesinato de David Fremd en Uruguay en 2016 pone de relieve una realidad persistente que a menudo se pasa por alto: la presencia constante del antisemitismo en América Latina. Debemos enfrentar esta preocupante tendencia de manera directa para proteger los derechos humanos fundamentales y fortalecer nuestras democracias.
Enfrentando una Realidad Regional
A principios de marzo de 2016, la comunidad judía de Uruguay vivió un momento de dolor. David Fremd, un empresario de Paysandú, sufrió un brutal ataque por parte de un agresor que gritó “Allahu Akbar”. Fremd falleció, y este trágico evento conmocionó a la nación, un país conocido por su estabilidad y tolerancia. Tras esta tragedia, la comunidad judía de Uruguay, junto con líderes nacionales, estableció el Acto por la Convivencia en su memoria. Como se observó la semana pasada, continúan llamando a la “defensa activa” de la libertad, la igualdad y el respeto por los derechos humanos, valores que, según ellos, deben protegerse con vigilancia constante.
El presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, la vicepresidenta Carolina Cosse y el expresidente Julio María Sanguinetti se unieron a miembros de la comunidad y ciudadanos en la ceremonia de este año. Su presencia significó un fuerte rechazo público al antisemitismo y al odio. Sin embargo, para muchos uruguayos, el asesinato de Fremd sigue siendo un recordatorio inquietante de que su país, a menudo considerado un refugio de paz en América Latina, no es inmune a actos violentos motivados por la intolerancia. Si Uruguay, una nación pequeña con una tradición democrática, no está exenta de la violencia antisemita, entonces los países más grandes y diversos de la región enfrentan este desafío en una escala aún mayor.
Ver el asesinato de Fremd como un hecho aislado sería un grave error. A lo largo de América Latina, las comunidades judías han sido blanco de discursos y ataques antisemitas durante mucho tiempo. Un ejemplo trágico ocurrió en 1994, cuando un atentado con bomba destruyó la sede de la AMIA en Buenos Aires, Argentina, causando 85 muertes y cientos de heridos. Dos años antes, en 1992, la ciudad ya había sufrido otro ataque contra la Embajada de Israel, lo que demostró que el antisemitismo violento no era un fenómeno aislado.
En Chile, han aparecido esporádicamente grafitis antisemitas en sinagogas, y se han reportado actos de vandalismo en monumentos del Holocausto. En Brasil, el país con la mayor población judía de América Latina después de Argentina, las organizaciones judías informan periódicamente sobre amenazas y actos vandálicos, especialmente en momentos de alta tensión geopolítica en Medio Oriente. Las redes sociales se han convertido en otra vía para la difusión del discurso de odio. Las teorías conspirativas dirigidas contra las comunidades judías—narrativas recicladas sobre control global y manipulación financiera—se multiplican sin restricciones, dejando a líderes judíos en México, Colombia y otros países en la difícil tarea de proteger a sus comunidades de un acoso que fácilmente puede traducirse en violencia física.
El factor común en estos eventos no es solo el prejuicio, sino también la apatía. Esta apatía se manifiesta en la falta de reconocimiento de que el odio hacia el pueblo judío sigue presente, incluso en países que suelen celebrar su diversidad cultural. Si bien la asistencia a eventos conmemorativos y las declaraciones de condena de funcionarios estatales son importantes, el compromiso necesario para implementar medidas de protección concretas suele debilitarse con el paso del tiempo y la llegada de nuevas noticias.
Necesidad de Vigilancia, Educación y Unidad
En Uruguay, la conmemoración anual del asesinato de Fremd ofrece una oportunidad crucial. Sirve para recordar tanto al público como a los responsables políticos que el odio puede surgir en cualquier lugar. Ariel Opoczynski, presidente de la Nueva Congregación Israelita y organizador del evento, enfatiza la necesidad de una “defensa activa” de valores como la libertad, la igualdad y los derechos humanos. Esto implica más que un simple apoyo pasivo a la tolerancia; requiere un esfuerzo constante y decidido.
La educación juega un papel clave en esta estrategia. Centros comunitarios y organismos estatales deben proporcionar relatos precisos y completos sobre la vida judía en América Latina, resaltando tanto sus contribuciones culturales como los episodios de discriminación y violencia sufridos. Las nuevas generaciones deben comprender las consecuencias de la indiferencia ante los prejuicios, ya sean dirigidos contra judíos, afrodescendientes, pueblos indígenas u otros grupos vulnerables. El diálogo interreligioso puede ser un mecanismo valioso para reducir la desinformación y fomentar el entendimiento entre cristianos, musulmanes, judíos y personas no religiosas. Uruguay, con su tradición de sociedad abierta y liberal, podría reforzar esta cultura a través de iniciativas que reúnan a personas de diversos orígenes en un espacio común de discusión y cooperación.
Es fundamental también mejorar los marcos legales para abordar los crímenes de odio de manera más eficaz. En algunos países latinoamericanos, los actos antisemitas son procesados como delitos comunes, sin considerar el componente de prejuicio que agrava el daño. La aprobación y aplicación de leyes más estrictas no solo garantizaría justicia para las víctimas, como Fremd, sino que enviaría un mensaje claro: la sociedad no tolerará el antisemitismo.
Hacia un Futuro Más Seguro
El mensaje central de la conmemoración de Fremd es que las comunidades deben hacer más que simplemente coexistir; deben colaborar activamente para construir un futuro compartido. Para las comunidades judías de Uruguay y América Latina, esto implica hablar abiertamente sobre las amenazas que enfrentan y trabajar en conjunto con otros sectores para abordarlas. Para los ciudadanos en general, significa no apartar la mirada ante verdades incómodas. Cuando el lenguaje discriminatorio aparece en los medios o en conversaciones familiares, debe ser confrontado en lugar de ignorado. Este esfuerzo colectivo, desde la base hasta los niveles más altos del gobierno, es la verdadera esencia de la “defensa activa”.
Entre los grupos de la sociedad civil, la creación de alianzas puede multiplicar el impacto. Organizaciones que luchan contra el racismo, el sexismo y la homofobia comparten intereses con las comunidades judías en la lucha contra el antisemitismo. Acciones conjuntas, como cumbres contra el odio o campañas de concienciación pública, pueden generar cambios más amplios en la percepción social. En Argentina, entidades como la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) colaboran con instituciones fuera del ámbito judío para promover legislación inclusiva e intercambios culturales. Modelos similares podrían adaptarse en Uruguay, Chile y otros países.
En última instancia, no existe una única ley, política o evento que pueda erradicar el antisemitismo en América Latina. Los cambios sociales ocurren lentamente y dependen del diálogo abierto y del compromiso colectivo. La comunidad judía de Uruguay demuestra, al recordar a David Fremd cada año, cómo un acto de memoria puede fortalecer un compromiso social más amplio contra la intolerancia. Esa conmemoración anual obliga a ciudadanos y funcionarios a preguntarse: ¿estamos haciendo lo suficiente para proteger a nuestros vecinos, nuestras instituciones y nuestros valores?
A medida que surgen nuevos desafíos—desde crisis económicas hasta divisiones políticas—el discurso de odio puede infiltrarse en la sociedad, ya sea en comentarios en línea o en actos de violencia más graves. Es crucial actuar antes de que la situación se deteriore. Cada país latinoamericano enfrenta una decisión: ¿seguirán defendiendo la diversidad y la convivencia o permitirán que la apatía erosione sus democracias?
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El legado de Fremd nos deja una advertencia clara sobre las consecuencias de la inacción. La conmoción que siguió a su asesinato en 2016 demostró que los uruguayos no vieron este acto como una “tragedia personal”, sino como una afrenta a los valores fundamentales de su sociedad. Extender esta conciencia a toda América Latina requiere medidas constantes y concretas: leyes más estrictas contra los crímenes de odio, programas educativos sólidos, diálogos interreligiosos y un rechazo público y firme contra todas las formas de odio. Solo así podremos garantizar que quienes siembran miedo y prejuicio no encuentren terreno fértil en Uruguay ni en ningún otro lugar.