Dice el hombre que leyó el libro. Dice que le gustó mucho. Dice que se preguntó varias veces por qué seguir leyendo si le generaba esa inquietud. Dice que eso, justo eso, es lo mejor de todo. Samanta Schweblin sigue firmando ejemplares al cierre de esta noche, en el auditorio del Malba donde acaba de presentar este miércoles El buen mal (Random House), su nuevo libro de cuentos, con un diálogo divertido, profundo e inteligente con la periodista y escritora Hinde Pomeraniec, que visitará su proceso creativo, su infancia de la mano de un abuelo muy especial y de lo valioso que puede ser enseñar lo que se sabe. «Buenas noches, gracias por la compañía», dijo Schweblin y por toda respuesta recibió una ovación.
Blusa negra, pantalones negros, zapatillas negras y su habitual rodete, el diálogo se fue enlazándose como si en lugar de esos centenares de personas expectantes, Pomeraniec y la autora de Distancia de rescate conversaran en un living.
El primer tópico fue la presión: la de los lectores que esperaban un nuevo libro y, por qué no, la de las editoriales. Schweblin aseguró que no siente esa demanda. «Además, esa presión no acelera la cosa», dijo con gracia. Sí en cambio, reconoció que podría sentir «una especie de culpa de seguir yendo a los festivales sin un libro nuevo» o el peso de los premios y el reconocimiento generalizado, pero en todo caso, es una sensación personal, aclaró.
Sí aceptó una dificultad para entregar el material y cerrar el proceso de corrección. Y contó que su primer libro nació como tal casi sin quererlo: «Mi abuela me alentó a presentarlo al concurso del Fondo Nacional de las Artes. Así es que abroché cada cuento y, cuanto tuve la cantidad de páginas requeridas, lo presenté». Claro que esa participación implicaba la publicación de la obra: «Tuve un ataque total –confió con simpatía–. Literalmente sentí que me lo sacaron de las manos».

Hinde Pomeraniec recordó la entrañable y singular relación de Schweblin con su abuelo, el artista Alfredo de Vincenzo, uno de los grandes referentes del grabado, que se propuso ofrecerle a esa pequeña de unos seis a ocho años una «formación» que alternaba lecturas con paseos, vistas a un museo o colarse en el tren y la escritura precisa de esas experiencias.
«Mi abuelo me acompañó desde muy chiquita activamente. Se propuso hacer una especie de ‘entrenamiento del artista’. Entonces, me sacaba a pasear por Buenos Aires y me enseñaba cosas increíbles: desde viajar en tren sin pagar el boleto hasta ir al teatro o a los museos. Teníamos aventuras en Buenos Aires», rememoró.
La escritora, que fue Jurado del Premio Clarín Novela, también evocó las tardes del sábado en el taller de su abuelo y algunos recreos del trabajo en los que podía leer algunos escritos ante los alumnos De Vincenzo: «Recuerdo escribir luego con la emoción de saber que esta gente estaría, pensando en ese lector que yo había conocido«, compartió.
La tallerista
El dialogo también exploró un territorio muy distinto de la escritura de Samanta Schweblin, que es el de la palabra ajena. Durante un tiempo, la argentina dio talleres de escritura en Berlín, donde vive, y ahora los dicta tanto en Barcelona como en Lago Puelo, donde su familia se radicó. «Si tuve esa angustia ante la pregunta:‘¿Qué pasa si no puedo escribir más?’, eso se me acabó porque entendí que esto me hace tan feliz como escribir«, compartió y contó que las clases intensivas que ofrece en el sur del país reciben participantes de todo el mundo que llegan ahí para comenzar a pensar en eso que quieren escribir..

Sobre los cuentos que forman parte de El buen mal, la escritora contó que el título correspondía al primero de ellos («Bienvenida a la comunidad») pero que decidó usarlo para todo el texto porque las historias confluyen en esa búsqueda sobre las fuerzas que empujan a las personas a reaccionar. «No sé cómo nació esa idea, pero de pronto estaba ahí el título y marcó muchísimo el corazón de las otras historias que vinieron después”, puntualizó.
Schweblin leyó algunos párrafos de ese primer cuento ante un silencio gosozo del público y luego revisó otras de las narraciones del libro. Sobre «El ojo en la garganta», refirió a las distancias, tan presentes en toda su obra, que pueden implicar que lo cercano se mantenga lejos y que incluso las personas más próximas no sean capaces de una cercanía emocional.
Con respecto a «La mujer de Atlántida», confesó que estuvo construído con recuerdos de su propia infancia y que, esa materia, se volvió un problema a resolver para dar cuenta de un personaje femenino y su vínculo con un par de nenas que irrumpen en su casa. «Tuve que empezar a sacar cosas demasiado personales para que el texto se ordenaba por sí mismo», dijo.
Y sobre «El ojo en la garganta», contó que recurrió a una especialista en intoxicación con pilas de litio y los trastornos que generan. En la historia, un niño y luego un adulto (que son la misma persona) atraviesan esa situación. Por eso, el narrador le planteó un desafío: «Era un narrador imposible . O en realidad, no es imposible, simplemente lo que te pasa es que no entendés desde el principio, los límites, las reglas de ese narrador».

La presencia de la casa, como espacio, como tema y como objeto de fascinación, protagonizó uno de los momentos más divertidos de la noche cuando la autora se confió: «Me encanta ir a la casa de personas que no conozco. Me fascina. Y voy a contarles algo: cuando visito una casa, espío lo que la gente guarda en el botiquín».
Si su libro Siete casas vacías tiene un lazo evidente, acompañada por Pomeraniec, la escritoria fue visitando las casas de este nuevo libro así como las distancias, que también lo conectan con su novela Distancia de rescate ( cuya traducción al inglés fue finalista del Premio Booker International en 2017).
«Hay una gran lección para el que escribe porque hay algo que tiene que ver con el material y con escuchar lo que sea que te toca a vos escuchar en ese momento de tu vida. Si le prestás verdadera atención, es orgánico, más allá de las restricciones que le quieras aplicar», consideró.
Antes de dedicarse a firmar cientos de libros, Samanta Schweblin contó que las lecturas de sus cuentos siempre le muestran aspectos en los que no había pensado. «Una amiga me dijo algo el otro día que me hizo pensar. Tus novelas son muy cortas y tus cuentos son muy largos. Yo creo que estoy encontrando mi velocidad crucero, es decir esa extensión que puede estar en el medio».

–Hay dos más extensos. ¿Pensás que podrías haber sido nouvelles?
–No, no creo. Eso es lo que son, eso es lo que dice el material.