El llamado «día de la liberación» anunciado por Donald Trump se propone reescribir las reglas de juego de la economía global. La avanzada proteccionista de Estados Unidos encuentra a la Unión Europea (UE) y América Latina frente a la posibilidad de articular a otra velocidad sus relaciones asimétricas, pero potencialmente fructíferas. El giro trumpista trastoca las consideraciones previas y, señalan los especialistas, obliga a abordar las circunstancias sobre la base de nuevas coordenadas. Si años atrás el entonces alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, instaba a pasar de una asociación natural a otra verdaderamente preferencial entre Europa y la región latinoamericana, el 2 de abril ha generado las condiciones y necesidades para ir más allá de los enunciados.
La UE y América Latina y el Caribe representan conjuntamente el 14% de la población y el 21% del PIB mundiales. Más de seis millones de europeos viven en América Latina y el Caribe y más de siete millones de latinoamericanos lo hacen en Europa, especialmente en España, donde se encuentra cerca de cuatro millones. En la actualidad, la UE es el tercer socio comercial de la región, por detrás de China y Estados Unidos. Sobre todo, es la principal fuente de inversión extranjera directa, de unos 800.000 millones de euros. El intercambio de bienes y servicios fue de 369.000 millones de dólares entre 2021 y 2022, lo que representó un incremento del 39% respecto de la década precedente. Los principales socios económicos son Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú, Chile, Argentina y Brasil.
Los intentos de una mayor complementariedad previos al retorno de Trump al Salón Oval adquieren otra relevancia. En 2024, la UE anunció inversiones de 45.000 millones de euros en América Latina y el Caribe bajo el lema del Global Gateway. Se trata de llevar a cabo más de 130 proyectos en los próximos cuatro años, especialmente en los sectores del litio, energías renovables, hidrógeno verde, conectividad, transporte y salud, entre otros. La pregunta de los analistas, de cara al presente contexto, se relaciona con la viabilidad de una arquitectura financiera que pueda apoyar a las empresas de la zona interesadas en hacer pie en la región.
Acuerdo comerciales
En diciembre pasado, la UE y el Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) pusieron finalmente la firma a un acuerdo que busca eliminar barreras comerciales sobre la base de una reducción arancelaria, facilitar inversiones, así como apoyar la transición verde y digital. No fue fácil llegar a un punto de coincidencia: tuvieron que pasar dos décadas de idas y venidas que todavía no han terminado. Las respectivas legislaturas deben ratificar lo suscrito y los largos tiempos que llevó consensuar el tratado no se ajustan a este contexto de urgencias y redefiniciones. Alemania y España son los principales defensores del entendimiento. Francia, el principal opositor. El ultraderechista argentino Javier Milei piensa más en una asociación con Trump por razones ideológicas antes que comerciales. La superación de los obstáculos permitirá crear una gran zona comercial con 700 millones de habitantes y un producto interior bruto (PIB) de alrededor de 22 billones de dólares. A los países de la UE se les abre un mercado dinámico para exportar maquinaria industrial, productos farmacéuticos y químicos, medios de transporte, equipos informáticos y electrónicos.
La UE tiene pactos comerciales con Centroamérica, la región Andina, Chile y México. Respecto a este último país, y tres días antes de la asunción de Trump, se materializó la modernización de un Acuerdo Global que rige desde el año 2000. Todas estas vías de entendimiento insinúan horizontes de posibilidades diferentes a partir del repliegue proteccionista de Estados Unidos. Noviembre es una fecha lejana en un mundo sujeto a transformaciones impredecibles, pero es el mes en que Europa y América Latina pueden plantearse cómo redefinir una relación estratégica. La IV Cumbre de la UE y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Colombia puede constituirse en una respuesta a los desafíos políticos y comerciales emergentes. Si bien la CELAC no tiene ni capacidad resolutiva y sus miembros carecen de una mirada común de los problemas que se avecinan, no se descarta que irrumpa un sentido del pragmatismo superador de las diferencias. No se trata solo del «día de la liberación». El nuevo mapa comercial añade un espinoso asunto preexistente: el fuerte peso de China en la región. El intercambio entre América Latina y el gigante asiático en 2024 superó los 500.000 millones de dólares.