Todo empezó cuando su profesora de literatura e historia, Carme Arrese, les hizo leer los artículos de Larra en clase. Rafa Castañer se identificó con aquella rabia, le sacudió su lucidez. Descubrió que había personas que podían expresar sus ideas y emociones: eran los escritores. Sentía que formaba parte de ellos. Anunció a sus padres que dejaría los estudios para instruirse a sí mismo. Tenía catorce años. Se lo había pasado bomba con Cervantes. Se había enamorado del romanticismo. Escribía fonéticamente, desafiando las normas ortográficas. Por poco no se queda fuera del sistema.
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