Ser un dios del rock and roll no te libra de tener resaca. Eso debió pensar Mick Jagger cuando, en 1966, se mudó a uno de los pisos de Harley House, un edificio eduardiano del sofisticado barrio londinense de Marylebone. El líder de los Stones empezaba su romance con Marianne Faithfull, disfrutaba del éxito de (I can’t get no) Satisfaction y su vida era un exceso que dejaba las bacanales romanas a la altura de las fiestas de novicias. Jagger pensó que ese piso, esa zona, era la ideal para la etapa vital que atravesaba. Su médico de cabecera vivía muy cerca y, dado que estaba preparado para acuñar —o a encarnar— el tópico de sexo, drogas y rock and roll, tener a su doctor a un paso cuando la resaca se le fuera de las manos era una decisión inteligente.
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