Aquel domingo, supe que quería encontrarme bajo el sol resplandeciente de un pueblo que nos habla hace años. Fulton me recibió con un camino de largas totoras a los costados y grupos de caballos que parecían reunirse a matar el tiempo debajo de los árboles. Atravesando una capillita, un jardín y una casa bañada en melancolía, nos encontramos con el cartel que nos indicaba dónde se encontraba la reunión entre el cielo, la estación y los campos de maíz.
Los pájaros sobrevolaban nuestras cabezas, trinando de alegría por las visitas. Al llegar a Estaful, uno se vuelve más sereno y apacible, el cuerpo lo advierte de inmediato. Una gruesa puerta estaba sutilmente entreabierta para facilitar el camino del aroma a horneado de alfajores. Con un «toc toc» ,Yanina se presentó para recibirnos en la cafetería que permanecía tibia y taciturna. Lo primero que divisé, fueron variados productos artesanales como dulces, alfajores, licores, conservas y miel que hablaban por sí mismos.» Esta vitrina perteneció a la panadería del pueblo San Antonio» citaba un cartelito.
«¿Café o té?» soltó Yanina; mientras mis ojos se encandilaban con cada recoveco. «¿algún alfajorcito para acompañar?». Entramos en una habitación donde la añoranza estaba sentada bebiendo café. Planchas de carbón, aspas de molino, farolas y rasgadas paredes verdes, solicitaban silencio para mayor deleite.
Decidimos sentarnos en una rústica mesa de madera, frente a un ventanal con vista al campo, que si veía que portabas alguna pena te la arrancaba de cuajo.
El café era más bien un abrigo, que acompañado con el grueso chocolate del alfajorcito cuadrado y su robusto dulce de leche, te hacían sentir como una flor al sol. Familias que vestían bombachas de campo y alpargatas se aproximaban curiosos al mostrador para adquirir variados alfajores y charlar un poco con Yanina sobre lo complacidos que se encontraban con el lugar.
Al finalizar el café, quise descubrir con respetuoso silencio, cada rincón de Estaful. Me encontré con sombríos estantes que captaron momentos de las personas que forman parte del emprendimiento. Enciclopedias, una máquina de coser y máquinas de escribir, pedían «por favor no nos olviden».
El ambiente se nos ataba al alma, sin planes de soltarnos. Yanina nos sugirió recorrer el frente de la estación y deslumbrarnos con el paisaje. Un enorme parque de grueso pasto y una pequeña Virgen, custodiaban tiernamente el lugar. Pacíficas personas venían de un establecimiento próximo donde habían almorzado, para deleitarse con alfajores y cafés. Se colaban en el aire, las profundas ganas de permanecer.
Al volver la mirada una vez más hacia la estación antes de partir, divisé a una señora de abultado pañuelo, que se sentó lentamente en uno de los alargados bancos de la estación que previamente acarició con su añeja mano. Así como Penélope esperaba a su amante, ella esperaba a su amor que llegaba a paso lento, para juntos dejarse cobijar por un nostálgico café.
Te volveré a encontrar Estaful, alguna tarde plomiza de abril.