“Quizá decir que quiero a mi país no sea exacto. Abomino de él con frecuencia y, cientos de veces, desde joven, me he hecho la promesa de vivir para siempre lejos del Perú y no escribir más sobre él y olvidarme de sus extravíos. Pero la verdad es que lo he tenido siempre presente y que ha sido para mí, afincado en él o expatriado, un motivo constante de mortificación. No puedo librarme de él: cuando no me exaspera, me entristece, y, a menudo, ambas cosas a la vez”.

Podría no hacer falta más que este párrafo de El pez en el agua, su ensayo autobiográfico publicado en 1993, para comprender las razones por las cuales a finales de los años 80, Mario Vargas Llosa decidió aparcar su carrera de exitoso novelista para incursionar de lleno en la política.
Sin duda la política fue su otra gran pasión. El autor de Conversación en La Catedral, su novela bienamada como nos dijo hace mucho tiempo luego de una entrevista, llegó a ser candidato a la Presidencia del Perú en 1990. Fue su fracaso en el ballotage con el ya fallecido Alberto Fujimori, que terminó años más tarde encarcelado, lo que lo arrancó del Perú rumbo a España, primero, para vivir más tarde en Londres.

Perspectiva liberal
Tras perder con Fujimori regresó a la literatura, pero ya no abandonó más el interés por los temas políticos desde la perspectiva liberal en decenas de artículos y de ensayos publicados en periódicos de referencia y en libros.
Pero Vargas Llosa no abrazo las ideas liberales desde su juventud. Como muchos escritores de su generación vivió la primavera revolucionaria que en América Latina encarnó la Revolución cubana, liderada por Fidel Castro y el Che Guevara. El desencanto llegó tiempo después, cuando Cuba se volcó hacia la entonces URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).

El Premio Nobel de Literatura había iniciado su carrera política en el movimiento Libertad, que integraban los dos partidos de la derecha tradicional peruana: Acción Popular y el Partido Popular Cristiano. No fue hasta 1988 que decidió lanzarse a la arena política con la coalición Frente Democrática con la meta de presidir su país de origen.
En su memoria El Pez en el Agua, Vargas Llosa recuerda que, pese a haber sido cuestionado por intelectuales de su país cuando abandonó el marxismo y se desencantó de la Revolución cubana, varios de ellos se jugaron el pellejo apoyando su candidatura a la presidencia del Perú.
Más allá de sus feroces críticas a todo lo que representó Fujimori primero y su hija Keiko, después, otra gran derrotada en elecciones posteriores, Vargas Llosa apoyó o repudió candidatos a la Presidencia de su país en un abanico bastante amplio: por ejemplo, apoyo a Alejandro Toledo (que terminó fugado) en 2001 frente a Alan García, a quien apoyó en 2006 frente a Ollanta Humala (otro personaje recordado en tierra peruana) a quien dio su bendición en 2011.

Su mayor preocupación política, desde que abrazó las ideas liberales (que sus críticos llaman neoliberales) fueron los populismos y las dictaduras de América Latina.
No solo se volvió un feroz crítico del castrismo cubano sino que también fue acérrimo adversario de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, así como de Néstor y Cristina Kirchner en la Argentina.
Y, mal que le pese a sus adversarios ideológicos, no se equivocó al anticiparse en su mirada respecto de estos liderazgos que terminaron restringiendo las libertades de sus ciudadanos y con altos índices de corrupción y cleptocracia en sus países.
Incluso al actual presidente norteamericano, Donald Trump, lo ha llamado “demagogo, payaso e irresponsable”.
En un destacado artículo en la prestigiosa publicación Letras Libres, el escritor Rafael Gumucio decía hace algunos años que tienen los Premios Nobel latinoamericanos es que “fueron o quisieron ser escritores de vanguardia y fueron o terminaron por ser hombres políticos. Es, por lo demás, lo que suele reprochárseles: a Neruda su comunismo, a Paz su lucidez, a Vargas Llosa su liberalismo”.

Y añade que, precisamente es esa dimensión política lo que les impide ser figuras de consenso.
Por su parte, analizando El pez en el agua, el intelectual Youssef Msahal se pregunta también en otro ensayo en Letras Libres “¿cómo se explica que escritores tan distintos como Carlos Fuentes, García Márquez, Jorge Edwards o José Donoso perpetraran en los mismos años obras maestras que son también el choque de una sensibilidad y un país, una intuición y un discurso, una originalidad y cien lugares comunes?”
Lo que hace grande a Vargas Llosa, señala Msahal, es justamente todo lo que le impidió ser su admirado Flaubert. “Su talento está justamente en ser, en todos los sentidos –incluido el literario–, un escritor comprometido. La vitalidad de la literatura latinoamericana nace en parte de su relación convulsa con esa otra rama de la ficción que es la política”.
Y lo confirma Erique Krauze, cuando subraya que “en la obra y en la actividad intelectual de Mario Vargas Llosa ha latido desde siempre un impulso contrario al autoritarismo y reacio a los fanatismos de la ideología.

Amor no correspondido
Fue con su singular tío Lucho, que Mario Vargas Llosa agregó a su recién nacida vocación literaria una nueva dimensión social. “El tío lo introdujo al socialismo, el comunismo, el aprismo, el fascismo y el urrismo (“afiliados o simpatizantes del Partido Unión Revolucionaria, fundado por el general Sánchez Cerro y por Luis A. Flores, uno de los contados entusiastas que tuvo el fascismo en el Perú”, según recuerda Krauze.
Fue junto a su pariente que Vargas Llosa se hizo consciente de que el Perú era “un país de feroces contrastes, de millones de gentes pobres y por primera vez concibió un sentimiento muy vivo de que aquella injusticia debía cambiar y que ese cambio pasaba por eso que se llamaba la izquierda, el socialismo, la revolución”. Eso fue a los 17 años, cuando junto al periodismo, la bohemia, la academia y la literatura, la política hizo irrupción en su vida.
Pero su militancia fue bastante inofensiva y su entusiasmo político de los inicios bastante más intenso que su coherencia ideológica, como quedó demostrado años más tarde.
En 1968, dos episodios marcaron su distanciamiento del socialismo cubano: el caso Padilla, que podríamos traducir en el acoso creciente de la Revolución sobre los intelectuales y artistas críticos, y el apoyo irrestricto de Castro a la invasión soviética a Checoslovaquia.
![El escritor Mario Vargas Llosa muestra su pasaporte peruano durante una conferencia de prensa en un hotel de Caracas, el 24 de noviembre de 1999. [AP, Andres Leighton]](https://www.clarin.com/img/2025/04/14/atLDr-dWk_720x0__1.jpg)
“En Cuba o en Perú, la libertad de expresión era, para Vargas Llosa, la libertad cardinal, y esa convicción absoluta fue su puerta de entrada al liberalismo más amplio”, recuerda Krauze.
En 1979, a los 42 años de edad, otro hecho relacionado con su padre –un hombre ausente y tiránico– lo empujó a un replanteo a fondo de sus valores.
Según Krauze “en el umbral de los años 80 no quedó vacío de creencias, sino que encontró en el liberalismo democrático una fe, un método de convivencia, confiriéndole una mirada clarificadora sobre el carácter opresivo de los diversos fanatismos de la identidad (nacional, indígena, hispana, religiosa, ideológica, política) que plagaron el siglo xx y que han sacrificado a pueblos e individuos”.
![El famoso novelista Mario Vargas Llosa llega a su sede en Lima, la noche del domingo 10 de junio de 1990 antes de dirigirse a sus partidarios. [AP Alejandro Balaguer]](https://www.clarin.com/img/2024/09/19/3kvyvYl7K_720x0__1.jpg)
Vargas Llosa deja legado, más allá de su rica obra narrativa: La Fundación Libertad, con sede en España y la Argentina, en el orden político; la Cátedra Vargas Llosa y la Bienal Vargas Llosa –que concede un premio con una dote de 100 mil dólares– son su herencia en el terreno literario.
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