El presidente Donald Trump podría aprender una lección de América Latina sobre cómo sus aranceles, que ya han hundido la bolsa y amenazan con provocar una recesión, pueden destruir la economía estadounidense. Lo que está haciendo Trump al aumentar las tarifas para tratar de reindustrializar el país ya lo intentaron la Argentina, Brasil, México y otros países latinoamericanos en el siglo pasado, y todavía están pagando las consecuencias. El nacionalismo económico fracasó estrepitosamente.
La Argentina, por ejemplo, pasó de ser uno de los países más ricos del mundo a principios del siglo XX a ser uno de los más empobrecidos varias décadas después. Al igual que lo que Trump quiere hacer hoy, la Argentina impuso altos aranceles a los productos extranjeros a finales de la década de 1940. El presidente populista Juan Perón creía en la teoría de la “sustitución de importaciones”. La idea era que si el país ponía altos aranceles a las importaciones, las industrias locales comenzarían a reemplazar esos bienes, creando más empleos y más prosperidad económica. Pero lo que ocurrió fue que, tras un período de expansión gracias a la protección estatal, las empresas locales se volvieron cada vez más ineficientes. Al no tener competencia extranjera, subieron sus precios para aumentar sus ganancias y dejaron de invertir en innovación. Sus productos se volvieron obsoletos y cada vez más difíciles de exportar.
Recuerdo que, en mi juventud en la Argentina, los automóviles y aparatos electrónicos argentinos eran tan malos que la palabra “importado” se convirtió en sinónimo de calidad. La Argentina tuvo que subsidiar cada vez más sus industrias locales ineficientes. Sumado a otros aumentos del gasto público, eso generó inflación, se frenaron las inversiones y se produjo una fuga de capitales. La Argentina se endeudó progresivamente, y cada tantos años tuvo que suspender los pagos de su deuda externa por estar en bancarrota. Y, simultáneamente, la corrupción se disparó. En un sistema en que los presidentes decidían qué empresas estarían protegidas de la competencia extranjera, los mandatarios enriquecen a sus aliados y castigan a sus enemigos.
El presidente Javier Milei, un economista defensor del libre mercado, está tratando ahora de revertir ocho décadas de políticas proteccionistas. Pero no le resulta fácil: millones de argentinos aún creen en la fantasía peronista de que las industrias pueden prosperar con protección estatal, sin competencia externa. Pero existe un consenso abrumador entre los economistas de que las barreras arancelarias no funcionaron en América Latina y no van a funcionar en EE.UU. Incluso si Trump elimina sus aranceles, ha creado un clima de incertidumbre tal que la mayoría de los países y las grandes empresas se abstendrán de invertir en Estados Unidos en el futuro próximo.
Irónicamente, Trump hizo campaña como un candidato proempresarial que prometió reducir la inflación, justo lo contrario de lo que probablemente logre con su actual guerra comercial. “Pensábamos que Trump sería un segundo Milei, y resultó ser una segunda Cristina Kirchner”, me dijo Ricardo Hausmann, profesor de Economía Internacional de Harvard. Agregó que Trump “resultó ser un proteccionista, un intervencionista. Lo que está haciendo parece sacado del manual kirchnerista”.
El argumento de Trump de que los países con superávit comercial con EE.UU. “nos están estafando” es tramposo, porque Trump solo está contabilizando el déficit de mercancías. Omite decir que EE.UU. tiene un superávit en servicios y que el país se beneficia de otras fuentes de ingresos extranjeros, como los derechos de propiedad intelectual que obtienen las empresas estadounidenses.
En la actual economía del conocimiento, donde los programas de software de Google, Microsoft o Apple se venden a precios mucho más altos que los productos textiles o las materias primas, es una pésima idea que EE.UU. regrese a sus industrias manufactureras del siglo XX. “No tiene sentido que EE.UU. empiece a fabricar zapatillas Nike, en lugar de importarlas de Vietnam”, me dijo Diego A. Von Vacano, profesor de la Universidad Texas A&M. “EE.UU. debería intentar concentrarse en producir bienes de alto valor”. Von Vacano concluyó que la estrategia de sustitución de importaciones de América Latina “provocó disrupción económica y estancamiento en la región”. Así es. Y me temo que si Trump no anula sus ridículos aranceles lo antes posible, pasará lo mismo en EE.UU.
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