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sábado, abril 19, 2025

Noboa, el pragmatismo que avanza en América Latina

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La reelección de Daniel Noboa en Ecuador no puede entenderse como un caso aislado. Se inscribe en una tendencia regional: la emergencia de liderazgos que privilegian la eficacia, la inmediatez y el discurso del orden por encima de la ideología tradicional. Noboa se suma así a una galería diversa de figuras como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y Gabriel Boric en Chile. A pesar de sus diferencias, todos comparten un mismo escenario: el agotamiento de los partidos, la crisis de representación y la expectativa social de que los gobiernos “funcionen”.

El eje de este nuevo momento político no es la ideología, en el sentido más tradicional del término, sino el resultado. Los ciudadanos de la región ya no se movilizan por causas partidarias, sino por demandas urgentes: seguridad, empleo, estabilidad. El votante, hastiado de promesas incumplidas y escándalos políticos, no pregunta “¿qué propone?”, sino “¿puede hacerlo?”.

En esa lógica, Noboa ofrece una figura joven, sin pasado partidista y con un discurso de soluciones. Su campaña se centró en la continuidad de una gestión breve, pero con efectos visibles: combate a la delincuencia, mensaje firme frente a las mafias y uso intensivo de la comunicación como herramienta de poder.

Este fenómeno no representa el fin de la política, sino su transformación. El discurso de la eficiencia y el orden se presenta como neutral, técnico, libre de ideología. Pero en realidad, configura una nueva forma de ver el poder. Es una desideologización aparente.

Es una ideología en sí misma, vetada del discurso político, pero presente casi que subliminalmente en cada acto, en cada política dictada desde el poder y asumida en la sociedad. Ahora, la política se reduce a la gestión. El Estado se compara con una empresa. Los presidentes se asumen como gerentes. En este contexto, lo que parece funcional termina por volverse dominante, al punto de justificar la concentración de poder en nombre de los resultados.

Gabriel Boric, desde Chile, ofrece un contrapunto interesante. Llegó al poder con un proyecto progresista, de reformas estructurales y fuerte componente ideológico. Pero enfrentó rápidamente las barreras de la fragmentación política, la presión económica y las expectativas sociales.

Su gobierno ha debido transitar hacia una lógica más pragmática, con giros hacia el centro y una narrativa menos refundacional. En su caso, la tensión entre el ideario transformador y las exigencias de gobernabilidad revela la dificultad de sostener proyectos ideológicos en medio del actual clima de urgencia y escepticismo.

En Argentina, Javier Milei canaliza su discurso desde la ruptura radical: llama «casta» a toda la clase política y plantea una transformación total del modelo económico argentino. Noboa, por su parte, representa una ruptura más estilizada y gerencial. Pero ambos capitalizan el mismo sentimiento de hastío ciudadano frente a la corrupción, el clientelismo y la ineficacia del Estado. Para ello, ambos se comunican directamente con la ciudadanía, así evitan la mediación de partidos tradicionales o grandes coaliciones.

Lo que une a estos liderazgos no es una corriente ideológica, sino una respuesta a la misma pregunta: ¿cómo recuperar el vínculo entre el Estado y la ciudadanía? Donde el voto ideológico se diluye y se transforma en funcional. De ahí que la respuesta, hasta ahora, haya sido un pragmatismo electoral. Es necesario insistir en este punto: a pesar de que no parezca, ese pragmatismo también es una ideología. Es una forma de ejercer el poder que privilegia la eficacia por encima del debate, el resultado por encima del proceso y la imagen por encima de las estructuras.

Pero hay un riesgo de fondo que no puede soslayarse: en países como Ecuador, Argentina o El Salvador, los nuevos liderazgos surgen tras décadas de modelos asistencialistas que, con todos sus límites, ofrecieron redes de protección social a millones de personas. Bonos, subsidios y acceso básico a salud o educación fueron pilares mínimos de alivio en contextos de pobreza estructural. Desmantelar esos sistemas sin alternativas sostenibles, en nombre de la eficiencia o el ajuste, seguro profundizará la exclusión. La eficacia, si no va acompañada de sensibilidad social, está destinada a ser un búmeran.

La reelección de Noboa confirma que América Latina vive un momento de redefinición del poder político. Los liderazgos emergentes ya no se explican solo en términos de ideología tradicional, sino por su capacidad de responder —o parecer responder— al clamor social por orden y efectividad. El reto, para todos ellos, será demostrar que la política del rendimiento no termine vaciando de contenido a la democracia misma. ¿Están estos nuevos líderes a la altura de las necesidades históricas de Latinoamérica?

Jorge R. Imbaquingo es editor de Política del diario El Comercio de Quito. Knight Fellow 2012 en la Universidad de Stanford, California.

Redacción

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