Por: Marcelo Trivelli. 17/04/2025
Mario Vargas Llosa ha muerto a los 89 años. Fue un observador excepcional de nuestras sociedades. Con su talento y dominio del lenguaje fue capaz de retratar en sus novelas nuestras fracturas latinoamericanas. Fue genial en situar sus historias, muchas de ellas a partir de vivencias personales, en estructuras y contextos sociales y políticos del siglo XX.
Desde La tía Julia y el escribidor hasta Pantaleón y las visitadoras, rompió con moldes narrativos y tabúes sociales. Pero fue en novelas como Conversación en la catedral y La ciudad y los perros donde realizó una crítica feroz al poder, la mentira y la decadencia institucional. De esas páginas emergen dos frases que resumen no solo la historia reciente del Perú, sino la tragedia compartida de América Latina.
“¿En qué momento se jodió el Perú?”, se pregunta Zavalita en Conversación en la Catedral. Esa pregunta —que no encuentra respuesta clara en la novela— podría reemplazar el nombre del país por cualquier otro en el continente: ¿En qué momento se jodió México, Chile, Argentina, Colombia…? Porque el drama no es sólo peruano: es latinoamericano. Y la respuesta, si existiera, nos enfrentaría a una verdad tan turbia como persistente: la traición histórica de las elites, el secuestro del poder por oligarquías que no gobiernan para el bien común, sino para perpetuar sus privilegios.
“La historia es una masa de mentiras”, escribe en La ciudad y los perros. Lo dice un personaje desencantado. Cuántas veces hemos sentido que esas mentiras históricas —esos relatos oficiales repetidos en escuelas, noticieros y campañas políticas— han borrado los hechos para fabricar narrativas que encubren abusos, derrotas, dictaduras y saqueos.
Su mirada fue crítica incluso cuando muchos preferían mirar hacia otro lado. Retrató un Perú atrapado en la decadencia moral, la corrupción endémica y el desprecio de las elites por el pueblo. Pero lo que narró del Perú es un espejo de nuestra América Latina: sistemas débiles, instituciones frágiles, liderazgos oportunistas y sociedades frustradas que, una y otra vez, renuevan la esperanza… para luego verla traicionada.
Vargas Llosa mantuvo su capacidad crítica. Pasó del entusiasmo revolucionario a la defensa del liberalismo y su obra nunca dejó de escarbar en las heridas abiertas del continente. Siempre fue un crítico de los regímenes autoritarios: “Ninguna dictadura es buena. Ni las de derecha ni las de izquierda. Todas aplastan al ser humano”. Su literatura se mantuvo incómoda, penetrante y profundamente latinoamericana.
Hoy que su voz se apaga, queda su obra como testimonio de un tiempo y de una región que todavía no ha respondido la pregunta esencial: ¿en qué momento nos jodimos? Tal vez la respuesta está en el presente: cuando seguimos creyendo las mentiras de la historia, cuando seguimos tolerando la corrupción, cuando aceptamos la mediocridad como normalidad y cuando nos siguen moviendo las mentiras que apelan a nuestras emociones y prejuicios.
Leer a Vargas Llosa hoy es mirarnos en el espejo roto de América Latina.
Marcelo Trivelli
Fundación Semilla
Fotografía: Diario Constitucional