Ya no sé cuántas décadas atrás leí aquel grafiti, hoy casi dicho popular. “Argentina tiene una salida:Ezeiza”. Pocas frases me provocaron risa a la vez que algo tan visceral: dolía allí entre el estómago y el corazón (¿será donde reside el alma?).
Los vaivenes del país hicieron que muchos nos fuéramos, volviéramos, partiéramos de nuevo. La ecuación nunca es gratuita: se gana en sensación de estabilidad, de sentirse cobijado, de pensar el largo plazo. Pero todo va de la mano de una añoranza por un mundo que nos perteneció y del que ahora somos ajenos. Y aparece la ausencia traducida en fetiches -el dulce de leche, el mate, los alfajores- a los que no se los extraña por su sabor sino por lo que representan: lo conocido, la infancia, el hogar, las primeras travesuras.
Hace casi cinco años que vivo en España con mi esposa y mis hijos adolescentes. Obviemos lo obvio: claro que hay momentos difíciles en la adaptación pero también mucha felicidad al encontrar un espacio amistoso en el que no se vive con la duda de qué va a suceder a la mañana siguiente. O en el que uno no se mantiene despierto hasta que los chicos llegan. O en el que a la gente le cuesta entender que para comprar una casa se necesita tener el dinero -y en cash- en vez de pedir un préstamo a cuarenta años. Y donde la policía parece estar hecha para escucharte y protegerte.
Lo positivo se enlaza con una sensación de que se vive partido: se mezclan los diarios de ambas costas porque uno tiene dos universos de referencia. El cotidiano, el de todas las mañanas y el que está a 10000 kilómetros pero parece tanto más cerca. Y como no somos robots se extraña, aunque hayamos recibido decepciones y disgustos.
Los hijos van mestizándose en el mejor de los sentidos. Es irreal preguntarles qué les gusta más o qué prefieren. El tiempo dirá, pero ellos ya tienen una experiencia de mundo que no les quita nadie. Que les ha hecho crecer, pero que también les ha generado dudas sobre su pertenencia. Son de aquí y son de allí: bienvenidos a un mundo global que empieza a delinearse y donde nada es tan definitivo.