El Perito Moreno, imponente
El Calafate, esa pequeña ciudad ubicada a orillas del Lago Argentino, no es solo un destino turístico: es la puerta de entrada a uno de los paisajes más impactantes del país. Con poco más de 26.000 habitantes, este rincón de Santa Cruz es el punto de partida hacia el Parque Nacional Los Glaciares, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981. Se trata del parque más grande y más austral de la Argentina, hogar de una de las mayores concentraciones de hielo del planeta, fuera de las regiones polares.
Los cóndores como parte de la fauna de la zona
Fue en ese escenario majestuoso donde vivimos una experiencia que nos marcó para siempre. Una aventura que despertó un profundo respeto por la naturaleza indómita del sur argentino y por el trabajo silencioso de quienes la protegen a diario.
Tras investigar diversas opciones, elegimos una de las excursiones más desafiantes y memorables: Big Ice, una travesía de doce horas al glaciar Perito Moreno, organizada por Hielo & Aventura (y otras empresas autorizadas). La excursión está disponible entre mediados de septiembre y fines de abril, solo para personas de entre 18 y 50 años, y cuesta entre 600 y 700 dólares por persona, según si incluye o no el traslado desde El Calafate.
Delfina, adentro de las cuevas, en una experiencia inmersiva en el glaciar
A las 7 de la mañana nos pasaron a buscar por el hotel. Éramos un grupo reducido: un alemán, un español, una pareja colombiana, una pareja estadounidense y yo, la única argentina. Nuestra guía, Mariana, nos dio la bienvenida en dos idiomas y luego dejó que el silencio del amanecer acompañara los primeros kilómetros. En el camino hicimos una parada breve, pero inolvidable: ver salir el sol sobre el Lago Argentino fue como presenciar el inicio del mundo.
Sobre el hielo, es indispensable moverse con precaución
Una vez en el Parque Nacional (la entrada se abona aparte y cuesta $15.000 para residentes), la primera parada fue en las Pasarelas que ofrecen vistas panorámicas del Perito Moreno. Desde distintos balcones conectados por senderos, se observa la inmensidad del glaciar, que se extiende por 250 km², una superficie incluso mayor que la Ciudad de Buenos Aires. Y, si hay suerte, puede presenciarse uno de los espectáculos naturales más impactantes: un desprendimiento. Tuvimos la fortuna de ver dos en vivo. Un estruendo, como un trueno lejano, anuncia que algo se rompe en lo profundo del hielo. Aún con cámaras en mano, nadie logró capturar el momento exacto, pero verlo con los propios ojos lo hace inolvidable.
Mariana, la guía del viaje, a orillas del lago
Desde el puerto “Bajo de las Sombras”, nos embarcamos hacia la otra orilla del lago. Navegamos el Brazo Rico, cuyas aguas grises arrastran minerales del glaciar, durante unos 20 minutos, mientras la pared sur del Perito Moreno se alzaba imponente frente a nosotros.
Se trata del parque más austral con una de las mayores concentraciones de hielo del planeta
En tierra firme, los guías de montaña nos esperaban para iniciar el ascenso por la morrena, un terreno de rocas y desniveles que requiere buen estado físico. Durante las dos horas de caminata, se alternan tramos empinados con escaleras que facilitan el paso. Los guías observan atentamente el desempeño del grupo, ya que más adelante se dividirá en dos subgrupos según la condición física de cada uno.
Whisky con un pedacito de hielo del glaciar
Durante la caminata, nos adentramos en un bosque joven, de apenas 300 o 400 años. Muchos de sus árboles están caídos, ya que sus raíces no logran penetrar las capas de sedimentos que dejó el glaciar en su retroceso. También es zona de cóndores, pájaros carpinteros, e incluso vacas salvajes, descendientes del ganado perdido por antiguos arrieros chilenos que cruzaron la cordillera siglos atrás.
Una vez en el refugio, nos colocaron los crampones y nos dividieron en grupos de cinco personas, cada uno acompañado por dos guías. Los primeros pasos sobre el hielo fueron cautelosos, pero pronto nos acostumbramos a la tracción de los crampones. Caminamos entre grietas, lagunas turquesas y formaciones caprichosas esculpidas por miles de años de viento y agua. Hicimos una pausa para almorzar. Las viandas —que debe traer cada visitante— variaban entre sándwiches caseros, tupper de guiso o barras de cereal. Algunos locales venden combos preparados para excursiones por entre $18.000 y $35.000.
Otra postal de la travesía por el Glaciar Perito Moreno
Después del almuerzo, los guías nos ofrecieron una opción: seguir explorando por la superficie o adentrarnos en una cueva de hielo. Elegimos la cueva. Bajamos con precaución por unas escaleras improvisadas en el hielo y entramos en una cavidad natural de paredes azules intensas. El silencio era absoluto. Solo se oía el agua correr, como si el glaciar respirara. Ahí, dentro del corazón del hielo, el tiempo pareció detenerse.
El regreso fue en silencio, con el alma llena y la mirada aún perdida entre glaciares. Al llegar al puerto, los guías nos sorprendieron con un whisky con hielo del glaciar. Un gesto simbólico, una despedida simple pero perfecta. Desde la embarcación, le dimos una última mirada al Perito Moreno. No dijimos nada. No hacía falta. Sabíamos que lo vivido ese día quedará con nosotros para siempre.
Una de las cuevas en el glaciar
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