En la autobiografía «Esperanza», editada el mes pasado, el Papa Francisco le dedica un cálido texto a su relación con Jorge Luis Borges.
Este es un fragmento alusivo:
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Admiré y estimé mucho a Borges, me impresionaban la seriedad y la dignidad con las que vivía la existencia. Era un hombre muy sabio y muy profundo. Cuando, con apenas veintisiete años, me convertí en profesor de Literatura y Psicología del colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, impartí un curso de escritura creativa para los alumnos y decidí mandarle, por mediación de su secretaria, que había sido mi profesora de piano, dos cuentos escritos por los chicos. Yo parecía aún más joven de lo que era en realidad, tanto que los estudiantes me habían puesto el apodo de Carucha, y Borges era, en cambio, uno de los autores más reconocidos del siglo xx. No obstante, mandó que se los leyeran —ya estaba prácticamente ciego— y además le gustaron mucho.
Lo invité incluso a dar algunas clases sobre el tema de los gauchos en la literatura y él aceptó; podía hablar de cualquier cosa, y nunca se daba aires. Con sesenta y seis años, se subió a un autobús e hizo un viaje de ocho horas, de Buenos Aires a Santa Fe. En una de aquellas ocasiones llegamos tarde porque, cuando fui a buscarlo al hotel, me pidió que lo ayudara a afeitarse. Era un agnóstico que cada noche rezaba un padrenuestro porque se lo había prometido a su madre, y antes de morir recibió los sacramentos. Solo un hombre de espiritualidad podía escribir palabras como estas:

« Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen. Abel contestó: “¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes”. “Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar”».
Por qué el papa Francisco recomendaba leer a los clásicos
Aunque varias veces había aludido a sus inclinaciones literarias, una de sus principales manifestaciones fue una carta a los seminaristas en 2024 cuando les aconsejó que lean “literatura de los clásicos, principalmente Proust, T. S. Eliot y Borges».
“Leer las novelas y poesías de los clásicos es una terapia. Encontrar un buen libro puede ser un oasis que nos ayuda a enfrentar las tempestades hasta conseguir la serenidad. A mí me encantan los escritores trágicos porque todos podemos sentir sus obras como nuestras, como expresión de nuestros propios dramas, de nuestro vacío interior, de nuestra propia soledad”.

También invitó a dar clases en Santa Fe a otros escritores, como María Esther Vázquez y María Esther de Miguel, reconocida por sus novelas históricas. Fue en 1965, el mismo año en que el Borges emprendió el viaje de ocho horas.
Ese encuentro con el autor de «El Aleph» incluyó una afeitada, según un testigo de ese viaje. «Recuerdo que lo íbamos a buscar al hotel. Y un día subió Bergoglio a buscarlo a la habitación y tardó más de lo que se suponía para ir a un tercer piso. Cuando vienen, disimuladamente le hago el gesto de ‘¿qué pasó’? Y Jorge me dijo: ‘el viejo me pidió que lo afeitara’. Ese había sido el motivo de la tardanza», dijo Jorge González Manent, director en ese entonces de la revista del colegio.
De esa visita salió un libro que reunía los mejores relatos de sus alumnos, con prólogo del mismo Borges. «Cuentos Originales”, fue el título.

Algunos de esos estudiantes lograron reencontrarse con Bergoglio en agosto de 2010. Veinte exalumnos viajaron con sus parejas y se reunieron con el por entonces Arzobispo de Buenos Aires.
«Sobre el final del encuentro nos agradeció y nos dijo que haber estado con nosotros retempló sus fuerzas, que lo recordemos siempre porque cualquiera sea el lugar donde él esté, en cualquier ámbito que le toque estar, cuando hable de discípulos y alumnos siempre se va a estar acordando de nosotros», recordó José María Candioti en 2013, cuando el profesor Bergoglio pasó a ser el papa Francisco.