Se puede ser un gran periodista y tener un corazón enorme? Se puede. No es un ejemplo frecuente, pero se pueden conjugar ambos atributos. Esos eran los rasgos principales de nuestro compañero y amigo Óscar Muñoz. Para los lectores, para quienes no lo conocieran personalmente, abandonen la idea de que éste y otros magníficos obituarios publicados por sus amigos Silvia, Ramon, Luis y el del director son fruto de la condescendencia habitual que se expresa respecto a las obras de los finados.

Óscar Muñoz
Ana Jiménez
Óscar fue un tipo grande y su categoría moral, personal y profesional la demostraba desde el trabajo y la discreción. Recordaba Jordi Juan en su artículo el contraste que suponía la personalidad de Muñoz en las redacciones, auténticos viveros de vanidades porque la profesión lleva a ello. Al lucimiento, a la competitividad. Óscar vivía de forma intensa el periodismo, pero él no transformaba en ego el trabajo bien hecho. No piensen ustedes que nuestro amigo era un periodista conformista. Ni mucho menos. Luchaba como el más voraz de los reporteros pero su satisfacción no estaba en saborear el éxito personal si no que era feliz con el triunfo colectivo. Si me permiten la comparación fue lo más parecido en una sección al papel que ejerció Sergio Busquets en el Barça de Guardiola. No tenía voluntad de prima donna pero su trabajo era esencial para que el éxito se instalara en el equipo.
Su satisfacción no estaba en saborear el éxito personal, Óscar Muñoz era feliz con el triunfo colectivo
Tuve el placer y el honor de dirigir el Vivir de La Vanguardia durante cinco años largos. La sección, prebendas de aquel añorado periodismo clásico, era numerosa en efectivos y magnífica en la calidad de sus miembros. Óscar era de los jóvenes de aquel grupo pero era esencial para nosotros. Fiable, riguroso, perfeccionista, afable, su presencia aportaba la tranquilidad en mayúsculas de que el trabajo que iba a entregar iba a ser inmaculado.
Silvia Angulo, en el sepelio, rememoró muchos pequeños detalles de su querido Óscar y recordó lo disfrutón que era con las pequeñas cosas. No se volvía loco con el caviar o las angulas. Lo suyo era disfrutar de momentos con aspectos simples de la vida. Hace pocas semanas Ketty Calatayud quedó con él para comer y me avisó. Me hacía ilusión volver a verle después de un tiempo sin hacerlo. Comimos en uno de esos lugares de menú sin pretensiones y ya me advirtió de que no me perdiera el flan que tenían. Hablamos de periodismo, de lo bien que nos lo pasamos en el pasado, y a la hora de los postres no quise quitarle la ilusión y atendí su recomendación. Disfruté del postre, pero más de cómo lo estaba devorando el camarada. Entre risas, con el optimismo vital que le hacía disputar los partidos de su vida con determinación, Óscar era capaz de hallar una veta de felicidad en detalles que mucha gente a veces no detecta. Amigo, echaremos de menos tu inmensa humanidad.